Reflexión sobre retórica de Podemos
Desconozco si hemos pasado ya el momento en que hacer la más mínima crítica -siquiera constructiva- a Podemos te incluía de lleno en la casta, paradigma de todos los males de nuestra sociedad. No sé si aún corro el riesgo de ser metido en el saco de banqueros, Troika, políticos acomodados y chupópteros varios del sistema; pero me voy a permitir reflexionar sobre la retórica que, al menos de momento, podemos escuchar en Pablo Iglesias, recién elegido secretario general de Podemos.
Porque la retórica, la forma de explicar nuestras ideas y persuadir de ellas a un auditorio, es una de las bases de la comunicación pública, y dice tanto de nosotros como un programa electoral. Y cualquier persona con cierta formación podrá salir de una pregunta abstracta con una respuesta abstracta que diga y no diga, que muestre principios sin concreción, que atraiga a un número mayor o menor de escuchantes. El problema son las respuestas a preguntas concretas. En el caso de Pablo Iglesias, creo que el problema viene de la respuesta a las preguntas concretas.
Tras escuchar multitud de respuestas, podríamos establecer que éstas suelen seguir la siguiente estructura en cuatro tiempos:
1) Obviedad irrebatible;
2) Verdad con datos;
3) Otra obviedad;
4) Demagogia.
Poniéndolo en palabras o expresiones clave, que suelen repetirse, sería algo así:
1) “Lo que no puede ser es que...” (y aquí ponemos algo que el 90% de la población comparta).
2) “Hay un informe de...” (organismo independiente, por ejemplo ONG) “que dice que...” (y van los datos).
3) “Lo que nadie puede entender es...” (y efectivamente, nadie -o casi- compartirá la realidad mencionada después).
4) Argumentario sobre la casta, los bancos, la Troika..., etcétera.
¿Cuál puede ser una reacción típica, lógica y comprensible de quien escucha estas respuestas? Dividámosla también por fases:
1) “Es que es verdad, es inadmisible”.
2) “Este tío sabe”.
3) “Claro que sí, ahí le has dado”.
4) “Joder, es que es indignante”.
El escuchante, así, llega a la conclusión, desde su indignación (y por tanto sin necesitar más argumentos) de que esto no puede ser, de que la realidad es inadmisible, y de que Pablo Iglesias lo sabe y lo dice. Y, además, lo dice bastante bien. Una conclusión que, parcialmente, comparto. El problema viene cuando se te ocurre pensar: “Comparto el diagnóstico. Y entonces, ¿qué?”.
Lo anterior es un análisis, digamos, heterodoxo y nada académico de un texto discursivo. Vayamos, pues, a algo más académico, menos de barra de bar. Acudamos a cualquier manual de retórica clásica, y leamos algo sobre las diferentes partes de un discurso. Unas apelan a los sentimientos (denominadas exordio y peroración), y otras van a lo racional (narración y argumentación). Hay partes para ganarse al auditorio (exordio y peroración), partes para explicar motivos y datos (narración), y una parte para dar respuestas a esos datos (argumentación). Trasladando a este esquema de la retórica clásica las cuatro partes de las que hablaba en lenguaje coloquial, diría que, en las respuestas de Pablo Iglesias, hay exordio, narración, otro exordio y peroración. Me falta? la argumentación. Me falta una tesis. Me falta, en definitiva, una respuesta al análisis previamente realizado.
Digo todo esto, insisto, sin sentirme de la casta ni creyendo ser parte de la campaña de odio que ahora denuncia Podemos. Creo que ésta puede ser considerada una crítica positiva. “Estoy de acuerdo en que no puede ser, pero... ¿y cómo dice usted que sería?”. Sin embargo, no puedo menos que cuestionarme por qué desde Podemos no se ofrece el modelo alternativo. Y no creo que se trate de ignorancia, o de falta de programa, sino precisamente de conocimiento: me inclino a pensar que saben. Y saben mucho. Y saben, por ejemplo, que unas propuestas concretas no mueven tantas voluntades como mueve la indignación contra una realidad intolerable.
El movimiento 15-M, precursor en cierto sentido de Podemos, fue el que comenzó a devolver a la sociedad su propia conciencia política. Aquel movimiento de indignados funcionó muy bien en su objetivo de dinamizar a la ciudadanía, pero tuvo dos problemas graves: la falta de un liderazgo claro y estipulado (su carácter radicalmente asambleario pudo contribuir a que parcialmente se diluyera) y la concreción práctica de los argumentarios. Los decálogos iniciales podían ser admitidos por la gran mayoría de la sociedad, pero su desarrollo y plasmación documental sacaba aristas a ideas redondas. Y las aristas cortan, hacen daño, provocan recelos? y, en definitiva, merman el número de incondicionales.
Podemos cuenta, a diferencia del 15-M, con un líder claro, casi absoluto (que no absolutista). Pero creo que aún está por ver la plasmación, punto por punto, área por área, de un ideario en el que una gran parte puede estar de acuerdo. En definitiva: falta por bajar a la tierra. Y es muy complicado que, bajando a la tierra, el asalto al cielo sea tan masivo como algunas encuestas pueden hacernos creer.