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El poder de la honestidad

Entendiendo por honestidad esa cualidad por la que el ser humano se comporta con sinceridad y coherencia, tolerancia, honradez?, respetando los valores de justicia, verdad y franqueza, y no sólo en relación a sí mismo, sino también con los demás, es evidente que este valor es imprescindible para establecer una relaciones sanas que nos ayuden a crecer no solo en nuestra vida privada de pareja o amistad, sino en nuestras relaciones sociales.

El patético espectáculo que nos ofrece la política de este país está consiguiendo que este valor vital para el ser humano haya perdido su trascendental importancia.

Vivimos tiempos de infidelidad, infidelidad en las relaciones humanas, en la política, y lo que es peor, infidelidad con nuestros propios principios.

No es casualidad la agresividad que percibimos día a día en nuestra forma de vivir y de relacionarnos, no es casualidad de que el ser humano funcione dopado de ansiolíticos y antidepresivos para calmar tanta insatisfacción, y no es casualidad que la política de este país sea de tal mediocridad hasta el punto de que ha conseguido olvidarse del ciudadano, su única misión, para centrarse únicamente en una forma de vida de quienes la ejercen desde la más absoluta irresponsabilidad.

La realidad que vivimos nos regala un partido gobernante en el que corrupción es ya un valor en sí mismo, una oposición que se desintegra por momentos ante una incoherencia de ideas y de proyecto, una izquierda joven con grandes ideales pero inexperta en la acción, y una realidad ciudadana cada vez más precaria, triste y desilusionante.

Falta honestidad, eso está claro, y si no somos capaces de ver esto y de rebelarnos contra ello las consecuencias serán muy graves para todos.

Tengo muy claro que el valor de una sociedad y el valor de un ser humano no se mide en dinero sino más bien en integridad, en autenticidad, en coherencia y en ganas de construir una vida bonita, justa y verdadera no solo para uno mismo sino para los que nos rodean.

Estamos anclados en tiempos de superficialidad, de intentar escaparnos de nosotros mismos porque gestionar nuestra vida nos da miedo y exige un serio esfuerzo desde el reconocimiento de lo que somos, seres muy imperfectos por dentro y con fecha de caducidad.

Pero es precisamente el saber que tenemos esta fecha de caducidad la que debiera hacernos reaccionar y luchar día a día para aprender a relacionarnos y a vivir más desde el corazón y menos desde la cabeza, intentando encontrar esa armonía mente/corazón que nos haga sentir y disfrutar la belleza de la vida y de las relaciones humanas.

Una sociedad deshonesta es una sociedad tóxica y oscura, y un ser humano deshonesto crea unas relaciones falsas que solo generan sufrimiento.

La tremenda pregunta es: ¿por qué elegimos vivir desde lo que nos hace daño y no desde lo que nos regala plenitud en nuestra existencia si sabemos que la muerte es nuestro final de trayecto para siempre?

El poder de la honestidad es de tal fuerza y deja tal huella en quien la practica hasta el extremo de que estoy convencido que es el único camino para conseguir dar brillo y color a una sociedad y a un país que se desintegra y pierde la ilusión, el motor de la vida.

No se puede vivir sin ilusión por caminar y luchar por una sociedad y una vida más sana y bonita, sin pelear por los sueños de que la herencia que dejemos a quienes tomen nuestro relevo sea una herencia rica en valores y principios de vida y abanderada por el poder de la honestidad que no entiende ni de sexos, ni de edades, ni de ideologías, ni de religiones, ni de colores de la piel sino tan solo de plenitud de vida.

Otro mundo más bello y auténtico es posible y otra forma de vivir y de relacionarnos es necesaria, no me cabe ninguna duda.