En muchos sentidos, el discurso de Marcel Gauchet, en El desencantamiento del mundo, recuerda, respecto del planteamiento de una progresiva secularización marcada por los avances del método científico a partir del período ilustrado, que ésta deba mucho a la evolutiva sacralidad del pensamiento anterior... Dany-Robert Dufour también parece hacerlo al tratar en El arte de reducir cabezas (Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo total) cuando trae a colación respecto del pensamiento ancestral la siguiente cita de Gauchet: “El mundo de la personalidad tradicional es un mundo sin inconsciente por cuanto se trata de un mundo en el que lo simbólico reina de manera explícitamente orientadora”. Es decir, todos y cada uno tenemos una objetiva función y papel a desempeñar que da sentido a nuestras existencias dentro del marco de determinada cosmovisión, marcada por un mundo de invisibilidades productoras en buena medida de las visibilidades de nuestra humana condición.
La singularidad de nuestra cultura ancestral hace que sea una luz de la oscuridad la que participara de manera determinante en este sentido de la vida. Paradójicamente, si se quiere, siendo la de illargi, traducida como luz de la oscuridad, de los muertos y también del mes, en la opinión de José Dueso quien llega a afirmar: “La luna representa para el vasco uno de sus mitos más ancestrales, el más importante del universo, incluso más que el sol. El sol ha sido el objeto de la divinidad, como decíamos, pero la luna su propia cara”. Autor que pone en relación este astro con otras denominaciones como Argizagi en relación con el culto de los muertos a través del uso funerario de la cera con tal denominación, pero también, con la organización del calendario marcado por su ciclo en las labores campesinas. Esta luz indirecta parece decir, desde la experiencia vital, viene a ser bastante más que la cegadora del astro rey cuya preeminencia a la hora de valorar los frutos de la tierra, independientemente de qué cultura trate de la misma, es innegable, así como su relación con la claridad de las cosas. Y, por ende, me ha resultado curioso constatar como en nuestra mitología tanto sol como luna son entes femeninos no enfrentados sino complementarios.
Hay, no obstante, luces de otra condición como aquellas artificiales de las antorchas que proyectarán sombras en el muro del mito de la caverna de Platón. Y así pasamos del presunto animismo al mitológico sentido ilustrado en un período hegemónico para todo tipo de manifestación religiosa de requisito axial: aquel relacionado con el eje basado en la dicotómica dualidad terrícola y celestial que, lejos de haber sido abandonado, aún hoy continuamos cultivando.
Importa, en ello, mucho, la ficción. Una tesis mantenida por el filósofo Dany-Robert Dufour, para quien el hombre nunca se ha privado de inventar lo que llama realidad. En tal sentido habla de la antropoconstrucción simbólica. Tanto es así que para que se dé una visibilidad es imprescindible la presencia ausente de la invisibilidad, en línea con lo predicado por Gauchet, advirtiéndonos de la amenaza que obra sobre el sentido tradicional de su transmisión el momento tecnológico actual iniciado a una con la irrupción del fenómeno televisivo y ampliado con la protésica comunicacional del presente. Nos habla, a través del escritor Maurice Blanchot, de la autoridad de la palabra, tomando como asunto previo el que antes de qué se ha de decir todo lenguaje toma los elementos de la imprescindible construcción a la persona en el espacio y tiempo implicados. Yo, aquí, ahora: “Se trata de signos vacíos, sin referencias concretas a la realidad, significantes puros, siempre disponibles, que se llenan en el momento en que un locutor los emplea en una instancia de discurso” (…). “Este acceso al universo simbólico es fundamental, remite a la capacidad esencial que distingue al hombre de los animales: la de poder hablar designándose a sí mismo como sujeto que habla y dirigiéndose a sus congéneres a partir de ese punto, enviándoles signos que, se supone, representan algo –digo bien–, se supone, pues nada indica que esos signos se refieran a cosas o a hechos reales”.
Tradicionalmente la invisibilidad ha estado representada por quien Dufour denomina ser el gran sujeto dominador del relato contemplado por los humanos a través de la ficción religiosa, económica, ideológica y social política. A una con el postmodernismo –en la tesis del autor– esta invisibilidad milagrosamente productora de objetos para el consumo es el mercado. Por lo que no se explica muy bien el porqué de las decisiones adoptadas por un demiúrgico presidente de la Cosa, y adláteres, acordando que la parte tangible de tan neoliberal intangibilidad deba pagar impuesto. Es decir, rompiendo la primera y última regla sagrada de un capitalismo, que se dice democratizador aunque sea adoptado por regímenes de no tan clara tendencia, voluntad ni significación.
Para poder así entenderlo Dufour nos explica cómo el‘sujeto es el subjectus, lo que se somete, entonces podría decirse que la historia se presenta como una sucesión de subordinaciones a grandes figuras situadas en el centro de configuraciones simbólicas que podemos enumerar fácilmente: el sujeto estuvo sometido a las fuerzas de la physis, en el mundo griego, al cosmos o a espíritus, en otros mundos, a Dios en los monoteísmos, al rey en las monarquías, al pueblo en la república, a la raza en el nazismo y algunas otras ideologías raciales, a la nación en los nacionalismos, al proletariado en el comunismo, etcétera, o sea, diferentes ficciones que fue necesario edificar cada vez con un importante refuerzo de construcciones, de realizaciones, hasta de puestas en escena sumamente exigentes”.
La de este nuevo gran sujeto de ficción que es el mercado, no obstante, en línea con una estratégica programación basada en la desimbolización de todos los anteriores, “como se sabe, apunta a transformar todas las regiones del mundo en lugares dedicados a la mercancía. Ninguna esfera debe, al fin de cuentas, ser ajena a la mercancía: ninguna región del mundo ni ninguna región de los intercambios del mundo: la económica, la social, la cultural, la artística. Actualmente, se trata de abarcar, además las regiones psíquicas donde se construyen las identidades”. Con lo cual estas políticas trumputinosas a veces pueden dar la sensación de estar del lado de un buen baño de realidad, aunque en el fondo aparenten no ir más allá de las colegiales bravuconadas de unos malcriados y abusivos setentones. Siendo así que deberíamos tener presente el que si contamos con consciencia es porque también se da la inconsciencia, de la que dan buena cuenta los mencionados sujetos. Y si existe la objetividad es porque subjetivamos, formalizamos lo informal, tangibilizamos lo intangible y, finalmente, visibilizamos lo invisible. Más aún, si cabe, con la constatación de los efectos producidos por la guerra.
El autor es escritor