Comunicación-incomunicación
No hay peor actuación que la sobreactuación, ni mayor desinformación que la que emana del excesivo caudal informativo que nos brindan infinitas fuentes y redes de información, en muchos casos de escaso rigor informativo e imposibles de contrastar. Creo sinceramente que no somos conscientes de las repercusiones que se derivan en los aspectos de desinformación e incomunicación del denominado impacto tecnológico. La inmediatez-rapidez que nos proporciona la tecnología se configura en un arma de doble filo enfrentada a la reflexión. En la llamada era de la información, precisamente el exceso de caudal informativo hace imposible asimilar, y menos aún, conformar un pensamiento crítico.
Además, al concepto de rapidez-inmediatez debemos sumar el hecho de la deconstrucción del contenido informativo. A través del citado conjunto de medios y redes, la información nos llega de una forma absolutamente desestructurada, un totum revolutum imposible de ordenar o diseccionar. Recibimos una información y su opuesta al mismo tiempo. No somos capaces de discernir cuál es el origen del que parte la información, no podemos contrastar dicha información porque tenemos ante nosotros un variopinto muestrario de contrastes que nos exigiría hacer una elección previa de los mismos en cada uno de los casos. Entraríamos en ese juego perverso que nos brindan los grandes medios de comunicación que difunden una información, para a continuación filtrar la opuesta en inestimable contribución al caos informativo general en función de sus intereses. La asimilación y formación de criterio se antoja casi imposible. Pondríamos en relación los conceptos de reflexión-comprensión con el de información-desinformación. Llegados a este punto también quisiera hacer referencia a un aspecto muy extendido en nuestra sociedad: el de confundir información con conocimiento. Pero ese es otro aspecto.
Pasemos seguidamente al concepto de comunicación-incomunicación. La imagen de nuestra sociedad en los espacios públicos y privados es la imagen de una sociedad con la mirada fija en algún tipo de terminal informático, en un continuo, casi infinito acto compulsivo de comunicación. Todos conectados con todos a través de WhatsApp, Twitter, Facebook, sms, etcétera, recibiendo información, y manteniendo actos comunicativos breves (140 caracteres en Twitter) a veces con la persona que tenemos al lado, cual comunicación informático-telepática en el más absoluto de los silencios. La voz pasa a un segundo plano en el acto comunicativo y la semántica pierde toda su capacidad de transmisión de valores positivos, quedando desfigurada y disuelta en una macedonia de palabras recortadas y aderezada con un sinfín de emoticonos. Todos concentrados en tratar de responder y atender toda la información recibida, en un intento de asimilación imposible de la misma. Una sociedad supercomunicada, superinformada, que nos aboca a la más pura incomunicación, a la más pura desinformación, y lo más preocupante, todo ello enmascarado en un proceso de falsa comunicación con nuestro entorno social que nos lleva de forma paulatina hacia un profundo aislamiento. Con este artículo no pretendo minimizar la importancia del libre flujo informativo y comunicativo que nos brinda el avance tecnológico, ni su aportación a la denominada sociedad del conocimiento. Pero en cambio, sí pretendo abrir un espacio de reflexión acerca del uso y, sobre todo, la dependencia casi absoluta que mostramos hacia los medios tecnológicos. Un tiempo para reflexionar debidamente en torno al impacto tecnológico, al vertiginoso desarrollo de la tecnología, a los cambios que trae consigo y que repercuten en los procesos y fenómenos sociales, y más específicamente en la mente del ser humano, en su forma de vivir, pensar y relacionarse.