el gaztetxe Maravillas responde a un movimiento juvenil de extensa tradición en Euskal Herria, la okupación de espacios para el desarrollo de actividades, no solo lúdicas sino de contenido social y político, a priori algo muy loable pero que no se concilia con el principio de pluralidad política. Que los jóvenes dispongan de locales para desarrollar de forma autónoma sus iniciativas parecería positivo si no fuese porque la actividad política que allí despliegan representa un compendio de ideologías muy reducido o más bien monocolor. En este gaztetxe, lo mismo que ocurría con el Euskal Jai, representado por la gazte asanblada, la ideología del colectivo de jóvenes okupas corresponde mayoritariamente a la abertzale radical, salvo algunos sujetos aislados pero siempre de tendencia revolucionaria, anarquista, antimilitarista radical, etcétera. En la autogestión del local no participa una representación de toda la juventud navarra, que no se decanta por ideologías radicales ni de extrema izquierda sino que conforma una pluralidad acorde con una democracia parlamentaria y representativa. Por otro lado, la exhibición de eslóganes a favor de la lucha armada sigue siendo inaceptable, así como que se rinda tributo a militantes de la afortunadamente ya disuelta organización terrorista ETA, más reprobable si cabe en nombre de la Memoria Histórica.

Los comerciantes y hosteleros del Casco Viejo, lo mismo que de toda Pamplona, pagan sus impuestos religiosamente y también han sido jóvenes, que tal vez se han dedicado sobre todo a trabajar y no solo a imaginar otros mundos posibles mientras debaten ideas de la vieja revolución. Porque claro que hay que mejorar la realidad, pero por medio del trabajo y del esfuerzo, del estudio y de la solidaridad. Si no gustan las leyes, se debe luchar por cambiarlas, pero haciendo política, por medio de la palabra, y no rompiendo puertas, ni enfrentándose a los antidisturbios, ni saltándoselas a la torera. El Gobierno de Navarra y el Ayuntamiento de Iruña asumen una gran responsabilidad al permitir que este colectivo ocupe este espacio y lo autogestione. Hasta ahora no ha sucedido ningún percance grave gracias a la mano izquierda del primero. Sin embargo, hay que decir que el cumplimiento de la legalidad representa un valor inestimable y que tal vez no se den cuenta de ello todos los agentes participantes en un conflicto que podría perjudicar de enquistarse la reedición de un Gobierno progresista. Y la inmensa mayoría social de esta comunidad no deseamos una revolución, sino un cambio político y social tranquilo, estable, progresivo y duradero.

No obstante, la autogestión parece una noción favorable a los intereses de la juventud, de cara al aprendizaje de la asunción de responsabilidades, y el anticapitalismo que rezuma este colectivo contiene connotaciones y concomitancias positivas. En esta sociedad capitalista cualquier objeto material cobra un valor en el mercado cuya representación económica es ineludible. De ahí que el sistema educativo público deba garantizar la igualdad de oportunidades para todos con independencia de su origen social. De ahí que sea exigible a todos los y las jóvenes que se preparen a conciencia para ejercer con garantías una profesión en la edad adulta. De ahí que el trabajo y el esfuerzo deban ser recompensados adecuadamente. Por tanto, si este anticapitalismo se presenta asociado al pacifismo, la sociedad navarra, en mi opinión, podría valorar en positivo que un colectivo de jóvenes, aunque su adscripción ideológica fuese algo sectaria, dispusiese de un local autogestionado. Pero si la okupación sirve para realizar actos que suponen una exaltación de la violencia política o del terrorismo, sería preferible que se clausurase ya, aunque el Gobierno foral tuviese que enfrentarse a algún miembro del Cuatripartito.

El autor es escritor