el siglo de las luces (1962) es una novela del escritor cubano Alejo Carpentier que me dejó huella. En ella teje la relación entre la utopía revolucionaria y su degradación, la libertad y la paz -que no viene porque hay que construirla- en el marco de la Revolución Francesa con la incidencia que tuvo la primera llegada de la guillotina a las tierras antillanas. Lo que Carpentier parece que pretendió realmente fue plasmar un arquetipo atemporal como aviso a navegantes de lo que pudiera producirse en cualquier otro momento en cuanto los humanos nos afanamos en cometer los mismos errores. “Ahí estaba la armazón, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres, como una presencia -como una advertencia- que nos concernía a todos por igual”, escribe Carpentier en la novela.

En aquellos años postreros del siglo de la Ilustración se hablaba de las mismas cosas que se habló en el siglo siguiente, y en siglo posterior, sin que nada pudiese sortear las revoluciones y guerras mundiales que tuvieron lugar y de las cuales salió perdiendo claramente la paz. Seguimos diciendo que el mundo, tal y como está constituido, no puede seguir así; lo decimos en pleno siglo XXI igual que lo dijeron recurrentemente nuestros antecesores. La paz sigue tan quebradiza como siempre y sus enemigos parece que no hacen sino incrementar los riesgos para que ocurra nuevamente otra conflagración. Existe, sin embargo, una variante poco conocida de búsqueda de la paz con buenos resultados: las huelgas de sexo para solucionar conflictos. Como suena. Todo comenzó pacíficamente en otro siglo luminoso, el siglo V a.C., cuando Aristófanes representó su obra Lisístrata, convertida en un símbolo del esfuerzo organizado y pacífico a base de presionar con una huelga de sexo para terminar la guerra y evitar sus males. Lo suyo fueron las comedias, y como tal se desarrolla el argumento con no poca retranca, en el que las mujeres de Atenas, capitaneadas por Lisístrata, obligan a sus maridos a pactar la paz con sus enemigos lacedemonios.

Aristófanes fue testigo de la Guerra del Peloponeso y en esta comedia tuvo el valor de escenificar el hartazgo de las mujeres griegas, cansadas de ver cómo sus maridos partían a la batalla y de engendrar hijos para que murieran en el eterno conflicto de la Hélade. Ellas tomaron la drástica decisión que cambiaría el curso de la guerra: una huelga sexual. Que por algo Lisístrata significa “la que disuelve los ejércitos” (del griego lýsis, disolución, y stratós, ejército). Al final de la obra es el personaje mudo Conciliación quien escenifica la firma de la paz entre las dos polis motivada por la abstinencia a la que fueron sometidos los hombres hasta que aceptaron dedicarse a hacer el amor y no la guerra. Muchos años después, aquella comedia con mensaje feminista transformador ha sido representada innumerables veces y ha calado en los últimos años.

En Colombia hubo varios casos de huelgas de sexo relacionadas con la búsqueda de la paz. Las mujeres de Liberia protestaron en 2003 con una huelga sexual que fue clave para la paz después de 14 años de conflicto armado. También en ese año se llevó a cabo Lysistrata Project, con 700 lecturas dramatizadas de esta comedia, simultáneas en 42 países a beneficio de organizaciones que trabajan por la paz. En Kenia, Bélgica, Togo, Filipinas, Sudán del Sur, Turquía, Costa de Marfil... grupos de mujeres han organizado huelgas sexuales la mayoría de las veces con el objetivo de lograr el cese de diferentes violencias.

Aristófanes cómo iba siquiera a sospechar la implicación de las mujeres en diferentes procesos de paz con sus huelgas sexuales. Y menos todavía que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas emitiera las Resoluciones 1325 y 2122 (en 2000 y 2013) reconociendo que la guerra afecta a las mujeres de manera diferente a los hombres y se reafirmase en la necesidad de potenciar el rol de la mujer en la adopción de las decisiones sobre la prevención y la resolución de los conflictos. Vivir para ver.