En el prólogo de su Informe de Competitividad del País Vasco 2018, el Instituto Orkestra destaca cómo el análisis de la competitividad territorial es importante para identificar y poner en marcha las políticas más adecuadas para apoyar el desarrollo socioeconómico: es la interacción entre las empresas y su entorno la que genera innovación, riqueza y, finalmente, bienestar. Ya en su informe de 2017 el organismo mencionaba y ponía de manifiesto la estrecha vinculación entre productividad y bienestar social como ejes clave de una competitividad regional sostenible. Su análisis, aún vigente, muestra cómo Euskadi mantiene buenos niveles en el eje de la productividad, pero también que ha perdido posiciones en el de bienestar social. La principal causa de esta situación está en que la recuperación de Euskadi, aunque en mayor medida que en el resto del Estado, tampoco ha ido unida muchas veces a la generación de un empleo de calidad.

El informe de Orkestra señala también que el principal reto de nuestro sistema educativo es aumentar su capacidad de dar respuesta a las necesidades de las empresas. Y plantea la necesidad de repensar el modelo vasco de bienestar a través de, entre otros factores, impulsar una competitividad sostenible que genere empleo de calidad y lograr un mejor ajuste entre el sistema educativo y el mundo laboral.

La Agenda 2030 de Naciones Unidas resulta una guía ineludible para avanzar hacia un desarrollo sostenible. Desde 2017, el Gobierno vasco confirmó su compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de esa Agenda con la publicación de la propia Agenda Euskadi Basque Country 2030. En ella concreta los compromisos que Euskadi como país asume para el cumplimiento de los ODS y detallaba iniciativas para emprender el camino e indicadores que sirven para medir el progreso alcanzado. De nuevo, se pone en relieve la necesidad de unir el desarrollo económico con la inclusión social y la sostenibilidad medioambiental.

Asimismo, la Agenda Basque Country 2030 recoge también la relación educación-empleo como un aspecto necesario a tener en cuenta para alcanzar un desarrollo sostenible. Al tratar el Objetivo 4 de los ODS (educación inclusiva, equitativa y de calidad), fija como una de sus metas “consolidar la formación profesional de excelencia que responda a las demandas de la empresa y a la empleabilidad de las personas, con un especial enfoque en los retos de la cuarta revolución industrial”. Además, también señala como una de sus metas “promover la educación en materia de conciencia y derechos humanos (no violencia, diversidad y solidaridad)”. Respecto al Objetivo 8 (Trabajo decente y crecimiento económico), dos de las metas establecidas son “promover la cualificación y el reciclaje profesional en estrecha colaboración con las empresas, los centros universitarios y de formación profesional, impulsando la formación dual y las prácticas en empresas y entidades” e “impulsar la inserción laboral de las personas jóvenes y apoyar el emprendimiento”.

Las metas fijadas por el Gobierno vasco colocan sobre las instituciones educativas una gran responsabilidad social, pero resulta evidente que responder a estos retos requiere de la cooperación entre los diferentes actores del entorno.

Ética e innovación social En su último informe Trabajar para un futuro más prometedor (2019), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) cita como principales retos para el mundo del trabajo en los próximos años la ecologización, los avances tecnológicos y los cambios en la demografía de las regiones. Estos retos se unen a la necesidad de generar una cultura organizativa basada en la creación de conocimiento, que permita una innovación competitiva y sostenible.

La irrupción de la tecnología está suponiendo una transformación organizativa sin precedentes con un impacto importante que va más allá de lo puramente tecnológico y que supone el cambio en los métodos de trabajo y en las dinámicas organizativas necesarias para desarrollar la estrategia empresarial basada en la innovación centrada en las personas.

Las empresas están cambiando sus estructuras a espacios más participativos y abiertos, que sepan combinar una cultura tecnológica con una cultura científica y una cultura ética. Es decir, organizaciones que se focalicen en la creatividad y la cooperación entre diferentes como ejes de la innovación. Y es evidente que para afrontar estos desafíos de forma exitosa las organizaciones van a requerir de profesionales competentes en la gestión de personas, grupos y colectivos; que presenten una sensibilidad y competencias relativas a los fenómenos sociales propias de las titulaciones en Ciencias Sociales y Humanas.

Una economía globalizada y competitiva, y unos estudios y unos profesionales punteros en tecnología resultan claves, pero ese sistema no genera de forma automática mayor igualdad y bienestar para el conjunto de la sociedad. Un sistema económico sin ética se deshumaniza, se vuelve contra el propio hombre. No hay reforma económica y social sin reforma política y educativa, que va unida a una reforma del pensamiento, y no hay reforma social y económica sin reforma vital y ética.

Hemos logrado la autonomía de las personas. Ahora tenemos que lograr la cooperación entre personas autónomas. Tienen que mandar las personas del grupo. Este va a ser el reto del siglo XXI. Lo estamos proponiendo a nuestros jóvenes, a las empresas y a la sociedad en general. Y va a ser también nuestro gran eje de los próximos años. Entre todos será más fácil alcanzarlo.

Directora de Novia Salcedo Fundación