el principio del mal menor como resolución de dilemas éticos ha sido ampliamente tratado desde tiempos de Aristóteles. Una aproximación más reciente, desde una perspectiva política, la hacía el canadiense Michael Ignatieff en su libro El Mal Menor: Ética Política en una Era de Terror. La tesis del libro se resume en que la violencia antiterrorista puede ser moralmente justificable si su despliegue resuelve un mal mayor -con algunas excepciones y premisas-. De esta forma, se justificarían muchas de las torturas y asesinatos que cometió la Alianza Atlántica durante la Guerra de Irak, proporcionando una (falsa) paz moral a quienes toman decisiones éticamente cuestionables.

La doctrina del autor liberal surgió en el contexto de la lucha antiterrorista -Vera y Barrionuevo hubieran encontrado acomodo en sus reflexiones- pero podría ser igualmente aplicable a la lucha terrorista. Seguramente cuando Xabier Ugarte almorzaba sobre el techo del minúsculo zulo en el que tuvo secuestrado a Ortega Lara durante 532 días, tendría interiorizada su propia versión de la doctrina: el secuestro del txakurra español que tengo bajo mis pies es un mal menor necesario para la consecución de un fin, el fin de la opresión fascista. En versión presidencial ya tuvimos al trío de asesinos de las Azores con su ya conocida justificación moral (y falaz). La doctrina que deja vivir en paz a un asesino.

Bildu ha sido criticada por justificar los homenajes a terroristas etarras que salen en libertad, y por pedir que se de un “sentido de normalidad” a los “actos de familiares y amigos”. Pero es que no hace falta ser de Vox para ejercer esa crítica: ¿cuál es la justificación moral de más de 800 asesinatos (la mayoría en democracia) para que sus ejecutores sean recibidos con cohetes?, ¿se le puede dar un sentido de normalidad?, ¿sirvieron para algo esas muertes?, ¿es necesaria la ostentación?, ¿o se desconoce su significado?, ¿por qué no añadir conciertos y txoznas con barra libre en los ongietorris?

Es cierto que la burda instrumentalización política de estos actos por parte de la derecha -antes de la investidura de Chivite la impresora de Esparza se atascaba con las fotos a color de los homenajes a presos-, una política de dispersión más que cuestionable, y actos como los que tienen lugar cada año en el Valle de los Caídos para homenajear al dictador Franco, poco o nada ayudan para que este tipo de actos se celebren de manera más discreta sin ofender ni humillar a las víctimas. “Si ellos permiten homenajes a fascistas? ¿por qué no vamos a homenajear nosotros a nuestros presos?”, pensarán muchos. Desde luego están en su derecho y por ello las 60 denuncias ante la Audiencia Nacional han sido archivadas. Sin embargo, ni la vergonzosa paradoja del torturador franquista Melitón Manzanas debería servir de excusa para no ejercer una reflexión más profunda. Debería servir únicamente como constatación de que existe una asimetría mediática respecto a quién, cómo, y dónde se hace algo -en este caso un homenaje-. Una asimetría que se debe combatir desde el periodismo independiente. Al igual que las noticias falsas.

Aunque sea complejo para Bildu hacérselo entender al núcleo duro de familiares de presos, deberían visualizar que su mal menor es dar pasos más grandes por la convivencia; sustituyendo las bengalas por la discreción. Esto es algo recomendado por el Foro Social Permanente (@ForoSoziala), y es algo que ya no podría instrumentalizar la caverna mediática -¡qué más desean!-. Pero más importante aún, si la fuerza municipal de Bildu ya es grande, primera en Navarra después de las pasadas elecciones, un paso adelante en este sentido les daría más autoridad y les serviría para ampliar su base social, con gente joven que ve en estos homenajes un anacronismo difícil de asimilar. Un paso más.