el periodista británico Oliver Bullough ha escrito un libro en el que denuncia la plutocracia que nos gobierna. Por esa razón su obra se titula Moneyland, es decir, la tierra del dinero. En cierta forma, se cumple la tesis de Oscar Wilde: “cuando era joven, me dijeron que el dinero no importaba. Cuando me hice mayor, me di cuenta de que en realidad era lo único que importaba” (al menos, Wilde tenía fuerza de voluntad: decía que “puedo resistir todo menos la tentación”; seguro que sabía controlarse en las fechas que se avecinan).

Se trata de explicar cómo existe una élite de burócratas y políticos que desean mantener su puesto y adquirir el mayor poder posible. Logrado dicho objetivo, a vivir que son dos días. Sin duda, el papel de los paraísos fiscales es clave; y personas como Gabriel Zucman o Emmanuel Saez no dejan de demostrarlo. Aunque se están dando pasos para ello, son necesarios más pasos de la sociedad civil para lograrlo. De la misma forma que la movilización global en torno a la crisis climática comienza a dar resultado es pertinente otra para evitar la fuga de dinero a lugares con una tributación mucho más baja, ya que todo ello redunda en los servicios públicos de un mundo cada vez más necesitado de ellos. Es algo que requiere una meditación importante: ¿en qué podrían estar de acuerdo todos los políticos del mundo? Cuidado, se debe distinguir entre alta y baja política, siendo la primera aquella que se desarrolla en grandes palacios y la otra la que se realiza a pie de calle. Las palabras, las palabras. Bien pensado, la alta política es la que realizan concejales o alcaldes de pequeños pueblos luchando por evitar la despoblación a cambio de salarios bajos, y la baja política la que se realiza de forma ostentosa con discursos vacíos que no nos llevan a ninguna parte.

Hoy en día, una de la acusación más reiterada a los políticos o grandes cargos es que priorizan adquirir y mantener un puesto a realizar los desempeños asociados al mismo. Por ejemplo, en una encuesta reciente muchos británicos pensaban que en la actualidad tenían a los peores políticos de su historia. Indudablemente un estudio de ese calibre daría los mismos resultados en España.

En este contexto, el pasado día 8 de diciembre falleció Paul Volcker, antiguo gobernador de la Reserva Federal Norteamericana. Su figura no era muy conocida, pero merece ser recordada. Algo tendrá cuando para Martin Wolf, uno de los analistas internacionales más influyentes del mundo, ha sido “la persona más grande que he conocido”. ¿Por qué? Podemos analizarlo.

¿Cuál es el principal cometido de los bancos centrales? Que el dinero en circulación esté equilibrado con la situación económica del momento. Si hay demasiado dinero, se genera inflación y los ahorros de las clases medias se hunden (los de las clases altas están invertidos en activos reales que subirían su valor). Si hay demasiado poco, la economía se contrae, los precios pueden bajar y se genera la temida deflación, germen de crisis peores que las de los precios altos. Los instrumentos más usados de la política monetaria son la compra de activos introduciendo liquidez en el sistema y la regulación de los tipos de interés. Unos tipos más bajos estimulan la economía, hacen que sea más fácil endeudarse y así se pueden comprar más pisos o crear más empresas. Eso está muy bien, pero si los tipos están muy bajos y la economía se contrae los instrumentos usados se quedan sin munición.

Estados Unidos, 1984. James Baker, secretario del tesoro, norteamericano, le pide a Volcker que no suba los tipos de interés. La razón: había elecciones generales. Por supuesto, no le hizo caso. Además, eso no fue su mayor mérito. Logró atajar la hiperinflación de los años 70 con sus políticas agresivas de subidas de tipo de interés y además ideó la llamada regla Volcker que consistía en limitar las operaciones de autocartera de los bancos para evitar que asumieran más riesgos, ya que en este sector económico se consideran algunas de estas entidades como “demasiado grandes para caer”. Es el denominado riesgo moral: si las cosas van bien, gano yo; si van mal, perdemos todos.

Seguimos viviendo en un mundo dominado por el dinero, e indudablemente muchos políticos siguen los dictados de grandes grupos de presión. Por eso es necesario que en puestos de gran responsabilidad haya una gran transparencia y se encuentren personas con mucha experiencia y edad: así su carrera profesional no depende de posibles favores futuros.

También es necesario que haya periodistas como Bullough, interesados en conocer el mundo, explicarlo y buscar medidas para que mejore su funcionamiento.

El mundo no es una pantalla; es una bola redonda.

Deseamos que funcione adecuadamente.

Para ello, arreglar la crisis climática es prioritario; pero no debemos olvidar los desequilibrios económicos y sociales.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela