a crisis sanitaria que ha golpeado, y lo sigue haciendo, en mayor o menor medida, a distintos países de todo el mundo nos está llevando a repensarnos como individuos, en la intimidad de nuestras casas, y también como sociedad. El confinamiento nos está haciendo ver con nitidez a quiénes queremos o cuáles de nuestras viejas costumbres nos gustaría cambiar y cuáles no en el denominado nuevo tiempo, y también nos está centrando en qué es esencial para la sociedad. Es probable que ahora valoremos todavía más a los profesionales sanitarios, o que reconozcamos como se merece la labor de nuestras y nuestros agricultores y ganaderos para que podamos alimentarnos y, además, de forma sana y equilibrada. Pero la crisis generada por este virus, la COVID-19, nos está abriendo los ojos para ver más cosas, como la fragilidad del propio equilibrio de las personas en el entorno que nos rodea, y la importancia de cuidarlo, o la necesidad de dar respuestas globales a los problemas que nos atañen como especie. Quizá esta crisis sanitaria nos pueda enseñar, además, la verdadera dimensión de la emergencia climática, que la salud personal es la salud del planeta y que, aunque a diferentes tiempos, al igual que aplanamos la curva de la pandemia hay que hacerlo con la del cambio climático.

Debemos avanzar hacia una sociedad más respetuosa con el planeta en que vivimos y ahora tenemos la oportunidad de plantear ese avance, no tanto como la salida del bloqueo actual, sino como la entrada en un nuevo tiempo de relación entre los seres humanos y el planeta que nos acoge. Desde la anterior crisis económica ha habido un importante cambio cultural: están y estarán peor vistas algunas acciones y actitudes insostenibles, antes socialmente asumidas. Me refiero, entre otros ejemplos, a no separar los residuos, moverse siempre en vehículo a motor, más si es obsoleto y contaminante, o abusar del uso de los plásticos. La nueva cultura de la sostenibilidad se va haciendo sitio y la ciudadanía está hoy más preparada para asumir cambios y esfuerzos antes impensables en ese ámbito. A su vez, y aunque la crisis de la COVID-19 es diferente al golpe a cámara lenta del cambio climático por el impacto directo tangible en tiempo real, el mero hecho de que se debata sobre la relación entre ambas emergencias ya es un indicador de que afrontar grandes amenazas requiere de grandes recursos y grandes esfuerzos. Y de que algo estamos haciendo mal que está cuestionando nuestra propia viabilidad como especie. Esto supone una oportunidad para reiniciar o reorientar muchas cosas de manera diferente, en los ámbitos de la energía, la movilidad o el empleo. De ahí el concepto expuesto anteriormente de "entrada", mejor que "salida".

Recientemente, en su resolución sobre la acción coordinada de la UE para combatir la pandemia de COVID-19 y sus consecuencias, el Parlamento Europeo pidió a la Comisión que propusiera un paquete de recuperación y reconstrucción de la economía que debería tener como núcleo el Pacto Verde y la transformación digital. Según el vicepresidente de la Comisión Europea: "el Pacto Verde Europeo no es un lujo, sino un salvavidas para salir de la crisis del coronavirus" y lo suscribo. Se necesitan respuestas paneuropeas, y una recuperación verde no sólo es posible sino crucial, ya que Europa perdería dos veces si movilizásemos la inversión para restaurar la vieja economía antes de hacerla verde y sostenible. Es necesario un cambio inteligente del modelo energético, de las prioridades y sistema económico y de los modos de hábitos ciudadanos, debidamente orientados y apoyados por los sectores públicos.

Una economía baja en carbono, circular, respetuosa con los ecosistemas, que pone de manifiesto que las soluciones basadas en la naturaleza son buenas también para las personas y para la generación de resiliencia frente al cambio climático, es una economía mucho más sólida, más segura y más estable en el tiempo. La recuperación será verde no solamente porque las estructuras económicas lo sean cada vez más, sino porque también disfrutaremos de nuevo de ese contacto y la satisfacción que nos producen nuestro medio natural, la naturaleza y nuestros paisajes. La crisis de la COVID-19 y su posterior recuperación crearán una oportunidad de encaminar el planeta hacia un camino más sostenible e inclusivo, una senda que aborde el cambio climático, proteja el medio ambiente, invierta la pérdida de biodiversidad y garantice la salud y la seguridad a largo plazo de la humanidad.

Como Administración, por supuesto, también debemos hacer ese ejercicio de reorientación de las políticas. Desde Navarra podemos contribuir a ese "estímulo verde" avanzando en la estrategia De la granja a la mesa, el Km0 o la integración del sector primario dentro del Green Deal europeo; y también, siguiendo el camino emprendido con la hoja de ruta del cambio climático, la Ley de Residuos y su Fiscalidad, el proyecto LIFE Nadapta, o la Agenda Forestal. Pero, además, es clave reforzar nuestro cuerpo legal en el ámbito medioambiental con el impulso a dos leyes en cuya elaboración nos encontramos inmersos: la LFRAIA, norma fundamental de regulación de las actividades con incidencia ambiental, ya en fase de enmiendas; o el anteproyecto de Ley Foral de Cambio Climático y Transición Energética cuya redacción hay que enfocar con ambición para involucrar a todos los departamentos que forman parte del Gobierno. Como individuos, como sociedad y como Administraciones, es el momento; tenemos la oportunidad de comprender la importancia de afrontar de forma conjunta la entrada a un nuevo tiempo sostenible con las personas y el medio en el que vivimos.

La autora es consejera de Desarrollo Rural y Medio Ambiente/Landa Garapeneko eta Ingurumeneko Kontseilaria

El confinamiento nos está haciendo ver con nitidez a quiénes queremos o cuáles de nuestras viejas costumbres nos gustaría cambiar y cuáles no en el denominado nuevo tiempo

La crisis de la COVID-19 y su posterior recuperación crearán una oportunidad de encaminar el planeta hacia un camino más sostenible e inclusivo