l parecer, no ha gustado demasiado esa eventual experiencia de un "mundo invertido" padecido a través del confinamiento, la pérdida de libertades aceptadas como naturales por haber sido las habituales, dada la mayoritaria y nostálgica reacción que aspira a volver a la situación inmediatamente anterior tras la superación de la crisis sanitaria. Y bien pudiera tener sentido el añadir la reflexión dada por Fink, que en pasadas líneas escritas ha ejercido de guía, sobre el hecho de que la promesa de un "más allá no es sin más la imagen especular invertida del más acá como si ocurriera, dice Hegel visual e irónicamente, que allí fuera dulce lo que aquí es ácido, allí gozo lo que aquí dolor, allí injusticia lo que aquí justicia. El más allá no es un más acá duplicado aunque invertido". Debido a ello el autor propone que "el pensamiento de la inversión ha de tomarse más en serio. La diversidad entre ambos mundos debe ser concebida como el cambio puro". Y esto último, podemos añadir sin temor a equivocarnos, precisamente, es lo que no ha conseguido generar ninguna de las crisis últimas padecidas. Es como si la experiencia del aislamiento forzado nos inclinase a ver la realidad desde nuestra particular atalaya al modo como el Segismundo de la obra de Calderón de la Barca lo hiciera desde la suya con la oportunidad desperdiciada del replanteo alternativo más allá del gregarismo compartido por la triple B: la bola, la birra y el baño, en un banal hedonismo de andar por casa. Hoy más que nunca se necesita un baño de realidad como las demandadas por voces tan autorizadas como Noam Chomsky, Peter Sloterdijk y Byung Chul-Han.

De "inversión política", en sentido hegeliano, nos hablaba hace ya unas décadas Ivan Illich para quien: "En opinión del hombre industrializado, los primeros en sufrir y morir, a consecuencia de los límites impuestos a la industria, serían los pobres. Pero la dominación del hombre por la herramienta ha tomado ya un giro suicida. La supervivencia de Bangladesh depende del trigo canadiense y la salud de los neoyorkinos exige el saqueo de los recursos planetarios. La transición pues a una sociedad convivencial irá acompañada de extremos sufrimientos: hambre para algunos, pánico para otros. Tienen derecho a desear esta transición sólo aquellos que saben que la organización industrial dominante está en vías de producir sufrimientos aún peores, so pretexto de aliviarlos. Para ser posible dentro de la equidad, la supervivencia exige sacrificios y postula una elección". Y no es que fuera un augur ni un gurú quién en su día, allá por la década de los setenta del siglo pasado, realizara esta contundente y esclarecedora afirmación, compartida en la actualidad por la filosofía del decrecimiento cuya cabeza más visible es Sergei Latouche.

También, a su manera, lo hace la economista Esther Duflo, galardonada con un Nobel junto con Abhijit Banerjee y Michael Kremer, al analizar la índole de esta sobrevenida crisis económica global derivada de la pandemia, como si de un daño colateral se tratase, cuando en entrevista realizada para el diario El País (25 de mayo de 2020) nos alertara del hecho de que la globalización de la enfermedad es fruto del movimiento humano y no del intercambio de la producción a través del comercio, aunque evidencie no ser buena receta depender de un solo proveedor a la hora de abastecer tu propio mercado, adelantándonos el que como reacción a la paralización de la industria y los servicios el futuro tienda hacia una mayor automatización. La distopía, pues, va tomando, cada vez más, una definida forma en el modo de cómo abordar el factor humano que todo lo distorsiona para la consecución de la "amable" fórmula de gobierno que justifique la subvencionada sociedad de la "renta vitalicia". Y repentinamente lo que hace unos años parecía ser un auténtico disparate, "el adiós al mundo del trabajo", comienza a tener ciertos visos de realidad. Cómo se habrá de gestionar es otra cuestión, aunque todo parece indicar que habrá de estar orientado primordialmente, a expensas de la comunidad, hacia el individuo en una hibridación entre la aportación más llamativa del capitalismo, el individualismo, y la gobernanza basada en la disciplina y obediencia debidas. A grandes rasgos, el modelo chino.

Ahora bien, la asimetría existente entre el Gran Poder y el pequeño derecho que nos otorga, aunque puntualmente nos pueda venir bien, corre el riesgo de crear una sociedad esencialmente desmotivada y, sobre todo, nos empequeñece de tal manera que a buen seguro no habrá de quedar ni ripio de la dignidad auspiciada por el humanismo en cualquiera de sus revolucionarias intentonas. El riesgo de un generalizado solipsismo societario -aunque tal expresión parezca ser una muestra más de oximorón- es tan real, que tal y como se puede comprobar preferimos asumir el riesgo al contagio antes que perder los modos del entretenimiento y del consumo generados por la sociedad espectáculo y de consumo. Por otro lado, la utopía democratizadora prometida por el "cosmopolitismo doméstico" del denominado Tercer Entorno, defendido, entre otros, por nuestro Javier Echeverría, sin llegar a consolidarse ha demostrado ser un lugar más bien proclive al control mediante intervención tecnojurídica gubernamental y una herramienta muy útil para la necesaria domesticación de la que trata, entre otros asuntos, el de la educación bien sea presencial o, como es el caso, a distancia (cf., Víctor Gómez Pin: 2014).

La única forma, al parecer, de conciliar a la humanidad con la naturaleza es partiendo de lo que tienen en común: su cultivo. Y esto se puede realizar mediante el concepto "convivencialidad", del más actual de "decrecimiento" o desde las propuestas del Green New Deal, según, siempre y cuando asumamos el hecho de nuestra pecaminosa, por culpable, pertenencia a la misma. El afán que siempre nos ha distinguido de diferenciación respecto de aquella nos ha llevado a la era del antropoceno que lo único que realmente promete es la manipulación desde un poder hegemonizado por el manejo de la robótica, de la inteligencia artificial, en manos de una minoría especializada habiendo de esclavizar la chamánica espiritualidad del ser que sabe e imagina en libertad su origen desde la danza.

El autor es escritor