a migración de aves hacia el sur ya comenzó el pasado julio, pero en las próximas semanas no menos de 50.000 millones de aves estarán viajando. El flujo mana desde latitudes septentrionales y medias de los continentes del hemisferio norte. Por rutas casi invisibles, una marejada de cuerpos calientes se arrumba hacia los países con inviernos suaves o descaradamente tropicales y ecuatoriales. Pocos fenómenos naturales resultan más vastos y complejos. Aunque ya no nos guste mirar al cielo, y raramente seamos capaces de percatarnos, los aires, tanto de día como sin luz, están cuajados de un leve tiritar de alas. La magnitud de los implicados desborda incluso a la imaginación. Y no sólo por el número, sino ante todo por la multiplicidad. Nada menos que unas seis mil especies diferentes migran.

Navarra es un lugar privilegiado para admirar el fascinante viaje de las aves, ya que la Comunidad Foral se encuentra en plena ruta migratoria occidental europea. Todos los años son millones de aves las que utilizan este territorio en sus desplazamientos. Muchas especies prefieren volar sobre tierra que hacerlo por encima del mar, y en su camino a latitudes más al sur o hasta África, las aves se encuentran en esta ruta con una cadena montañosa transversal, los Pirineos, que generalmente atraviesan por sus zonas más favorables.

Pero retomando las cifras, resultan por completo superfluas si las comparamos con el significado, el balance y el destino de semejante fluir.

En primer lugar, porque por ahí anda volando una globalización que sí es unificadora y hasta equitativa. Las aves van a donde están los recursos, no hacen que los recursos vuelen hacia ellas. Viajan gastando energía conseguida en la opulenta primavera del norte y se dirigen hacia las vastas despensas del sur. Pero demostrando que unas y otras son exactamente lo mismo.

El planeta viviente es un consumidor que sólo puede consumirse a sí mismo y por eso intenta permanentemente no agotar para no agotarse. Los ritmos vitales y los nómadas del cielo son uno de las mejores sugerencias. Pretenden ser coherentes con la evidencia de que todas las riquezas las lleva ya puestas el derredor y que son únicas, irrepetibles y limitadas.

Se aprovecha solamente lo que la propia dinámica de la renovación pone al alcance. Por eso hay que alcanzarlas, aunque sea tras recorrer miles de kilómetros sobrevolando continentes enteros. Recordemos que el esfuerzo energético desarrollado por una sola de esas aves migradoras equivale a cuatro de las expediciones a la luna que se han hecho. Pero el impacto ambiental es cero. Ni contaminan, ni desgastan las fuentes de nutrición, ni reducen el paisaje a pasillos muertos. Todo lo contrario, los colman de alegría.

No es el único flujo, claro está. En estos mismos momentos nosotras y nosotros, las y los sedentarios, hacemos que otra avalancha -ingente, muerta, acaparadora y excluyente- se dirija hacia nuestras residencias. Energía, agua, materiales y alimentos en una cuantía de unos 70.000 millones de kilos diarios, sólo en los países industrializados, son imantados hacia un sin retorno. Es un gasto sin reposición y con la aberrante secuela de una fétida estela de residuos.

Se trata de un fenómeno diametralmente contrario al vaivén de las aves. Un consumismo que no se percata de que, nos pongamos como nos pongamos, todo en este mundo es importación. A no ser que le dejemos trabajar a lo espontáneo y sepamos aprovechar su imponente capacidad de renovación a partir de los ahorros acumulados a lo largo de miles de siglos.

No lo hacemos y la humanidad lleva desde los años 70 devorando recursos más rápido de lo que crecen. Y no hay signos de mejora. Consumimos recursos como si tuviéramos a nuestra disposición 1,6 planetas Tierra.

El planeta Tierra llegó el pasado 22 de agosto a su fecha de sobrecapacidad natural, es decir, cuando se terminan todos los recursos naturales que la Tierra es capaz de regenerar en el término de un año, según explica la organización conservacionista WWF. En concreto, este 2020 el conocido como Día de la Sobrecapacidad de la Tierra, es decir, el día en que se han consumido "todos los recursos naturales que el planeta es capaz de regenerar en un año" se ha aplazado hasta el 22 de agosto, a consecuencia de la pandemia de la covid-19, ya que en los últimos años la fecha era el 31 de julio.

Esto se debe, según WWF "únicamente" a la paralización de las actividades económicas lo que ha supuesto un "menor impacto" en algunos elementos que son claves para tomar esta medición como son la tala forestal o las emisiones de gases de efecto invernadero por la combustión de combustibles fósiles.

La tendencia es cada vez más clara: cada año consumimos por encima de la capacidad natural del planeta de generar y de recuperarse. En estos momentos consumimos a nivel mundial el equivalente en recursos a 1,6 planetas y solo tenemos un planeta. Si cogemos el caso del Estado español, se mantiene en la media de la Unión Europea, de modo que consume 2,5 planetas cada año -Navarra está por debajo-, por lo que es vital cambiar el "modelo de producción y consumo". Es por ello, que es de suma importancia que los fondos que se destinen a la recuperación económica deben impulsar medidas que apunten actividad económica que garantice la sostenibilidad en la explotación de los recursos.

Y cada cual, a nivel particular debemos asumir que se pueden cambiar las cosas y consumir de manera diferente. Vivimos en un planeta con recursos limitados. Consumimos por encima de la capacidad de regeneración de nuestro planeta. Nuestro sistema alimentario es insostenible, derrochador y genera pobreza y desigualdad.

Nada más sencillo que calcular el tiempo que, de seguir así, le queda a la insostenibilidad de nuestro modelo de vida. No se trata de nomadear, sino de no agotar amparados por la distancia entre la producción y el consumo. Por supuesto, ni el Fondo Monetario Internacional, ni el Banco Mundial abordan esta otra cuenta de resultados.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente