bservo con dolor y un punto de indignación el lugar donde nací, Madrid, desde el que vivo, Navarra. Me duele que la irresponsabilidad de unos, la complicidad cobarde de otros y la incompetencia de sus dirigentes le estén llevando día tras día a ser noticia de las primeras páginas nacionales e internacionales.

Reflexiono sobre que Madrid sea epicentro de esta nación variada que es España, lugar de encuentro, de mezcla diversa, plural, mestizo, donde tradicionalmente se acoge bien a quien llega con buenas intenciones, Pero lamentablemente también está siendo epicentro de la pandemia, de las tensiones y desencuentros. El lugar donde confluyen los errores y desaciertos cometidos para poner freno a la covid-19, las mejores y peores pasiones y comportamientos del ser humano. Donde los buenos se mezclan con los canallas, los sensatos con insensatos, responsables con irresponsables.

Por eso desde mi otra mitad, Navarra (curiosamente la zona número dos de ranking, como ahora recuerda la inefable Ayuso), me duele Madrid, su terrible situación actual.

Una situación suma de muchas circunstancias, desde el fracaso de una sociedad incapaz de controlar sus peores instintos, a unas administraciones que se ven desbordadas por el bicho, a veces por desconocimiento, otras por miedo y muchas más simplemente por incompetencia. No excluyo a ninguna, absolutamente ninguna. Ese fracaso colectivo nos está situando al borde de un peligroso precipicio y urge hacer algo contundente y rápido.

Madrid y detrás el resto del país ha llegado hasta ese lugar fruto de esos fracasos entre los que sobresalen dos; la incapacidad de nuestra sociedad de controlar a los insolidarios y la falta de unidad entre las fuerzas sociales y políticas. Poca gente ha entendido, desde luego en la cúpula de partidos e instituciones ninguna, que este virus no tiene ideología, aunque a veces parezca que sí.

Tampoco nacionalidad, ni condición social, pero resulta evidente que debido a las diferentes circunstancias de vivencia, está afectando más a quienes viven hacinados en repletos pisos minúsculos donde guardar la diferentes medidas de seguridad resulta tarea imposible, que a aquellos que disfrutan de grandes espacios internos y externos. Es así de injusto.

Más a quienes para desplazarse a sus trabajos deben usar el transporte público, especialmente metros y autobuses a rebosar, que a quienes usan cómodos coches. Todo eso es cierto, pero aunque no existen estadísticas fiables no parece descabellado intuir que la mayoría de los contagios que inician la cadena de acontecimientos hacia el ingreso hospitalario y a veces a la muerte, que provocan daños a la economía y el empleo, que dificultan la ida de nuestros chavales al colegio, se producen por la irresponsabilidad de algunos, por cierto no tan pocos como aseguran los buenistas.

¿Qué hacer ante esta tremenda situación?

Lo primero, si tuviéramos una clase política como la que tuvimos la suerte de disfrutar durante la Transición, buscar generosamente puntos de encuentro para enfrentarnos juntos a la pandemia y a los canallas que ayudan a su extensión. Quizás utilizando la imaginación para una vez que nos hemos dado cuenta de que las campañas de concienciación, de convencimiento e información no funcionan, pero tampoco la de las multas disuasorias, buscar alternativas nuevas. Por ejemplo, que el castigo a las infracciones no sea económico, o al menos no solo, sino que se utilice la fórmula de los trabajos sociales. Cuidados de ancianos en residencias con covid, limpieza de hospitales de las mismas características, apoyo en el rastreo de contagios, etcétera.

Eso permitiría un doble efecto, el castigo a los canallas y que pueden ver en directo el mal que han provocado o podrían provocar.

Para todo esto necesitamos que la reacción sea colectiva, codo con codo, especialmente partidos e instituciones, pero también la sociedad.

Lo ocurrido el pasado lunes cuando la reunión entre Sánchez y Ayuso abrió una ventana de ilusión y esperanza, que se cerró violentamente a las pocas horas e incluso minutos, no se puede ni debe repetir. La imagen esperpéntica de la confrontación actual produce sonrojo y enfado. A veces da la sensación de que la clase política actual está en situación de levitación por encima de la sociedad sin ser conscientes de lo que pasa aquí abajo.

De esta crisis sanitaria, de la económica que además está provocando, o salimos juntos social y políticamente o no salimos.

Para evitar el título de este artículo, que de Madrid y de España vayamos directos al abismo y no precisamente al cielo, urge un plan extraordinario de choque, una especie de II Pactos de la Moncloa covidianos.

Un acuerdo que aúne fuerzas y esfuerzos, de derechas a izquierdas, de Bildu y ERC a PP y Cs pasando por PNV, PSOE, Podemos y PDeCAT, incluyendo a los sindicatos como CCOO y UGT, para hacer frente a un virus que se potencia, se hace más fuerte con nuestra división. Quizás con un eslogan que en su día retumbó en sus calles y plazas como sinónimo de confrontación, pero que ahora debemos reconvertir en justo lo contrario frente a la covid-19: ¡no pasarán! No pasará ni este coronavirus ni otros que puedan venir en el futuro. Esa unión además debe estar sustentada en la cesión de papeles a quienes saben, a los expertos, sanitarios, científicos, virólogos, que ya se están poniendo de acuerdo lanzando documentos para indicarnos el camino a seguir.

En este instante de la pandemia los políticos, todos deben dar paso a los expertos, los que están en primera línea de la batalla contra el virus, médicos, enfermeras, internistas, de atención primaria, urgencias y los que lo analizan desde la retaguardia, epidemiólogos, científicos, etcétera. Veremos€

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE