o es muy conocido el tema de que las fechas de la Navidad se plantearon a finales de diciembre para coincidir con el solsticio de invierno. La razón principal es que antes de la llegada de la religión cristiana existía la costumbre de celebrar ese día. Desde luego, tiene todo el sentido del mundo: es el día más corto del año y a partir de ese momento llegará la luz que durará cada vez más tiempo hasta llegar el solsticio de verano.

Todas las culturas han mantenido la tradición de realizar diferentes fiestas. En algunos aspectos incluso la muerte puede llegar a tener un pequeño motivo de celebración, aunque la pena sea inevitable. Al menos hemos sido dichosos por haber compartido momentos y experiencias con amigos o familiares que han fallecido. Desde luego, este matiz es importante. Cuando tenemos una desgracia, sea del tipo que sea, tendemos a buscar una noticia buena, aunque sea minúscula, que sea de consuelo. Es un tema de conversación recurrente en funerales o tanatorios: "nos preocupamos de tonterías y luego mira lo que pasa. Todos vamos a terminar en la misma caja". Pasado un tiempo, volvemos a nuestros hábitos de toda la vida. Y nos seguimos preocupando por tonterías. Además, no tiene sentido estadístico: diferentes estudios (no sé cómo demonios se hacen) estiman que tan sólo se cumplen el 10% de los sucesos que nos preocupan. Y todavía hay un matiz más grave: cuando ocurren, no lo pasamos tan mal como creíamos. Normal: los seres humanos subestimamos nuestra capacidad de adaptación.

Por desgracia, no estamos para fiestas. Las reuniones van a ser escasas y muchas personas lo están pasando mal no sólo en términos laborales: la salud se resiente. En términos físicos y también en términos mentales. Cuidado con el manejo emocional de cada situación: el cerebro es el único órgano que puede autodestruirse. Aunque existen situaciones extremas que nos llevan a ver el mundo como un enorme agujero negro en el que nos ha tocado vivir, siempre es recomendable buscar pequeños asideros de esperanza. Las pequeñas cosas.

Sí, Groucho Marx ya decía que la felicidad estaba en las pequeñas cosas: "un pequeño yate, un pequeño palacio, unos pocos millones".

Uno de los países más felices del mundo es Dinamarca. Curiosamente, los ciudadanos confían en el Gobierno. Su ideología es el espíritu hygge. Aunque se traduce como lo acogedor, su espíritu es más importante: se trata de las pequeñas cosas. Tomar una copa de vino en el calor de la casa, dar un paseo viendo al atardecer o charlar alegremente con los amigos. Son cosas que no valen dinero y, sin embargo, dan valor a la vida. En otras palabras: lo que se puede comprar con dinero vale poco.

Las estadísticas habituales de consumo de pantallas, sea teléfono móvil, televisión, tablet u ordenador, asustan. En Japón, país adelantado en avances tecnológicos, se detecta un problema en personas adictas a estos aparatos: han perdido la memoria a corto plazo. Es grave, ¿no? Todavía no han salido estudios, pero cuesta creer que alguien piense, antes de morir, que debería haber estado más tiempo consultando el teléfono móvil.

El ser humano es social por naturaleza. De hecho, es una de las razones que explican vidas más largas en cantidad y dichosas en calidad. Como ejemplo límite, una mujer con problemas de soledad puso un anuncio para vender su piso. No tenía intención de hacerlo, pero así, al menos, podía hablar con gente.

¿Cómo recuperar esa vida social que nos ha quedado tan limitada? Vamos a buscar opciones. Uno, es recomendable tener una pequeña burbuja cercana: familia directa, amigos íntimos y, usando un término de moda, allegados. Dos, aprovechar las tecnologías para conectarnos de forma más personal: es muy útil llamar y que se nos vea, al menos, la cara. Tres, en el caso de tener algún compromiso presencial, cuidar todos los protocolos. Cuatro, aprovechar la excusa del covid para no estar con quien no deseemos estar. Es algo que se hace pero no se dice.

Por último, ¿cómo afrontar el espíritu de las fiestas? ¿Son un simple solsticio de invierno? ¿Son la celebración más importante del año? ¿Son pura hipocresía en la que deseamos a los demás una paz y felicidad que ni siquiera nos importa? ¿Son un simple invento para fomentar el consumo?

La respuesta a todas estas preguntas es abierta a nivel social y cerrada a nivel personal. Es útil meditar y reflexionar acerca de nuestros deseos y necesidades para estos días. Y sacar conclusiones. Y disfrutar. No se trata de comer y beber para empezar enero con un régimen alimenticio y monetario.

Es mucho más. Por ejemplo, podemos aprender a valorar el tiempo con los demás y aprovechar los momentos en soledad para encontrarnos a nosotros mismos.

Al fin y al cabo, eso es la esencia de la Navidad.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela