penas han pasado unas semanas desde el inicio del nuevo año 2021 y puede ser oportuno hacer unas breves reflexiones sobre el año que acaba de terminar y la perspectiva del nuevo a la luz de los últimos acontecimientos y los vaticinios de algunos medios de comunicación relevantes.

Qué duda cabe que el gran fenómeno del 2020, año bisiesto, no lo olvidemos, ha sido la irrupción como un huracán impetuoso y deletéreo de la pandemia del coronavirus. Ninguna persona viviente prácticamente podía recordar algo semejante. Habíamos leído del acontecer de plagas más o menos universales o pandémicas como la tristemente célebre peste negra del siglo XIV, o la más cercana de la gripe del año 1918 (me resisto a llamarla española por ser una falsedad simplificadora), recordada por personas como mi madre, María Jesús, ya fallecida, que la vivió en su infancia. La globalización, tan alabada por unos como denostada por otros y que ha venido probablemente para quedarse, ha contribuido decisivamente a su rápida difusión y catastróficas consecuencias.

Dado que el megachandrío ha tenido tan abrumadora cobertura en los medios por la extensión de los contagios y las dolorosas cifras de fallecimientos, y previsiblemente la tendrá en el futuro, no incidiré más en el tema. Es claro que este azote se ha ensañado singularmente en España, no tanto quizá por nuestra peculiar idiosincrasia, sino por la naturaleza de su estructura económica, demasiado inclinada hacia los servicios como el turismo.

Otro factor también que trasciende nuestras fronteras y que se ha intensificado, si cabe, en el 2020, ha sido el efecto Trump, al coincidir sus despropósitos, mentiras, baladronadas y abusos con las elecciones en los EEUU. La pandemia ha incrementado también sus desvaríos con recetas estrafalarias, desdén por la ciencia y tremendos errores de gestión. Añádase a esto el incremento de su deriva racista, ataque a las instituciones democráticas e invención de un insólito contubernio general proclamando, sin pruebas, el fraude masivo en las elecciones perdidas por él en noviembre.

Es absolutamente estrafalario o esperpéntico el que el propio presidente, cuyos poderes son los más aproximados a un emperador del Antiguo Régimen, denuncie el robo de elecciones. Lo normal en el mundo, especialmente en países sin tradición democrática y débiles instituciones, es que sea la oposición, muchas veces con razón, la que acuse al Gobierno, que cuenta con los resortes del poder y la fuerza, de haber cometido el pucherazo. Aquí es al revés ¡increíble!

La culminación de esta farsa, no sustentada en absoluto por la judicatura, a pesar de ser muy numerosos los jueces nombrados por el propio Trump, ha sido el ominoso ataque al Capitolio, que ha dejado chiquito al de Tejero. Esta incursión chapucera pero muy peligrosa potencialmente, instigada por el propio Trump, con escenas como la del atacante repantingado en el sillón de la presidenta del Congreso, quedarán para la posteridad como muestra de la polarización y desvarío existente en el país más poderoso del mundo, instigados, además, por el que más ejemplo habría de dar de respeto a sus instituciones.

Es evidente, por otra parte, que las semillas sembradas por Trump han calado en el pueblo estadounidense, en especial entre esas clases sociales blancas desprovistas de estudios universitarios (college), que han resultado perjudicadas por la globalización. Esta población tiene derecho a estar indignada por la desatención de sus políticos, pero no es Trump el héroe o paladín digno de representarlas. El expresidente es un individuo ególatra, supremacista y carente de empatía, como lo cuenta su misma sobrina Mary, autora de un relato familiar demoledor. Donald Trump se ha demostrado bueno para bajar los impuestos a los ricos y no pagar él mismo sus impuestos, manteniendo al mismo tiempo unos salarios deprimidos en el caso de los trabajadores poco cualificados.

La victoria de Joe Biden, un político respetable y respetado por su experiencia e ideas de progreso, en las elecciones de noviembre, confirmada con su toma de posesión el pasado 20 de enero del 2021, certificó la defunción política del expresidente, abriendo una puerta de esperanza. Queda, sin embargo, como amenaza pendiente, el peso de sus votantes: nada menos que 74 millones, que siguen insistiendo en el robo de la presidencia por fuerzas ocultas o arte de magia negra, como si creyéramos todavía en hechicerías.

Destacamos singularmente en el capítulo de la esperanza el descubrimiento de la vacuna, obtenido además en un tiempo récord, gracias a la ciencia y los considerables recursos dedicados por los estados y la industria farmacéutica. Falta ahora que todos los países cuenten rápidamente con las dosis necesarias y repartidas también equitativamente, priorizando siempre, sin trampas ni ventajismos, a los sectores más vulnerables y por tanto más necesitados.

En el lado positivo hay que resaltar también la meritoria labor de la Unión Europea, con la comisión a la cabeza, y la imprescindible ayuda de Angela Merkel al conseguir articular un gigantesco paquete de ayudas de 750.000 millones de euros a fin de contribuir a paliar los daños de la pandemia, reforzando en lo posible también nuestras economías. La ayuda a España es una cifra descomunal que supera los 140.000 millones de euros, de los cuales algo más de la mitad son pura donación. Esta infusión de capital queda sometida a condiciones rigurosas de seriedad y reformas inteligentes, sin trampas ni picarescas. El objetivo es reformar nuestra estructura económica, tan deficiente en muchos aspectos.

Otro dato positivo para España ha sido la aprobación, por fin, de unos nuevos presupuestos mucho más sociales en pos del bienestar y la prosperidad de los más necesitados. Así, se trata de revertir las injustas políticas del Gobierno del PP, que ahondaron en la brecha sangrante de la alarmante desigualdad española. Formulemos, por tanto, sin buenismos ni ingenuidades simplistas, una esperanza prudente en nuestro porvenir.

Quedan, sin duda, muchos problemas y desafíos pendientes: como el combate contra el cambio climático, la desigualdad, la emigración o doblegar efectivamente la pandemia, pero hay que destacar respecto al primero la radical actitud del presidente Biden al decidir inmediatamente el retorno de los Estados Unidos al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, del que su antecesor se había desligado, y respecto al último la vuelta, también, a la Organización Mundial de la Salud (OMS), de la que igualmente había desertado Trump. Es el retorno a la cooperación necesaria entre países, a la que tanto había despreciado su antecesor.

El autor es doctor en Derecho

El expresidente es un individuo ególatra, supremacista y carente de empatía, como lo cuenta su misma sobrina Mary, autora de un relato familiar demoledor