yer, 7 de abril, se celebró el Día Mundial de la Salud. La crisis mundial del coronavirus lo convierte en una oportunidad para reconocer el trabajo, esfuerzo y dedicación de todos los profesionales de la salud: celadores/celadoras, enfermeros/enfermeras, médicos/médicas especialistas...

También es momento de reflexionar sobre nuestro estado de salud, valorando si nuestros hábitos posibilitan estar sanos y preservar la biodiversidad y el medio ambiente. Nunca había quedado tan evidente la relación entre salud individual y salud del planeta que con la actual pandemia.

En 1948 la OMS definió la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social”, concepto ya ampliamente sobrepasado. Estar o sentirse sano no se define por el hecho de no estar enfermo, sino que abarca múltiples facetas del ser humano; la Medicina procura, cada vez más, no sólo tratar las enfermedades, sino también preservar y mejorar la salud.

No puede entenderse la salud de una persona como una cualidad aislada del entorno en el que vive. En 1995, Dubos definió salud como “el estado de adaptación al medio y la capacidad de funcionar en las mejores condiciones en este medio”. En 2009, un aborigen que participó en un taller sobre interculturalidad celebrado en Buenos Aires, la define como “el equilibrio entre las fuerzas naturales y espirituales entre los individuos y las comunidades. Se entiende como un todo holístico de bienestar físico, moral, social, espiritual y equilibrio cósmico. La enfermedad existe por desequilibrio, avasallamiento y falta de convivencia armónica”.

Este concepto puede considerarse, en algunos aspectos, precursor de cómo se entiende actualmente. Nuestra concepción de la salud está fuertemente influida por la mirada multicausal: la interacción de factores de diverso origen y naturaleza (sociales, ambientales, económicos y otros) posibilitan que se produzca la enfermedad. Se concibe como un proceso de equilibrio entre el organismo humano y el ambiente en el que influyen factores históricos, políticos, económicos y sociales, que determinan que una enfermedad se inicie y desarrolle en determinados sujetos e incida con mayor peso en determinados grupos poblacionales.

En 1974, el canadiense Informe Lalonde amplió la comprensión de la salud al introducir el concepto campo de la salud, determinando cómo la conjunción de varios factores afectaba la salud de su país: la biología humana, el medio ambiente, el estilo de vida y la organización de las prestaciones en atención de la salud.

Un importante número de estudios han mostrado la correlación entre esperanza de vida y otros indicadores de salud, con indicadores de estatus social (ingresos económicos, nivel educativo, ocupación, lugar de residencia, etcétera) que están relacionados con el concepto de grupo social, entendiendo como tal una serie de individuos que comparten rasgos biológicos, económicos, políticos o culturales. Todos los estudios concluyen que las personas que ocupan las posiciones sociales más altas gozan de mejor salud y viven más tiempo. Ingresos, posición social, educación, redes de apoyo social, condiciones de trabajo, entornos físicos, características biológicas genéticas, desarrollo en la infancia, servicios de salud, etcétera, constituyen los denominados determinantes de la salud, que condicionan que unas personas estén sanas y otras enfermas. Algunas personas llevan una vida más sana y tienen mejor acceso a los servicios de salud que otras, debido exclusivamente a las condiciones en las que nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, en nuestro desigual mundo.

La covid-19 nos ha puesto frente a la realidad, poniendo de manifiesto enormes desigualdades en salud que provocan enfermedades evitables y muertes prematuras que, lamentablemente, muchas veces pasan desapercibidas. Las desigualdades e inequidades en salud deben ser una preocupación especial en una sociedad democrática. Son necesarias políticas sociales que garanticen que todas las personas tengan unas condiciones de vida y de trabajo que favorezcan la salud; reduzcan las desigualdades en esta materia y aseguren una sanidad de carácter público y universal, de calidad excelente en todas sus vertientes de prevención y promoción de la salud, de acuerdo con los principios de equidad, participación, eficiencia y sostenibilidad.

El modelo de desarrollo socioeconómico actual es insostenible y conduce al agotamiento de los recursos naturales y del Estado del Bienestar. Las políticas aplicadas en las últimas décadas no sirven y es necesario un nuevo modelo productivo para que nuestro mundo no se agote, ya que nuestra salud depende de la salud del planeta.

El sector sanitario en España se enfrenta a un problema de sostenibilidad derivado, entre otros motivos, de factores demográficos y biológicos. Afortunadamente, se incrementa la esperanza de vida y el número de personas mayores, pero con ello también las enfermedades crónicas, la demanda de servicios y el gasto sanitario.

La sostenibilidad en relación al sistema sanitario hace referencia a la sostenibilidad económica por el gasto que provoca. Sin embargo, el problema de los sistemas sanitarios no es su sostenibilidad, ya que se trata de un concepto político que depende de la opinión de los distintos parlamentos sobre la capacidad de gastar incrementando la presión fiscal a su juicio. Por tanto, debe ponerse en valor el concepto de solvencia, entendiendo como tal la capacidad del sistema sanitario para solucionar los nuevos retos que la sociedad le traslada (tecnológico, longevidad, nuevos servicios, mejor calidad asistencial, etcétera). La solvencia es un concepto técnico que, aun sabiendo que los recursos son finitos, tiene validez sea cual sea la sostenibilidad financiera de la que se dote al sistema, a menudo marcada por la idea de que más y más gasto es siempre mejor.

Cuando se incorporan nuevos tratamientos no se sustituyen los antiguos, de modo que todas las innovaciones acaban siendo incrementalistas en el gasto o de impacto nulo. Así, el sistema se visualiza como financieramente insostenible cuando su problema real es de insolvencia y consumo desproporcionado a las necesidades reales. Hay que buscar sinergias en beneficio del paciente, de la sostenibilidad y solvencia de nuestro sistema sanitario.

También en el ámbito sanitario la propuesta socialverde implica un profundo cambio del modelo socioeconómico, de estilo de vida y de hábitos, que lleve a una utilización más sostenible de los recursos, reducción del consumo desaforado, consecución máxima del ciclo de vida de los productos, etcétera. Sólo así se podrá garantizar la sostenibilidad medioambiental y la lucha contra las desigualdades sociales. No es posible cambiar los aspectos demográficos que afectan al sistema de salud, pero sí lo es actuar en consecuencia para mitigar sus efectos y seguir construyendo entre todos un modelo mucho más eficaz, eficiente y solvente.

El autor es exconsejero de Salud del Gobierno de Navarra. Vocal de la Ejecutiva de Geroa Socialverdes-Sozialberdeak

La covid-19 ha puesto de manifiesto enormes desigualdades en salud que provocan enfermedades evitables y muertes prematuras que muchas veces pasan desapercibidas