a hiperdigitalización está transformando lo que somos como especie de primate social. De media, las personas desbloqueamos una vez cada 6 minutos el móvil. A la vez, empresas y universidades trabajan al unísono para, a través de la web, manipular qué pensamos y hacemos. Diferentes ramas científicas, como la economía del comportamiento, la psicología y la neurociencia, han identificado las vulnerabilidades de nuestra mente. Y se aprovechan de ellas para vender. Y, de paso, nos pueden controlar si somos objeto interesante de control.

La autoestima es una vulnerabilidad. En la red se da una importancia descompensada a lo estético y lo físico. Y por eso nos fascinamos por espiar y por impactar, por mostrar lo que no somos con los filtros, por destacar lo bueno y ocultar los defectos. Cada uno de nuestros actos queda sujeto a la cuantificación pública. Y así se empieza a vivir para mostrar, y no para disfrutar. Esta vulnerabilidad, unida a una necesidad, es una fuente de beneficios empresariales. Usan esa vulnerabilidad para cautivarnos y para manipularnos. Por ejemplo, se aprovechan del generalizado deseo de emparejarse. Y usan técnicas abusivas con tal de sacar beneficio empresarial. Porque una plataforma de citas para adult@s no quiere que encuentres pareja, sino que la busques€

Otro blanco fácil son niñ@s y jóvenes. Los bebés ya están considerados como target consumidor, y se diseñan productos específicos para cautivarlos. La OMS dice que antes de los dos años no debe pasarse ni un segundo al día delante de una pantalla. Pero hay una media de dos horas y media. Un tercio de la infancia utiliza pantallas antes de aprender a andar, en un momento crucial del desarrollo nervioso y psíquico. La pantalla se ha convertido en un chupete electrónico que deja libres de la responsabilidad de la crianza a las mapadres, y reemplaza el contacto físico, el uso de la palabra y los juegos de crianza. Como consecuencia, están registrándose déficit en la adquisición del lenguaje, en la atención y el desarrollo socioemocional.

Hemos llegado a este capitalismo de plataformas a través de un camino que puede rastrearse. En un principio se tuvo la expectativa que todo en internet debía ser gratuito. Y por eso las empresas que ofrecían servicios gratuitos incluyeron publicidad clásica. Enseguida acumularon datos para ultra-segmentar el mensaje publicitario. El siguiente paso lógico era fidelizarnos a sus plataformas, porque ése es el tiempo que venden a sus anunciantes. Y así nació el hackeo de la atención. Cada segundo que no nos conectamos es tiempo que no es vendible. Y están dispuestas incluso a inducirnos hábitos insalubres, como no dormir, con tal de maximizar sus beneficios. Esta política empresarial se basa en algo nuestro, la ingenuidad con la que aceptamos sus aplicaciones que, como son gratis, no cuestionamos.

El móvil no es sólo un teléfono. Es una terminal digital integral que nos cabe en la mano, está con nosotros en todo momento y en todos los sitios. Y que, como una droga, engancha. Con un contenido capaz de llenar cada vacío de la vida. Y nos mantiene ensimismados, distraídos, impacientes y, sobre todo, consumidores pasivos. Cada persona y nuestras instituciones públicas debiéramos velar para que estas tecnologías estén al servicio de la vida que queremos vivir, y no de la vida que otros necesitan que vivamos.

La hiperdigitalización de nuestra sociedad es otra de las causas de los problemas globales que enfrentamos, porque ha permitido el comercio global contaminador, ha promocionado el uso de más energía, ha colaborado en la urbanización de nuestra civilización humana. Si estos planes públicos pretenden superar el cambio climático, la toxicidad del medio y la hiperurbanización, no podemos usar estas tecnologías con la misma mentalidad digital que hemos tenido hasta ahora. Debemos cuestionar estos instrumentos y el uso que hacemos de ellos.

Aunque hoy nos parezca imposible, en la realidad digital también va a acaecer una contracción material, y la tecnología disponible consecuente puede ser motivo de conflicto social. La solución a los problemas sociales no va a venir directamente de ella, sino de un proceso intelectual, social y cultural que analice para qué y cómo usamos estas tecnologías, y qué debemos cambiar de ello si queremos cambiar el mundo. No debemos privarnos de esos maravillosos instrumentos, sino promover un uso que nos favorezca al máximo, que democratice más la comunidad, y no al contrario, pero además, dentro de las posibilidades de consumo que nos dé el medio físico del que extraemos energía y recursos para ellos. Debemos trabajar por la democracia en la red y por un uso responsable de ella.

La autora es miembro de Iruña Gerora