asta hace muy poco el vehículo eléctrico era un desconocido. Sin embargo, últimamente el vehículo privado está sometido a un verdadero cambio en el que se pretende pasar de la propulsión con motor de combustión interna, por coches propulsados con motores eléctricos, que alimentan las baterías que llevan y que hay que cargar de la red eléctrica.

Esto ha provocado en todos los países del mundo un tremendo movimiento de ajuste que se tiene que dar en pocos años. Los argumentos son múltiples.

En el contexto actual de crisis socio-climática que se manifiesta, entre otros aspectos, en la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad y el aumento de la contaminación, es absolutamente necesario planificar estrategias que permitan descarbonizar la economía. Estas estrategias deben tener en cuenta el escenario de escasez de recursos que existe, además de contribuir a reducir la desigualdad, a frenar la pérdida de biodiversidad y atenuar la contaminación.

Actualmente, el sector del transporte es el principal emisor de dióxido de carbono (CO2) del Estado español (2018) -en Navarra es el segundo-, siendo la mayor parte de estas emisiones (90%) provenientes del transporte por carretera. Por tanto, la descarbonización del transporte es una necesidad imperiosa. Y así se presenta el vehículo eléctrico.

Este modelo de transición es una oportunidad para realizar un necesario cambio de rumbo en el transporte, ya que una simple sustitución de turismos de combustión interna por eléctricos conllevaría grandes problemas e impactos ambientales.

La ventaja principal del vehículo eléctrico es la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero de este tipo de vehículos respecto a los de motor de combustión interna (sea de diésel o de gasolina o incluso de gas), según diversos estudios. Así, por ejemplo, la Agencia Europea de Medio Ambiente, en un trabajo realizado en 2018 afirma que, teniendo en cuenta todo el ciclo de vida de un vehículo eléctrico (fabricación de los vehículos, obtención del combustible o energía, y el gasto energético para el desplazamiento), los vehículos pueden suponer una reducción del 17 al 30% de emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a los vehículos convencionales de combustión interna en las condiciones tecnológicas actuales en la UE. Conviene señalar que este estudio de la Agencia Europea de Medio Ambiente no considera las emisiones de diversas infraestructuras necesarias para el desarrollo del vehículo eléctrico, como las electrolineras, extensión de la red eléctrica, aumento de las plantas de generación, etcétera, que en el caso del vehículo de combustión ya están construidas.

La segunda de las ventajas es que los vehículos eléctricos ayudan a mejorar la calidad del aire en las ciudades y los municipios, ya que no emiten ni óxidos de nitrógeno ni partículas. Aunque también es cierto que, al estar propulsados por electricidad, la contaminación proviene de centrales eléctricas, que normalmente no están cercanas a lugares densamente poblados. Los coches eléctricos pueden además reducir la contaminación acústica, sobre todo a bajas velocidades.

Otra ventaja de los vehículos eléctricos es que generan una menor cantidad de residuos, y en especial de residuos peligrosos, debido a la menor necesidad de productos como refrigerantes, lubricantes o aceite de cambio de marchas.

Pero también el vehículo eléctrico hereda una buena parte de los problemas e impactos que ocasiona el coche privado actual de combustión interna, como la ocupación del espacio público en nuestros municipios y ciudades, la congestión del tráfico con los consabidos atascos, accidentes de tráfico, atropellos, o la necesidad de grandes vías de comunicación que seguirían existiendo si se trata de sustituir a los vehículos actuales de combustión por los eléctricos.

Además de estos problemas, el vehículo privado genera otros nuevos, como la fabricación de baterías y motores eléctricos con la explotación de muchos materiales. El acceso a minerales para la fabricación de baterías y motores eléctricos, como el litio, cobalto o el níquel, que son escasos, produce impactos sociales y ambientales en su extracción, incluso la vulneración de derechos humanos.

De la misma manera, hay que tener en cuenta que el uso de gran número de vehículos eléctricos necesitará un mayor desarrollo de las energías renovables, lo que supondría un importante impacto ambiental y social, como ocupación de tierras con otra potencialidad, impacto de los parques fotovoltaicos y eólicos en el paisaje y en la avifauna, etcétera.

Otra cuestión importante es que los grandes índices de motorización de las sociedades occidentales (del orden de dos personas por automóvil) no son extrapolables al resto del mundo, sean vehículos eléctricos o de combustión. Cualquier estrategia en el transporte, vista desde una óptica socialmente justa y ambientalmente sostenible, debe pasar por una clara reducción en el uso de energía y materiales, es decir, por una disminución del número y tamaño de los vehículos.

Para descarbonizar el transporte rodado se debe impulsar un cambio radical de modelo de transporte que reduzca la necesidad de movilidad motorizada y favorezca la accesibilidad, promoviendo los modos de transporte no motorizados (desplazamientos a pie y bicicleta) y el transporte público colectivo eléctrico, reforzado con fórmulas como el transporte a demanda en lugares con menor densidad de población. Taxis y coches compartidos pueden responder a necesidades de movilidad específica.

El nuevo modelo requerirá inversiones (espacios peatonales, infraestructuras ciclistas, transporte público), y los recursos deben destinarse a estos cambios y no a subvencionar la compra para la renovación de los vehículos privados como se está haciendo. Otra cuestión diferente es el caso de los taxis y flotas públicas.

Sin duda, se deberá prestar suma importancia a la afección sobre el empleo de los cambios del transporte, pero lo dejo para otra ocasión.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente