rente al espíritu sacrificial predicado por Patocka para la izquierda más o menos reformista e incluso libertaria, y que parte de la misma exhortaba como vía a seguir anterior y posteriormente a las dos sucesivas crisis que en el breve lapso de tiempo de este inicio de siglo se han ido relevando, éste es un orden que como mucho ya sólo aspira a la expresión habermasiana de recuperación de la "política de compensaciones" propia del capitalismo tardío que tan buen resultado le ha dado en los últimos tiempos, asegurando "la lealtad de las masas dependiente del trabajo". Y esto seguiría siendo así de no ser porque la cada vez más mermada condición de la misma, debido a la precarización del mercado laboral y ausencia de conciencia de pertenencia a clase alguna que es propia de sus actores en el presente, cuestiona el horizonte de un futuro dominado por las tres patas de las políticas del social-capitalismo en que se ha convertido la añorada sociedad igualitaria, cuales son la garantía de un mínimo de bienestar, estabilidad en el trabajo e ingresos. Por ello mismo, la predicada vuelta a la normalidad parece suponer, en todo caso, el retorno de inercias creadas alrededor del uso más cotidiano del así denominado, por la social-fenomenología, como "mundo de la vida" en la interpretación dada experiencialmente de nuestra efímera existencia.

Estrechamente asociado a esta concepción se da la hasta cierto punto paisajista noción de "horizonte". Un umbral delineado donde se pierde la mirada apuntando un esbozo del más allá a través del distanciamiento postergador de nuestras más urgentes y perentorias necesidades, y al cual el cortoplacismo de miras impuesto por el imperativo consumo nos impide acceder. No tener más horizonte que el que muestra la estantería repleta de productos para el consumo es la cenital cúspide a alcanzar desde la tradicional tienda hasta el centro comercial, desde la terraza expansiva hasta el macrobotellón. Y de ahí también que en su día me embelesara aquella misteriosa denominación del comercio tradicional como "ultramarinos", de allende los océanos, abriendo una ventana al horizonte de nuestra cándida, impúber, imaginación. Más bien poco parece ser lo que hemos aprendido de esta crisis pandémica, dada la voluntad que unánimemente manifestamos por una añorada vuelta a ese acotado mundo conocido de la vida al que estamos habituados. Otra más de las oportunidades desperdiciadas cuando el imperativo emergente de una última ocasión es predicada hasta por el propio sistema al que debemos la dominación en sólo aparente total inversión de la piramidal jerarquía por la que se haya regido el mundo secularmente. Una también velada pugna entre dos tipos de praxis: la del objetivismo cientificista y la del subjetivismo tradicional de la razón política y, por ende, económica.

Tal vez pueda ser el que nuestra ilustrada juventud, repleta de saberes y conocimientos cuyo acceso en las sociedades tradicionales le estaba poco menos que vetado, muestre la consustancial rebeldía del momento como un modo de fuga de la realidad y escapismo vital propio de la interpretación de aquel horaciano carpe diem favorecido por la ausencia total o parcial de expectativas, de un mundo de la vida con el que todo ser debiera tener derecho a contar favorecido por la labor realizada por aquellas generaciones precedentes. Algo se está haciendo mal cuando no es así. "Esta mirada que se niega a los que están próximos y que se da, sin embargo al horizonte", en la expresión de Jean Paris sobre una obra de arte del pintor Carpaccio referida al periodo renacentista, es la que se repite en el momento que el sistema vuelve la espalda al futuro haciéndonos creer falsamente ser partícipes del mismo. Me da a la nariz, y no creo descubrir nada nuevo, si afirmo que los logros del futuro lo sean cada vez menos democráticos y más elitistas estando controlados por la individuación de una infinidad de intereses corporativos de las últimas.

En tal caso, no sé si una línea de horizonte puede estar dominada, o no, por un punto de fuga, pero respecto de lo más éste es el penúltimo escenario al que tal vez impasiblemente podamos asistir. Aunque solo sea para que quede meridianamente claro el que tal punto de fuga participa en su realización de la categoría de lo impropio permutando la oculta realidad por una simulada apariencia. Toda la negatividad habida implica una positividad de hechos en algún lugar. Así como para Alfred Schütz todo objeto de la experiencia tiene al menos dos horizontes: uno interno y otro externo. De horizontes de la cotidianidad nos habla este filósofo al que Habermas no maltrata demasiado, y del que afirma haber aprendido mucho, en el libro de ajuste de cuentas con el pensamiento de la época en que consiste sus Perfiles filosófico-políticos dedicado a Adorno. En él se afirma que: "El científico social debe, en cambio, ocuparse de la cuestión descriptiva de cómo funciona de hecho este aspecto fenoménico que constituye el horizonte de la vida diaria (...). Su punto de partida -en comentario de Habermas- es la distinción entre lo problemático y lo evidente de suyo. Schütz concibió el mundo de la vida como el suelo no problematizado de la praxis cotidiana. Por esto trató en primer lugar de aclarar que significa concebir algo como obvio, como algo que se da por descontado hasta que no hay más remedio que ponerlo en cuestión".

A la hora de hacer balance de lo que ha supuesto en nuestras vidas las dos consecutivas crisis a las que impávidamente hemos asistido, y de la que todavía damos muestras de no terminar de entender sus causativos principios, un solo estado parece influir en el ánimo de todos nosotros, no siendo otro que aquél de "sorpresa". Y en éste último sentido entresacaré, en conclusión necesaria, una bella frase del mencionado fenomenólogo social: "La vivencia de sorpresas extremas remite vigorosamente a la intransparencia fundamental del mundo de la vida". Es decir, a aquello que hace de nuestra vida una aventura en la que nada previamente se nos da como asegurado.

El autor es escritor

Más bien poco parece ser lo que hemos aprendido de esta crisis pandémica, dada la voluntad que unánimemente manifestamos por una añorada vuelta a ese acotado mundo conocido

Me da a la nariz, y no creo descubrir nada nuevo, si afirmo que los logros del futuro lo sean cada vez menos democráticos y más elitistas