n año más ha llegado el 25 de noviembre y volvemos a alzar la voz por la erradicación de la violencia contra las mujeres y, sin embargo, esta sigue siendo una lucha de todos los días para todas nosotras que vivimos violencias sutiles y no tan sutiles. Sigue siendo una lucha del día a día para quienes acompañamos los procesos de las mujeres supervivientes de violencias machistas y, sobre todo, para quienes los transitan en sus propias pieles.

En el Centro de Urgencias para Mujeres en Situación de Violencia de Género son muchas las mujeres que llegan de situaciones tan diversas como los son ellas también, porque la violencia de género no elige el perfil de sus víctimas, aunque factores como la clase, la etnia, el lugar de origen, la orientación sexual, la edad o el tipo de capacidades influyen directamente en las situaciones de violencia que se ejercen contra ellas y en sus posibilidades de huir de ella. Es que la violencia de género tiene múltiples caras y opera de forma compleja. Las secuelas que vemos son solo la punta de un iceberg cuya base está sostenida por lo que no se ve, las violencias simbólicas y estructurales que hacen que la rueda de la violencia y la desigualdad de género siga girando sin parar. Las consecuencias psicológicas y sociales son devastadoras en las mujeres y sus criaturas, porque estar en situación de violencia de género no implica únicamente ser el blanco de un agresor que atenta contra tu libertad, dignidad e integridad psíquica y física, implica adentrarse en una pista de obstáculos: de discriminación en el acceso a recursos básicos, de barreras económicas, laborales, sociales, culturales y judiciales y otra serie de injusticias que hacen que las mujeres y otras identidades feminizadas vean colapsadas sus posibilidades de garantizar su bienestar, y queden mucho más expuestas al empobrecimiento y al aislamiento social. Y desde ahí, a la violencia. Y volvemos a girar la rueda.

Detrás de las pantallas y los titulares de casos de violencias machistas las historias de estas mujeres y niños/as siguen su curso. Y hasta donde sabemos, lo que no se nombra no existe. Cuando una mujer o unidad familiar llega al Centro de Urgencias, lo hace con lo puesto y una mochila de diferentes violencias cargadas a la espalda. Sale de su entorno habitual con una mano delante y una detrás para trasladarse y adaptarse a un terreno desconocido, donde no puede revelar su paradero por seguridad, y en ocasiones de alto riesgo tiene que salir a la calle acompañada por la policía, mientras su agresor está en la calle, haciendo su vida normal. Un espacio donde tienen que convivir con otras mujeres y sus circunstancias, y en un momento de conflicto y estrés, resolver y reorganizar toda una vida, “empezar de cero”, pero con una serie de dificultades a la carta: procesos judiciales eternos, órdenes de protección, dispositivos de control, escolarizar a los menores en otro lugar, apañárselas para conciliar con sus criaturas, lidiar con la violencia vicaria en las visitas con los agresores, aceptar empleos precarios y mal pagados, discriminación en el acceso a cuentas bancarias, patologización y sobremedicalización de su salud mental, violencia institucional, cuestionamientos constantes sobre su realidad, tener que buscar una nueva vivienda, sin ingresos, sin empleo, e incluso tener que pagar grandes cantidades de dinero por su derecho a empadronarse en otro domicilio. Vaya, seguir sobreviviendo.

Huir de una situación de violencia de género no debería ser la puerta a otra, condenar a sus supervivientes a la exclusión social. Proteger a una mujer y a sus criaturas no debería ser sinónimo de esconderlas, de sacarlas de su entorno e invisibilizarlas, relegarlas al espacio privado como se ha hecho durante tanto tiempo con las violencias machistas que ahora públicamente denunciamos.

El 25 de noviembre es un día que nos representa a todas, en toda nuestra diversidad. Pero desde los Recursos de Acogida para mujeres en situación de violencia de género, queremos aprovechar este día y estas palabras para dedicárselas a ellas, a las batallas que combaten en silencio, a su resiliencia infinita, a la fuerza de quienes luchan desde la vulnerabilidad. Y recordarnos, sobre todo, que no podemos seguir siendo manivelas que hagan seguir girando los engranajes de la violencia de género, necesitamos frenar esta maquinaria, pidiendo a las instituciones que revisen y reformen políticas públicas en pro de la igualdad para garantizar el acceso a los recursos y la satisfacción de necesidades, invitando a la sociedad en su conjunto a ponerse las gafas violetas y a mirar la realidad desde los márgenes. Y a todas nosotras, a seguir tejiendo redes de sororidad, y a reconocernos a nosotras mismas en estos escenarios, para vernos en las compañeras que atraviesan una situación de mayor riesgo y dificultad. Y seguir luchando en la misma dirección y todos los días del año, contra las violencias machistas.

*La autora es profesional de los Recursos de Acogida a mujeres y menores víctimas de violencia de género. Fundación Xilema