odo empezó con el artículo que sobre el cuartel de Gorramendi se publicó no hace mucho en este periódico, con mi firma. Pues bien, al día siguiente de su publicación recibí una misiva, nada menos, que del hijo de una baztanesa y un oficial americano, de los de Gorramendi, para mi sorpresa, todo hay que decirlo. Asistido de todas las razones del mundo, digamos que le indignó sobre manera una de las frases del artículo que hacía referencia a las mujeres embarazadas del Baztan por soldados americanos, y a los motivos espúreos que les llevaron a esas relaciones. El artículo hablaba del porte y el dólar americano, lanzándome algún epíteto de grueso calibre que me hizo tambalear el esqueleto. Aturdido por el shock traumático producido, aguanté el chaparrón como un señor, o mejor, como pude, y bajándome los pantalones, no precisamente por los aprietos de deshacerme de mis desechos, le pedí disculpas por si se había sentido ofendido. Creo que no se lo esperaba. Me lo imagino frunciendo el ceño y pensando que el causante de su desazón no debía ser tan mal tipo. No podría asegurar que le faltase razón. A continuación, los whatsapps entre ambos se lanzaron a tumba abierta en un ida y vuelta, en el que el ofendido empezó aceptando mis disculpas y, a partir de ahí, el camino emprendido derivó hacia una amistad en ciernes que ninguno de los dos esperaba. Un tipo cachondo este americano/baztanés, pensaba yo, sobre todo después de que me soltara que todos los días sube al alto de Izpegi en bicicleta. ¡Toma ya! Con la intención de explorar más en nuestras vidas, quedamos a comer en Elizondo pasados unos días, él acompañado de su amigo Lander y yo, para no ser menos, acompañado de mi amigo Julen. Yo sólo esperaba que el ofendido, Guillermo para los amigos, con su corazón partido entre América y el Baztan, fuera más seguidor de Induráin, y no tanto de Lance Armstrong, alias Terminator.
En esta carrera por revisar mis propios prejuicios, tanto sobre la mujer baztanesa, como de los propios americanos, acudo contrarreloj a buscar refugio y consuelo en la Ilustración, y lo encuentro en personajes como José Luis Borges, cuando declara: “Lo que más admiro en los demás es la ironía, la capacidad de verse desde lejos y no tomarse en serio”; o el gran Groucho Marx, cuando reconoce: “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”. Bueno, tampoco se trata de tomarselo al pie de la letra, porque afligirse en exceso te puede llevar a desfilar con los pies descalzos y la cruz a cuestas durante la semana santa de cualquier pueblo de la España vaciada, y tampoco es eso. Dios nos libre.
Lanzando la mirada más lejos, me encuentro con Madame Butterfly, una ópera de Puccini, basada en hechos reales ocurridos en la ciudad de Nagasaki, y que forma parte del imaginario colectivo. La trama es bien conocida, típico oficial americano que se enamora de una bella geisha con la que se desposa y espera una eternidad a que su amado vuelva, hasta que se entera de su matrimonio en EEUU, y el desenlace acaba en tragedia.
Quizá este guion estuviera clicado en mi subconsciente, es decir, americano prepotente que deslumbra a chica provinciana del Baztan y la deja tirada a las primeras de cambio. Era la versión más socorrida en el cuartel de Gorramendi. Conocidas las circunstancias de primera mano, debo lanzar una salva a favor de los americanos de Gorramendi y de las mujeres del Baztan, ya que lo cortés no quita lo valiente, aunque siempre hay excepciones, pero esas las dejamos en el gambarote.
Las cosas no fueron como aparecen en el teletexto, frías y con cierto morbo, porque los americanos de Gorramendi en general supieron granjearse las simpatías de la sociedad baztanesa y viceversa, surgiendo amistades y más que eso, vistas con desconfianza desde el telescopio machista y mojigato de aquella época.
Hoy es el día que el padre biológico de Guillermo reside en Wichita, cuna del western hollywoodense, y no hay año que no gire visita a Elizondo para reencontrarse con su hijo y la madre, en un gesto sin rastro de protocolo y más propio de unas relaciones sustentadas en un verdadero afecto, y una madre que dio un paso adelante desafiando la hipocresía de una sociedad conservadora y reprimida, como era la sociedad de la época.
Muchos de los americanos de Gorramendi siguen volviendo sobre sus pasos, para recordar aquellos gratos momentos que disfrutaron en estas tierras, abrazar a los amigos/as que labraron y agradecer su hospitalidad.