scribe el filósofo Jean-Luc Marion, que el acontecimiento está fuera del alcance único de nuestras voluntades. Lo hace de la siguiente forma: “Puedo esperar el acontecimiento (aunque las más de las veces me sorprende), puedo acordarme de él (u olvidarlo), pero no puedo hacerlo, ni producirlo, ni provocarlo”. En el fondo se deduce que de lo que trata de esclarecernos, sirviéndonos de guía en el abrigo del bosque -con Jünger, Heidegger y Zambrano buscando el claro-, es la crítica sobre ese principio de causalidad, en sus palabras tan propio de la metafísica tradicional de Suárez, Pascal y Kant, también presente, a su manera, en Descartes, en Spinoza y en Hume, por dar con varios de los nombres más relevantes, egregios, del pensar en nuestra accidental occidentalidad. Existen diferentes tipos de causalidades, como la física de la mecánica cuántica, tratando de evadirla sustituyéndola por el más manejable a sus efectos concepto de función, o la psíquica alrededor del acontecimiento anímico. Pero, lo que realmente necesitan todas ellas, en su afirmación o negación, es de la existencia de aquello que realmente es importante para su existencia: la necesidad de contar con un nexo causal, de un enlace que ponga en relación las causas entre sí de la que surge todo “efecto”.

Es así también como se construye el relato histórico, de esos “teatros de memoria” que Julián Casanova trae a colación en artículo dedicado al revisionismo en el credo político de derechas, recordándonos el pensamiento de Jay Winter. Lo causal, en definitiva parece estar detrás tanto de la tendencia reduccionista que analiza en detalle todo fenómeno, más aún si lo es de la naturaleza, como de lo humanamente construido con la intencionalidad manifiesta de manipulación proto-condicionante de las mentes presentes y de las que hayan de participar en futuribles escenarios. Todo un universo basado en la refleja especulación, por mucho que se empeñen en afirmar que en la realidad presente concurren factores pertenecientes al remoto pasado determinante de nuestro futuro más cercano.

En todo caso, si se da, lo hace mediante una criba acontecimental cuya parcialidad selectiva es requisito de aquello que se denomina como intersubjetividad, detonante de efectos lo mismo deseados que no queridos, estando condenados a convivir entre sí, y que en alguna medida demanda su corrección. Lo cual desencadenará una cadena interminable de iguales consecuencias, puesto que, en bucle, habrán de repetirse en toda circunstancia; la eterna reproducibilidad de los mismos dentro de la combinatoria de una finita previsión en toda eventualidad. (Ahora, al parecer, más que nunca, con esa asumida, o en vías de hacerlo, responsabilidad particular y comunitaria sobre los mismos. Al menos desde que el concepto de antropoceno va ganando enteros por hacerse con esa parte de la conciencia que teme, desde el influjo de nuestra acción, por la viabilidad como especie).

Si la causa, en muchas ocasiones, no se sabe a ciencia cierta dónde está, lo que sí sufrimos en presente es aquella naturaleza, bien sea tanto beneficiosa como perjudicial, de su efecto. Puesto que es bastante improbable que el efecto provenga del futuro, es por lo que sentimos la compulsiva necesidad de analizar el pasado en la consideración de estar marcado por una linealidad que hace tiempo dejara de ser progresiva para mostrarse cada vez más cíclica y vorticial (al modo como era representado el movimiento interno del árbol cósmico en la información dada por G. de Santillana y H. von Dechend entre los pueblos del África Noroccidental; dos conos vorticiales en posición refleja con dinámicas ascendente y descendente cuyo punto de encuentro es el del cruce del eje vertical con la horizontal de la superficie terrestre).

Jean-Luc Marion nos habla del privilegio temporal del efecto. Consiste este fundamentalmente en darse en presente. Etiológicamente el efecto puede apreciarse como síntoma dictaminando nuestra inclinación hacia un determinado estado de salud. También avanza la potencial presencia del síndrome como repetitivo abuso sintomático. Uno puede llegar así al límite de la enfermedad y morirse debido al éxito del pernicioso agente presente en nuestro organismo. Donaremos a la institución nuestro cuerpo mayormente para un uso científico del mismo. Y del fruto derivado de su análisis, haremos dación, por ende, de un bien intangible como es aquél del conocimiento aportado, trascendido del recién fenecido estatuto de ser-sujeto poseedor de una variante vital. Lo que nos hace ser en la actualidad, por tanto, no es un momento dado sino la infinitesimal, atómica, suma de todos los acaecimientos del acontecer pertenecientes a un universo por determinar. Lo que indefectiblemente nos aboca a disponer de algún tipo de linde para su acotamiento. La del saber basado en la epistemología, sin ir más lejos, es una de esas lindes, y no precisamente la peor de ellas.

En el caso de la política, las causas son tomadas por sus efectos. Y el factor corrector subyuga al cambio de sentido en sus múltiples orientaciones. Así la causa del comunismo, en la que este se legitima, no siendo otra que la de las desigualdades sociales, una vez aplicado el factor corrector de una fallida experiencia histórica parece querer señalar en su contrario la bondad capitalista a sabiendas de que el origen de éste radica en la implementación de una inherente desigualdad sobre la posesión de los recursos. Entre nosotros la insurgente respuesta violenta a una violencia legitimada por las instituciones del momento que en origen fuera insurgente respecto de las mismas, alzamiento contra la República y posterior Dictadura franquista, se torna como férreo argumento en favor de una actitud heterónoma respecto de cualquier tipo de poder de lo establecido. Lo constatamos en ese empecinamiento de la derecha por hacer de la Ley y del Estado un estatuto inamovible (al menos para cuestiones que no sean de su interés, del para-sí-mismo de los suyos). Lo que da razón a una argumentación tan básica como pueda ser aquella que basa su razonamiento en la lógica de los triunfadores, cualquiera sea su condición.

Contrariamente, sin embargo, todo lo que últimamente nos sucede parece estar bajo el signo del acontecimiento. Los diferentes advenimientos en forma de crisis financiera, pandémica y la bélico-energética (la que nos viene ahora) obedece a la lógica del acontecimiento, puesto que, con Marion a una, habremos de considerar el que “la determinación del fenómeno como un acontecimiento indica que ese mismo surgimiento se cumple sin causa, es decir, sin dependencia inaugural, absoluta y nueva, origen sin origen; como no le precede nada que pueda rendir cuentas de él, nada puede tampoco evocar su comienzo, de modo que se da sin evocación, irrevocablemente”. Simplemente sucede, y lo hace en presente. O al menos esto se nos quiere hacer creer en un presente dado por no se sabe qué ni quién.

El autor es escritor

Etiológicamente el efecto

puede apreciarse como síntoma dictaminando nuestra

inclinación hacia un determinado estado de salud

Mientras algunos y algunas se bañan frívolamente en la destrucción, la avaricia y la muerte, otros luchan y viven cada momento en dirección a la luz