Johannes Gutenberg, conocedor del arte de la fundición del oro y herramienta propia de la prensa de vino, presentó a la Humanidad, en 1452, una obra más pionera en el mundo de la impresión: la Biblia de 42 líneas, publicada en un aparato novedoso y genial, que habría de ser más útil y precioso que el oro y el vino para la Humanidad: la imprenta. Aseguró que... “es un ejército de 26 soldados de plomo que pueden conquistar el mundo”. Se publicó a merced de los tipos móviles y en papel, material que abarató y favoreció la impresión, fabricado en China e introducido por los árabes en Europa. Se inició la edad revolucionaria de la imprenta y difusión de la cultura. De la educación universal y del desarrollo personal que procura.

Alentado por la dinámica de semejante revolución intelectual, tenemos en en el reino de Nabarra, lo que nos iba quedando tras su conquista, a un autor: Bernard / Beñat Detxepare, quien publica el primer libro en euskera en Burdeos, 1545: Linguae vasconum primitiae. En en los versos del autor hay uno que seguimos atendiendo y cantando: Heuscara/Ialgi hadi mundura../ Euskera, sal al mundo...

Lo escuché el otro día en el frontón de la Ikastola San Fermín, cantado por los chicas/os de la 43 promoción de bachilleres, tras entonar el Gaudeamos Igito o Alegrémonos, y mi corazón se alegró por el milagro, si así puede llamarse al trabajo de medio siglo, luchando contra viento y marea por sacar semejante proyecto adelante. Mi mente retrocedió al tiempo en que éramos una mera promesa, en que fuimos alegales, a cuantas cortapisas sufrimos de quienes quisieron detenernos el afán. Pero nada detuvo la marcha de aquella aventura educacional. Que nos mandaba en el corazón la copla de Detexpare. Y queríamos que la lengua más antigua de Europa, precioso don cultural de nuestro, la que denomina nuestro cielo, montañas y ríos y pueblos y nos otorga apellidos, tuviera una enseñanza integrada, una recuperación que siglos de represión habían achicado.

Queríamos, a más, lograr una educación de calidad para nuestros hijas/os, y decidimos que debíamos tener un espacio generoso donde cupieran instalaciones con aulas amplias y ventiladas, aire libre en los patios de recreo, pasillos holgados para guarecerse en los fríos inviernos y calurosos veranos, enormes frontones y canchas de fútbol... se plantaron árboles que crecieran hacia el cielo que estábamos diseñando y eso nos volvía no solo soñadores sino atrevidos. Nos embarcamos en el proyecto de la compra del edificio que hoy, con reformas, ocupa la Ikastola en Zizur. No puedo enumerar a todos los que fabricando sueños promocionaron realidades pero si significar la presencia de Jesús Atxa, primer director, al frente de tarea de tamaña envergadura. Nos sentíamos tendiendo un puente entre nuestra vieja historia y la época nueva que le tocaba a nuestros hijas/os.

El acto que me llevó al fondo del baúl de mis recuerdos tenía esos componentes. Los jóvenes vestían sus galas de graduación que los hacían hombres y mujeres, pero íbamos advirtiendo, mediante fotos exhibidas en la pantalla central del escenario, el tiempo en que entraron casi bebés en la Ikastola, como evolucionaban y maduraban sin perder la sonrisa ni la empatía, junto a andereños e irakasles que guiaban ese grupo humano, conscientes de estar en la tarea de formar una generación para el futuro de Euskal Herria, preparada con el equipaje necesario para la andadura esperada. Quizá lo que más me volvió a sorprender es la facilidad con que los alumnas/os se manejaban en el uso de ambos idiomas, castellano y euskera, tan diversos. El bilingüismo resultaba total y eso es un logro educativo excepcional. Poder pensar y exponer ideas en dos idiomas sin vacilación ninguna.

43 promociones se acumulaban ante mis ojos, exitosas y consecuentes con los baremos primeros. No era fácil recuperar un idioma al que hubo que hacerle unificación, se logra el euskera batua en el Congreso de Arantzazu, 1968, y producir libros de texto en ese sentido, sin ayuda ninguna. Fueron años de carestía a todos los niveles, pero el propósito inicial de recuperación triunfó. Recordé la frase del bibliotecario, historiador y filólogo francés, Julien Vinson, S. XIX: “Comparado el vascuennce al latín, al griego o al francés, y otros semejantes idioma, queda aturdido el escritor y le parece contemplar a un hermoso gigante junto a deforma enanos...”, y poco antes la que enunció el alemán William Humboldt, padre de la Filología moderna: “... que agota el euskera todas las modificaciones de una manera perfecta”. Vi a alumnas/os ilusionados, con ese frescor animoso de la juventud, recoger sus diplomas, su aplauso a los profesores que les han ayudado a llegar hasta ese hito importante de sus vidas, escuché el cántico final del alumnado aprendido entre los exámenes finales y los laberintos de una promoción en sus vidas.

Cada quien sale de su Ikastola frontón con una misión impuesta a sí mismo, ser un profesional en lo elegido, rebotando la pelota de cada adversidad y recobrarla con la mano tendida y el salto dispuesto. Sobre todo con la fortaleza que otorga el saber un idioma propio, estudiado en libertad. Siendo descendientes de antepasado remotos, su voz tiene acento de futuro. Garean, garean legez / seamos como somos, sentencia el refrán de nuestro pueblo, alentándonos a trabajar caminos, pero con la responsabilidad y seguridad que nos da de ser responsables hoy de nuestra propia cultura.

Estábamos todos en la determinación de ser consecuentes con nuestras raíces. De sentirnos herederos de una cultura de la que podíamos estar orgullosos.

La autora es bibliotecaria y escritora