Leo atónito en la prensa la noticia de la solicitud del Parlamento de Navarra para que comparezca el rector de la UPNA para dar explicaciones sobra la desaparición de algunas obras de arte del campus universitario. Imagino a nuestro rector, y a su equipo, entusiasmados recabando datos e información sobre hechos que han ocurrido a lo largo de muchos años, probablemente fuera de su mandato, detrayendo su valioso tiempo y esfuerzo de otras tareas mucho más importantes.

Y es que recuerdo cómo una de las situaciones más incómodas vividas como rector de la UPNA las comparecencias parlamentarias, solicitadas por algún grupo político. Sobre el papel todo parece lógico y razonable: el Parlamento, o sea, nuestros representantes, desean recibir de primera mano información, explicaciones u opinión del máximo responsable de una institución pública. Hasta aquí, nada que objetar. La cosa empieza a perder sentido cuando uno aprecia que el tema de la comparecencia tiene que ver con alguna cuestión que atañe a la institución pero que, generalmente, es objeto de discrepancia política. Léase en el caso de la Universidad la implantación de medicina, la situación del euskera, una huelga estudiantil, la colocación de carteles reivindicativos, el Campus de Tudela, etcétera.

Sin restar importancia a esos asuntos, incluido el de las obras de arte, se trata de situaciones coyunturales o como poco muy parciales del quehacer universitario. Jamás se ha solicitado una comparecencia para hablar del nuevo mapa de titulaciones (excepto Medicina como se ha dicho), de la investigación en la Universidad, de los problemas de contratación de profesorado, del plan estratégico, de la estructura del PAS, o en general de las cuestiones que son el núcleo básico de la actividad universitaria.

Desgraciadamente, uno aprende en su primera comparecencia de qué va esto. Sus señorías, por otra parte personas en general cordiales y normales en las distancias cortas, y con buen rollo entre ellos, se transmutan en actores de una obra teatral con su estructura y su liturgia: en primer lugar, el compareciente desgrana en el tiempo asignado una intervención en respuesta a lo que (cree) le han preguntado. A partir de ahí el portavoz de cada grupo suele reproducir el guion asignado (con poca o nula improvisación), y que por tanto poco tiene que ver con lo que el compareciente ha dicho, sino más bien con una posición previa de cada grupo. Se reproducen las referencias a la posición política de cada grupo y, frecuentemente, a la contraposición o ataque a la de otros. El compareciente, que no tiene generalmente formación como actor, asiste entonces atónito a una escena de pelotas, y a veces cuchillos, que se lanzan de un lado a otro, con la esperanza de que ninguno le roce. Salir indemne es lo mejor que uno puede esperar. No siempre es así. Recuerdo incluso haber salido reprobado de una comparecencia a la que no asistí (la invitada era la consejera de Interior).

Sin despreciar el valor de una obra de arte, de su singularidad como bien físico y del respeto al artista, no alcanzo a comprender cuál es el interés por una comparecencia de la máxima autoridad académica sobre la desaparición de obras de arte. Sin menoscabo de su valor artístico, el impacto económico es mínimo y, sin intentar eludir ninguna responsabilidad, la universidad es, conceptual y físicamente, un entorno abierto muchas horas al día, y con multitud de personas en circulación, en el que no resulta fácil controlar todos los bienes que están en muchos casos al alcance de la mano. De hecho, y por comparación con este caso, se han producido a lo largo de los años desapariciones (robos) de equipos importantes de laboratorio o informáticos por los que nunca nadie preguntó, por no hablar de las pérdidas derivadas del terrible incendio del edificio de los Olivos en el año 2017, y por las que sólo un parlamentario se interesó. Eso sí que tuvo impacto en la actividad académica.

La conclusión que al final uno extrae es que a quienes habría que solicitar comparecer es a ellos, a los parlamentarios, y preguntarles cómo y a qué dedican su tiempo aparte de las actuaciones teatralizadas que vemos a través de los medios de comunicación. No sé qué tiene que ocurrir para que se enteren de que esas representaciones (comparecencias, sesiones de control...) carecen ya de público, que hace mucho ha abandonado las salas por el poco nivel de las obras y de los actores. Las cifras de share lo dejan claro.

El autor es exrector de la UPNA