El Parlamento español ha ido aprobado últimamente -o aprobará- una serie de leyes discutibles y discutidas, propuestas por el gobierno. Me refiero a temas sobre el maltrato animal, el aborto, educación sexual, LGTB, eutanasia, etc. Y eso por no hablar del aumento del presupuesto para gastos militares y el Ejército y la escalada armamentística en favor de la OTAN y su belicismo.

Sin ánimo de sentar cátedra, quisiera hacer algunas reflexiones y manifestar opinión sobre ello. Sé que me meto en un berenjenal donde es difícil lidiar, pero creo que hay muchas personas que cuestionan este tipo de leyes políticamente correctas, aunque callan para no ser estigmatizadas.

Creo sinceramente que el gobierno teóricamente de izquierdas, ante la imposibilidad de afrontar de manera rotunda el tema de la justicia social en concreto y, no digamos la de hacer pedagogía contra el sistema explotador capitalista de una manera más general, se ha centrado en una serie de objetivos de carácter secundario que agradan a las elites mundiales, supuestamente progresistas, que acaparan el poder económico y que necesitan un cambio de mentalidad y un cambio cultural para que la sociedad se vaya adaptando a defender sus intereses en una nueva sociedad alienada, ya no por la religión, como antes, sino por la dictadura de la sociedad de consumo.

Efectivamente, en occidente vivimos en una sociedad en la que, la libertad sin límites, el consumismo, el egoísmo y el hedonismo se han ido imponiendo en todos los campos, con el pretexto de defender la libertad individual, como paradigma de la liberación.

Así, en el terreno sexual, se está tratando de que se reconozca sin límites el derecho a la autodeterminación de género y, por ende, a la locura transgénero incluso en adolescentes sin el consentimiento de los padres, que ha alarmado a las feministas más radicales. Eso por no hablar aprendizajes sexuales que, con el permiso de ciertas autoridades, se intentan llevar a cabo en algunos colegios de niños pequeños, por activistas de los lobbies LGTBIQ+, ajenos a los docentes.

Se produce la contradicción de legislar, por una parte, sobre el derecho de los animales como seres vivos y sintientes, y por otra sobre el derecho al aborto. Es cierto que los animales sienten y padecen y, consecuentemente merecen ser tenidos en cuenta, sobre todo cuando se trata de animales domésticos a los que se les toma un especial cariño que, a veces, llega incluso a ser superior al que se le tiene al resto humano de la propia familia. (Conviene no olvidar que también son seres vivos otros animales molestos no protegidos, que igualmente tienen circuitos y estructuras neurológicas que generan conciencia y, por tanto, dolor, pero que, al no tener un vínculo afectivo con dichos animales, no nos importa matarlos, como tampoco importa hacerlo con los animales destinados a la alimentación humana).

Algo parecido puede ocurrir con los fetos humanos sometidos al aborto que, si no se produce vínculo afectivo -o quizá por eso mismo-, son susceptibles de ser eliminados sin que se tenga mala conciencia. Y ello a pesar de que también los fetos, ya en la sexta semana de la fecundación se produce la organogénesis, y en la séptima la primera actividad cerebral y no digamos ya lo que se avanza en las semanas siguientes.

Sobre la eutanasia, sabemos que hay personas desahuciadas unas, sanas otras, que por causas diversas desearían morir. ¿Por qué a los aparentemente sanos que intentan suicidarse queremos salvarlos y paliar su desesperación con terapias psicológicas y a los enfermos graves incurables que quizá también por eso desean morir, en vez de cuidados paliativos, se les pretende aplicar la llamada muerte digna? ¿dónde está la diferencia entre el enfermo mental (psicológico) y el enfermo físico? ¿Por qué el Estado en lugar de gastar en el campo militar con armamento no gasta más en el campo terapéutico que afronte los cuidados paliativos de los enfermos incurables?

Pero algo más se puede decir sobre la eutanasia. No es lo mismo retirar aparatos que mantengan la vida artificialmente, o paliar el dolor -aunque aceleren la muerte-, que matar al que ya no tiene cura. Sin entrar en el abanico de casos diversos que se puedan presentar, me pregunto: ¿quién tendría que matar a esas personas? ¿un médico que ha hecho un juramento hipocrático? (Recordemos lo que dice ese juramento: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura”. Aunque en 1948 la Convención de Ginebra hizo una adaptación más abstracta -y acorde al nuevo culto al Estado del bienestar- en la que se dice: “Tendré absoluto respeto por la vida humana”). Si bien en la sociedad del “bienestar” actual hay médicos a quienes no le importe aplicar la eutanasia sin tener mala conciencia, hay otros con otra ética que no lo desean. No quisiera ser frívolo, pero tal vez las leyes de eutanasia y de aborto tendrían que incluir la figura de un “ejecutor de eutanasias y abortos”. Vamos, algo así como la histórica figura del verdugo.

Ironías aparte cabe preguntarse: ¿Cuál puede ser la razón por la que este tipo de leyes tienen tanta aceptación en la posmodernidad líquida en la que vivimos? Creo que ese es el quid de la cuestión.

A mi modo de ver, hemos creado una sociedad -me refiero a la occidental desarrollada- donde lo más importante es vivir la vida presente lo mejor que se pueda sin importar demasiado los demás y sin demasiados esfuerzos. Todo el mudo quiere ser feliz, lo cual es muy loable, pero otra cosa es el hedonismo y vivir para el placer, en cuyo caso se puede tornar en egoísmo, insolidaridad y falta de amor. Y algo de eso creo que ocurre hoy en día con la publicidad encubierta en programas de TV y otros medios de comunicación (webs, Instagrams, twuitters, libros, etc.) que divulgan -tratando de normalizar de manera desproporcionada (algunos son pura visión-basura)-, desde canciones con letras sexistas, machistas y misóginas, hasta el cambio de género, pasando por la eutanasia, el aborto libre, publicidad gratuita de juguetes y tiendas eróticas en algún progra sobre sexo, etc., obviando, o incluso orillando, otros temas, tal vez más valiosos como el pacifismo, el amor, la compasión, la ternura, la amistad, la fidelidad, la sinceridad, la justicia, la solidaridad, la ayuda mutua, la buena vecindad, la protección a los desvalidos y un largo etcétera.

Pero claro, las semillas del hedonismo caen en un campo abonado por el consumo de placeres y objetos inútiles, potenciado por las clases dominantes y la plutocracia, donde se nos ha ido inculcando el egoísmo y todo tipo de derechos individuales y muy pocas obligaciones sociales -que suelen implicar cierta dosis de entrega y esfuerzo-, sin futuro, con escasa espiritualidad y pocos valores éticos y solidarios; un mundo falto de diálogo y plagado de insultos, de provocaciones, de enfrentamientos, de competiciones, de guerras… del sálvese quien pueda, mientras, alienados por todo ello, nuestros gobiernos, al servicio de los poderosos, nos cuelan presupuestos militares que aumentan sin parar en aras de la “seguridad nacional”.

Creo que todo este tipo de leyes y difusiones -que no dudo que en algunos aspectos pueden ser muy necesarias-, aparte de ser un intento de tapar las verdaderas necesidades de la ciudadanía, desequilibran la balanza de las necesidades sociales en favor de cuestiones de menor importancia que se quieren meter con calzador o vaselina en contra del sentido común y humanitario, eso sí, siempre disfrazado de liberación y rebeldía. En este sentido me viene a la mente una dedicatoria que leí en un libro de una conocida escritora especializada en sexualidad LGTBIQ+ que decía: “…por ser un alma libre y rebelde. Recuerda que conoces el camino de la liberación. Síguelo” Pues eso, sigamos el camino trazado por los poderosos y los grupos de presión LGTBIQ+, para que pensemos poco en las cosas de comer de todos y menos aún en las más trascendentales de la vida.