Terminada la Guerra Civil, el CA Osasuna pasaría por uno de los momentos más críticos de su historia. Quien lo reflejó con más acritud fue el cronista deportivo del periódico falangista Arriba España, Mel (Mario Echeverría López). Calificó el momento de catastrófico. Habló de la “crisis de Osasuna”. El futuro “Conde Calixto”, seudónimo de M. Echeverría, nunca escribió un artículo tan áspero. Incluso le valió la reprimenda de un directivo de Osasuna que le recriminó: “Tu campaña siempre insidiosa y malintencionada degeneró últimamente en repugnante”.

Según Mel, “el ambiente creado en torno al Club Atlético Osasuna debido a sus deficientes actuaciones durante las últimas temporadas –especialmente las dos últimas–, ha pasado del disgusto a la compasión y de allí a la indiferencia más absoluta”.

Las causas de este “deterioro institucional amenazaban con la desaparición del club” (sic). La plantilla de entonces contaba con 25 jugadores. Figuraban “Gómez, Pérez, Álava, Arandía, Aramberri, Conesa, Marín, Bienzobas, Bernardo, Gastón, Escobar, Estanis, Guerediaga, Totó, Juanito, Múgica, Eslava, Larraya, Domínguez, Colio, Eseverri, Sermilo…”. El cronista dejaba caer la especie venenosa de que la mayoría de esos jugadores “no eran navarros”. Mal síntoma.

En su opinión, la crisis se debía a que Osasuna “estaba lleno de unos cuantos jugadores en cartera, procedentes de otras regiones, mientras (el club) al parecer no siente ningún interés por los futbolistas navarros, a pesar de que en cierta ocasión se aseguró lo contrario”. Una acusación que tocaba el magro identitario de la junta directiva, formada por ex requetés y falangistas , adictos a su modo al Glorioso Movimiento Nacional.

Lamentaba que jugadores con pedigrí navarro hubieran sido “puestos en libertad y exportados” como Luis Berridi, Bilbao, Ederra, Vergara, Cervantes, Alsua II, Povedano Díaz… Y señalaba: “Cambiar el equipo por dinero para adquirir jugadores baratos sin ninguna garantía de rendimiento es tanto como poner al club al borde del precipicio. ¿Es que en los equipos de nuestra provincia no hay jugadores aceptables o por lo menos tanto como las nuevas adquisiciones de Osasuna”.

El panorama era tan desalentador que se preguntaba: “¿Tiene Osasuna los días contados?”. Y contestaba; “sí”. “¿Y qué fin le espera al club? Verdaderamente desgraciado”. La descripción de Osasuna como “un equipo que no siente o no parece sentir otro cariño, otro apego al club, que el del asalariado hacia el patrono de quien cobra sus haberes”, se completaba con la insidiosa afirmación de que “no hay que olvidar que un día sobre las camisolas rojas del Osasuna se puso el escudo laureado de Navarra como un símbolo”. Y se preguntaba: “¿Podría colocarse hoy dicho emblema cuando la mayoría de los que visten esas camisas no son navarros?”. La respuesta era rotunda: “¡No!”. Y así, Osasuna tiene los días contados”. ¿Y qué tenía que ver la Laureada con la caída en el precipicio de Osasuna? ¡A saber!

El presidente del club al final de la temporada 1941-1942 era Antonio Lizarza –aquel conspirador golpista al frente del Requeté de Navarra–, que empeñaría su palabra de honor para que Osasuna regresara a Primera División. El equipo acabó antepenúltimo en Segunda, con sólo 13 puntos. Y el club contaba con más de 2.200 socios.

A finales de diciembre de 1943, la situación era tan desesperada que el día de Navidad se nombró como presidente del club a Antonio Archanco Zubiri, alcalde de Pamplona. Duró en el puesto tres meses, abandonándolo el 21 de marzo de 1944. ¿La causa? La deuda rojilla ascendía a casi 300.000 pesetas. Demasiado capital. Abandonó el barco antes que las ratas. Lizarza volvió de presidente en ese mes de marzo con Osasuna en tercera división y con una crisis que no escampaba.

Lizarza culparía de la crisis a “los poderosos del fútbol”. En su opinión “la organización del fútbol español sólo tenía en cuenta a los clubes poderosos, a los de las grandes urbes. A los demás que les parta un rayo. Y el rayo que ha dado al traste con las ilusiones de todos estos clubes que como Osasuna, Real Unión, Alavés tenían raigambre, solera, y admiración, ha sido la supresión de aquellos campeonatos regionales y la enorme extensión de los torneos de Liga”. Situaba a Osasuna dentro de los “clubes que naufragan en este océano de materialismo y protección a las superciudades y acumulan prueban evidentísimas que un día nos llevarán a todos por la borda abajo este sistema de organización” (Diario de Navarra, 3. 3.1946).

La solución no estaba en evitar el éxodo de los buenos jugadores que salían de la cantera navarra. Se necesitaba “una nueva estructuración del fútbol que ampare o convenga a todos por igual”. Y lo más importante: “el fútbol debería dejar de ser lo que es, un semillero de vagos que el día de mañana se convierten en parásitos de la sociedad”.

En septiembre de 1946, habló Goicoechea Reclusa, cronista deportivo de Diario. En su opinión: “Un par de años de prueba con los máximos y relativos valores regionales, sin otras aportaciones o concursos, ha sido un plazo excesivamente largo para soportar el ensayo. Con lo que hemos tenido estos dos años y con lo que tenemos en casa estamos condenados no solo a ver un fútbol pobre o a una prueba con limitadísimas esperanzas para el futuro, sino simplemente la desaparición de Osasuna y del fútbol navarro, como futbol de algún valor estimable”. Con relación al modelo de jugador que necesitaba Osasuna sostenía: “Es esencial para jugar en Osasuna ser fuerte de cuerpo y espíritu, y ser bravo, como fueron los mejores futbolistas de Navarra. Primero y ante todo “eso”, que ya lo íbamos olvidando” (5.9.1946).

¿Olvidado qué? No lo precisaba. Aunque ya había afirmado que “los futbolistas por buenos que sean si son antiespañoles, no tienen nada que hacer en España”. Y en Osasuna tampoco, claro. Por otra parte, Eladio Esparza, al prologar el libro Campeones, de Goicoechea, dijo que “San Francisco Javier era un atleta formidable, un gimnasta que se adueñaba del campo en las orillas del Sena”. No caería en vacío tal sugerencia. En 1952, la junta directiva nombraría a Javier patrón del club, pues, como dijo el cura que leyó la ofrenda: “Osasuna fue un equipo que blasonó de catolicismo en los días más amargos de la revolución comunista española” . Y eso era mucho “eso”.