El pasado sábado 10 de mayo, Solasbide celebró, ya es el octavo, su acostumbrado encuentro de debate, en este caso con el tema ¿Imposición de los medios sobre los fines, de las cosas sobre las personas? Por un humanismo nuevo e integral. Como en ocasiones anteriores, fue una convocatoria abierta a personas, creyentes o no creyentes, relevantes por su militancia o acción en diversos campos profesionales, sociales, políticos o sindicales de Navarra.

El debate se centró, una vez más y de forma inevitable, en la compartida sensación de crisis, de aceleración de la crisis y de acumulación de diversas crisis a nivel global, en el temor de un colapso social y ambiental y en el riesgo que conlleva el progreso científico y tecnológico de haber convertido la historia en un proceso sin sujeto humano, mera acumulación material en el que se ha apagado el espíritu.

Reflexionamos sobre las carencias o el agotamiento del viejo humanismo, o de los humanismos que han dominado la modernidad y en el actual ahogamiento de las utopías. Admitimos la dificultad de hacer un buen diagnóstico de los problemas por la propia aceleración de los cambios, por la propia limitación de nuestra percepción, condicionada por lo que somos, aquejada de eurocentrismo e instalación en cierto nivel de bienestar, y lastrada por una información incompleta y sesgada ya que los medios de comunicación con excesiva frecuencia no se ocupan de buscar la verdad sino de justificar el marco económico y social al que sirven.

Reconocimos la existencia de indicios que avalan cierto optimismo sobre que el mundo de hoy es mejor que el de épocas pasadas en algunos aspectos, en el progreso tecnológico que nos proporciona una vida más cómoda, o en la mejora en las condiciones de vida de amplias capas de la población mundial, pero también otros datos muy preocupantes, los riesgos del propio progreso tecnológico y económico, el deterioro del planeta y el agotamiento de los recursos naturales, el cambio climático, la destrucción de especies animales y vegetales, la creciente desigualdad y, sobre todo, una cultura individualista, insolidaria, competitiva y deshumanizadora, centrada en acumular bienes materiales y en despreciar los bienes espirituales, donde el fin justifica los medios y prevalece el todo vale.

Tuvimos que admitir la contradicción en la que vivimos todos, presos de un sistema que criticamos pero del que no sabemos cómo salir. La única forma de inclusión social, que ofrecemos lo mismo a jóvenes que a inmigrantes, consiste en ser buenos consumidores y trabajadores; estamos atrapados en el bucle de un sistema económico basado en el consumo y la producción, en el crecimiento infinito; tenemos que consumir más para producir más, y producir más para consumir más; prima la dictadura del PIB como principal indicador que nos marca un rumbo que nos lleva al desastre, sabemos que hemos rebasado los límites del crecimiento compatible con mantener la vida en el planeta a largo plazo, pero no sabemos cómo parar.

Hubo consenso sobre la importancia de los derechos humanos como parte de los valores éticos que han de formar parte de la rehumanización de la sociedad, de todos los derechos y para todos los seres humanos, condición indispensable para que tengan sentido. Pero igual de evidente resulta que, una vez declarados y reconocidos por escrito, su cumplimiento es frustrantemente escaso y muy desigual en función de circunstancias geográficas y sociales, o de su propio carácter de derechos individuales o colectivos, derechos políticos o económicos y sociales. Señalamos la vinculación entre la inobservancia de los derechos con el déficit de gobernanza global; no hay instrumentos para asegurar el cumplimiento de los tratados o compromisos internacionales, para encauzar la convivencia a nivel global, para combatir el cambio climático o para garantizar la paz y poner fin a las guerras. La ONU tiene señalados excelsos fines y principios pero es ineficaz, un creciente fiasco, incapaz de imponerse a las grandes potencias y a los poderes económicos que tienen la capacidad de decisión real. Al igual que otros organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, requeriría una radical transformación para que actúen de forma democrática y global y dejen de ser instrumentos dóciles de las élites políticas y económicas.

Pese a todo, los asistentes coincidimos en apostar por la esperanza y por la búsqueda de alternativas. Por no rendirnos frente al desaliento, ante la perplejidad, refugiándonos en lo inmediato, en el egoísmo de lo propio y del corto plazo, dejándonos vencer por la inercia de lo existente. Apostamos por enfrentarnos al mundo de hoy y a sus retos con espíritu crítico, a contracorriente, desde la búsqueda de lo espiritual sobre lo meramente material, desde el cultivo de la naturaleza humana que es mucho más que producir y consumir, desde una visión global, inclusiva, solidaria, caminando juntos con los otros que no deben ser un ellos sino parte de un nos-otros, reivindicando la utopía, luchando por crear oasis o islotes de pensamiento crítico y de cambio, de humanidad y de rehumanización, desde abajo, a través de experiencias comunitarias, movimientos sociales y oenegés, y también desde arriba, participando e influyendo en la política, exigiendo cambios reales y no solo cosméticos o de imagen. Cada cual desde su propio ámbito, desde su realidad; hay que reivindicar el compromiso, el activismo, la agitación social, la transmisión de valores humanos y humanísticos a las nuevas generaciones.

*Los autores son: Miguel Izu, Jesús Bodegas, Guillermo Múgica, Lucio Zorrilla, Camino Bueno, Mertxe Berasategi, Vicente Madoz, Josep Maria Valls, Javier Lasheras y Nacho Sánchez de la Yncera En nombre de Solasbide