El 10 de junio del año 1963 JFK (John Fitzgerald Kennedy) realizó un memorable discurso sobre la paz en la American University. Han pasado, por lo tanto, 60 años. Buen momento para valorar las diferencias y similitudes entre el hoy y el ayer.

Igual que la primera lección que recibe un economista versa sobre la escasez y el concepto de coste de oportunidad, la primera lección del historiador es no valorar el pasado con los valores del presente. Por supuesto, esta idea la aplican los políticos a su interés. En caso de duda, basta reflexionar en asuntos como la guerra civil (¿quiénes son los buenos, quiénes los malos?) o la conquista de América (¿fue un genocidio o fue una manera de civilizar a las tribus de la selva?). A partir de la respuesta que se da a estas preguntas podemos adivinar con alto grado de probabilidad la ideología de una persona.

¿Cuál era el propósito del discurso? En esencia, se trata de buscar el tipo de paz adecuada, “no una Pax Americana impuesta al mundo por las armas de guerra estadounidenses. Ni la paz de la tumba ni la seguridad del esclavo. Me refiero a la paz genuina, el tipo de paz que hace que valga la pena vivir la vida en la tierra, el tipo de paz que permite que los hombres y las naciones crezcan y tengan esperanza y construyan una vida mejor para sus hijos. No solo paz para los estadounidenses, sino paz para todos. Todos los hombres y mujeres, no sólo la paz en nuestro tiempo, sino la paz para todos los tiempos”.

Primera conclusión: el nivel de los discursos políticos ha bajado de forma preocupante. En su mayoría, tienen otro objetivo: separar entre buenos (nosotros) y malos (ellos) repitiendo una y otra vez el mismo mensaje para que cale. Este es un cambio a peor, que busca influir en nuestra emociones más básicas: miedo (que viene el doberman feroz), el enfrentamiento (al menos es en las urnas) y en la esperanza (la que dan los nuestros). Hoy en día, el halago para los rivales está prohibido. Y sin embargo, en la época más dura del comunismo y con el mundo al borde de la guerra nuclear, Kennedy valoraba del pueblo ruso (entonces soviético) su ciencia, la investigación espacial, el crecimiento económico e industrial, su cultura, su valentía… incluso recordaba el enorme sufrimiento que habían pasado en la Segunda Guerra Mundial, con más de veinte millones de fallecidos. Uno tras otro.

Sergio Scariolo, entrenador de la selección española de baloncesto, recordaba dos aspectos relevantes sobre el pueblo ruso que le habían sorprendido cuando había estado entrenando en Moscú. El primero y relacionado con su capacidad de sufrimiento, la energía que eso les aporta para poder aguantar situaciones límite. El segundo y más olvidado: era occidente quien había intentado invadirles dos veces (Napoleón y Hitler).

Kennedy nos anima a examinar nuestra actitud hacia la paz misma. “Muchos de nosotros pensamos que es imposible. Demasiados piensan que es irreal. Pero esa es una creencia peligrosa y derrotista. Lleva a la conclusión de que la guerra es inevitable, que la humanidad está condenada, que estamos atrapados por fuerzas que no podemos controlar”. Esta idea es peligrosa: nos deja inactivos y responsabiliza a los demás del funcionamiento del mundo. Y sin embargo, “nuestros problemas son creados por el hombre; por lo tanto, pueden ser resueltos por el hombre. Y el hombre puede ser tan grande como quiera. Ningún problema del destino humano está más allá de los seres humanos. La razón y el espíritu del hombre a menudo han resuelto lo aparentemente irresoluble, y creemos que pueden hacerlo de nuevo….”. Aquí es donde aparece un patrón nuevo: hace 60 años, la sociedad pensaba que podía cambiar el mundo. Los intelectuales tenían gran peso en la opinión pública, existían grupos musicales reivindicativos y las manifestaciones no eran sólo para exigir subidas de sueldo. Estos movimientos han desaparecido.

“Por lo tanto, no seamos ciegos a nuestras diferencias, sino que también dirijamos la atención a nuestros intereses comunes y a los medios por los cuales se pueden resolver esas diferencias. Y si no podemos terminar ahora con nuestras diferencias, al menos podemos ayudar a que el mundo sea seguro para la diversidad. Porque, en última instancia, nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos apreciamos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”. Como todo buen discurso, termina con un canto a la esperanza y a la responsabilidad del ser humano.

Cuando Bill Clinton era presidente de los Estados Unidos, hizo colocar en una mesita un trozo de roca que los astronautas del Apolo habían traído de la luna. Cuando una discusión subía de tono, señalaba el peñasco para recordar nuestra pequeñez y lo mucho que nos unía.

El presidente actual, Joe Biden, ha seleccionado una roca lunar para “recordar a los estadounidenses la ambición y los logros de las generaciones anteriores”.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela