El 24 de febrero de 2022 Putin inició la invasión de Ucrania y, tras más de un año de guerra, no se percibe ninguna posibilidad de cese de hostilidades a corto plazo. Conscientes del riesgo de enfrentamiento nuclear, los países que integran la OTAN han optado por una actuación, firme y contenida, que sigue dos líneas. Por una parte, un apoyo decidido a Ucrania, con el envío masivo de armamento. Por otra, el no ocupar territorio ruso. Esto es fundamental para que la población sepa que su país no está en peligro y que con una retirada de sus tropas a la frontera, se terminaría el conflicto.

Mientras tanto se han producido decenas de miles de muertos y grandes daños materiales y económicos. Además, cuando todos los estados deberían coordinar sus fuerzas para hacer frente al cambio climático, los humanos estamos perdiendo un tiempo precioso. Esta absurda guerra nos distrae del combate contra él, que es prioritario y tenemos que realizar en común.

Pero es preciso alcanzar una solución duradera y ésta únicamente puede lograrse por medios democráticos, teniendo en cuenta la voluntad de la población. Lo que debe quedar claro también es que la fuerza bruta no puede proporcionar ganancias territoriales. Eso reforzaría las conductas delictivas de otros estados.

La situación en las regiones del este y sur de Ucrania es compleja y diversa. Por lo que respecta a Crimea, la composición de su población ha sido alterada a lo largo de la historia por motivos políticos. En el siglo XIX los zares fomentaron el establecimiento de rusos. El año 1944 Stalin ordenó la deportación de los tártaros. En cuanto a la incorporación a Ucrania, fue una decisión de la dictadura soviética. En 1954 la península, integrada antes en Rusia, pasó a depender de aquella. Adujeron razones de carácter administrativo y económico, ya que su istmo (por donde pasaban los diversos suministros) limita con ese territorio. Hay que tener en cuenta que ambas formaban parte en aquella época de la URSS. Se indica que intervino también otro factor: la decisión fue promovida por el primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov, quien había nacido en una localidad entonces ucraniana.

Pero, tanto a lo largo del siglo XIX como hasta la actualidad, los ucranianos étnicos han sido una minoría en Crimea. El año 2014 fue anexionada (de forma subrepticia) por el ejército ruso. Pero a la vista de los datos demográficos, es posible que la mayoría de la población respalde la unión con Rusia.

En otros territorios, en el pasado tuvo lugar también un proceso de rusificación, impulsado por los zares primero y por la URSS posteriormente. Ese mismo año 2014 se separaron de Ucrania los territorios de Donetsk y Lugansk y desde entonces ha persistido el enfrentamiento armado. Por eso, algunos sostienen que debería permitirse a Putin que conservara parte de los territorios invadidos.

Pero cuando este tipo de soluciones se imponen sin contar con la opinión de los afectados, se siembran conflictos para el futuro. El caso de Cachemira resulta muy ilustrativo. El año 1947 su maharajá decidió que el estado se uniera a la India y no a Pakistán, como presumiblemente hubiera querido la mayoría musulmana de su población. A partir de entonces ha habido guerras entre esos dos estados, que posteriormente se dotaron de armas nucleares.

El régimen de Putin realizó en septiembre de 2022 referendos en los territorios ocupados. Efectuados a toda prisa y sin garantías, según el Kremlin la opción favorable a la unión con Rusia habría ganado de forma abrumadora. Son los resultados típicos en consultas organizadas por dictaduras. Lógicamente, no han sido reconocidos por la comunidad internacional.

Pero ante una situación de estas características, resulta necesario realizar, en los diversos territorios, un referéndum con todas las garantías y supervisión internacional. Por otra parte, en los países democráticos, pese a que gane una opción, se garantizan también los derechos de las minorías. Al respecto, la autonomía de las regiones y la protección de la pluralidad lingüística son elementos fundamentales.

Por otra parte, en un contexto así, parte de la población no vota necesariamente por su origen étnico, sino por la opción que presenta mayores perspectivas de libertad, lo que conlleva asimismo un respeto a su cultura específica. Con ocasión de ello se determinaría también el alcance de la propaganda antirrusa, de la que el principal responsable es Putin, debido a su brutal agresión.

En Ucrania tienen que ser las propias poblaciones afectadas las que decidan libremente su destino. Está claro que un futuro referéndum con garantías democráticas es la mejor salida al conflicto. Debería mostrarse esa opción, de forma que se le prive al gobierno ruso de excusas a utilizar ante sus propios ciudadanos. Mientras tanto, la guerra está siendo perdida por la población de ambos países, por esas personas que ven truncadas sus vidas.