Alrededor de unas 2.000 especies de lampíridos conocidos, que incluye los insectos conocidos como luciérnagas, bichos de luz, curucusíes, cucuyos y gusanos de luz, caracterizados por su capacidad de emitir luz (bioluminiscencia) existen en el mundo, una de las cuales, es la luciérnaga común europea (Lampyris nocticula), fundamentalmente en zonas de gran vegetación y humedad importante. En el cortejo nocturno, los machos en vuelo emiten señales luminosas y las hembras hacen lo propio hasta que se produce el encuentro.

La bioluminiscencia es una cosa maravillosa e impresionante por diversas cuestiones. Una de ellas es su proceso fisiológico y su control con precisión, es decir, que estos animales se encienden y se apagan a voluntad. Se trata además de la más eficaz. Incluso más que la del sol, pues éste sólo convierte en fotones el 35% de su energía, mientras que los animales luminiscentes consiguen convertir el 95% de la energía empleada en el proceso en radiaciones lumínicas. Todo ello se debe a unas moléculas, de luciferina, que, al ponerse en contacto con el oxígeno atmosférico, con agua metabólica y la enzima luciferasa, se oxida a toda velocidad para originar destellos.

Una forma de acercamiento a la bioluminiscencia son las luciérnagas. ¿Quién no ha visto alguna vez una luciérnaga? Al menos, casi todos hemos oído hablar de ellas. Son unos bichitos antaño muy familiares en el mundo rural, que se encienden de noche como si llevaran una diminuta bombilla.

Ver luciérnagas en plena naturaleza en las noches de verano, quizá en una huerta, en una campa o en la orilla de un camino es una cosa digna de ver y merece la pena. De hecho, en comparación con otros muchos animalitos, son fáciles de reconocer. Cuando uno o una ve una lucecita brillando de noche sobre la hierba o entre la maleza, o acaso entre las oquedades de un muro de piedra, se puede estar casi seguro de que se trata de una luciérnaga. Pero, cada vez se ven menos. ¿A qué se debe?

La iluminación artificial en calles, plazas y carreteras u otros lugares es un indicador de la contaminación lumínica que tenemos en la sociedad actual y de los problemas que causan, por ejemplo, para visualizar los astros en el firmamento, y también en diversas especies, lo cual está verificado a través de diversos científicos.

Concretamente, el pasado mes de abril se publicó en la revista Journal of Experimental Biologel (Revista de BiologÍa Experimental) los resultados de un estudio de un equipo de investigadores de la Universidad de Sussex (Reino Unido) en el que se presentaba una hipótesis que puede explicar definitivamente por qué los insectos se siente fatalmente atraídos por la luz artificial.

En el citado estudio, el equipo de investigadores de la Universidad de Sussex (Reino Unido) ha confirmado a través de los datos obtenidos el peor de los escenarios en cuanto a los efectos de la contaminación lumínica en ejemplares de luciérnaga común europea (Lampyris noctiluca).

Los autores del estudio han podido demostrar con datos recogidos en el medio natural y en laboratorio que en condiciones de contaminación lumínica las luciérnagas macho tienen muchas dificultades para localizar a las hembras emisoras de luz y, en consecuencia, se hace cada vez más difícil el apareamiento y reproducción y, de ahí, su declive.

Pero también, la pérdida de hábitat y el uso de pesticidas son otras amenazas que se unen a la contaminación lumínica y que ponen en peligro a las luciérnagas en todo el mundo, elevando el espectro de extinción para ciertas especies y los impactos relacionados en la biodiversidad y el ecoturismo.

Así, por ejemplo, igual que disfrutar de los cerezos en flor, o de los colores mágicos del otoño, disfrutar una noche admirando las luciérnagas es un atractivo turístico sin igual en países como Japón o Mexico, entre otros, y es uno de los planes de cada verano, si se ama a la naturaleza. “Muchas especies de vida silvestre están disminuyendo porque su hábitat se está reduciendo –señalan los autores del estudio–. Algunas luciérnagas son amenazadas especialmente cuando desaparece su hábitat porque necesitan condiciones especiales para completar su ciclo de vida”.

Como decía en un anterior artículo publicado en este diario, “las luciérnagas, que también tienen otros nombres de referencia como gusanos de luz, sapo luciente o bichito alumbra, o en euskera, ipurargi, poseen alas para volar en busca de esa fosforescencia que, desde el suelo los reclama para el amor. Un faro de señales amorosas fosforescentes que desgraciadamente, también se va apagando”. Quién no las ha visto hace unos cuantos años y ahora en muy poquitas ocasiones –el verano pasado solo vi tres y este por ahora ninguna–, y quedábamos absortos observándolas. Para los que hemos conocido días y noches veraniegas con campos llenos de vida es algo muy triste y un claro síntoma de que el “progreso” nos está llevando al desastre medioambiental. Como en muchos casos semejantes, un sospechoso principal: el ser humano y su avance imparable. La pérdida de hábitat, la contaminación luminosa y el uso de herbicidas y plaguicidas parecen ser algunos de los responsables.

Sin duda, es muy importante que la vida de las luciérnagas sigan existiendo ya que, además de disfrutar de ellas en las noches de verano, aunque cada vez se sale menos a pasar la fresca en los veranos, están consideradas como un indicador importante para conocer el estado de conservación de los bosques húmedos y su biodiversidad en diferentes zonas del planeta.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente