Durante el tiempo que requiere escribir esta carta al director, llegan las noticias del calor extremo que azota Europa, disparando alertas en Atenas, Roma, Florencia y Bolonia, Sicilia o Cerdeña a los 49 grados, y la mayor parte de la Península Ibérica por encima de los 40. China contempla el mayor registro en el país con 52 grados en Xinjiang y Estados Unidos el verano más caluroso conocido desde Florida a la costa Oeste, donde California aparece bajo los efectos de una cúpula de calor.

El cambio climático es sin duda uno de los desafíos existenciales que afrontamos. Nuestro modelo de ciudad es el otro. La ciudad del automóvil no sólo conlleva niveles críticos de calidad del aire que la Organización Mundial de la Salud considera una de las principales causas de mortalidad. Esta forma de ciudad también ha multiplicado espacios que parecen diseñados para atrapar el calor. La dispersion urbana ha extendido su impacto mas allá de la ciudad consolidada, pero también la remodelación de los centros urbanos para encerrar al coche en el subsuelo liberando la superficie para el peatón genera una ciudad dura y desarbolada. La pandemia y el cambio climático han mostrado las contradicciones de esta ciudad replicada mediante un urbanismo de garrafón indiferente al hábitat, la latitud o la idiosincrasia del lugar.

Durante una devastadora ola de calor en Chicago, el sociólogo Eric Klinenberg analizó las disparidades en víctimas y resiliencia que presentaban distritos homogéneos en renta, diversidad étnica y condiciones sociales para descubrir la importancia de lo que denomina como infraestructura social (parques, espacios de encuentro, de refugio y descanso).

La arboleda urbana constituye la herramienta más poderosa y eficiente que tenenos para enfriar la ciudad, mejorar la calidad del aire y la vida en general. No solo proporciona burbujas climatológicas que absorben CO2 y calor ambiental, y acogen la biodiversidad. Una abrumadora evidencia científica ha comprobado además sus efectos en la salud física y emocional.

Ciudades como Phoenix, que superó hace unos días 48 grados y lleva dos semanas por encima de 43, han previsto planes para garantizar un mínimo de canopia urbana en todos sus distritos. Y Nueva York, Oslo, París o Londres recuperan espacios consagrados al automóvil que empiezan a ser redundantes, como los aparcamientos, por la irrupción de otras formas de movilidad (compartida, como servicio, bicicletas y patines urbanos) y un cambio generacional evidente respecto al icono boomer del coche personal.

Plantar árboles reduce la temperatura de la ciudad, pero en los centros urbanos vaciados del subsuelo es una posibilidad abortada de antemano. Aquí la arboleda existente y el subsuelo adquieren un valor de un recurso especial. En los distritos centrales, a menudo más envejecidos como ocurre en el Segundo Ensanche, y donde transitan decenas de miles de vehículos diariamente, la ciudad del automóvil se presenta implacable, como ocurrió hace años cundo la mayoría de los semáforos de los pasos de cebra de la avenida Baja Navarra funcionaban configurados con minutajes inferiores al requerido por la normativa.

*El autor es urbanista y sociólogo