Tras la bochornosa defensa que ha hecho de sí mismo el chulesco y todavía presidente, aunque inhabilitado temporalmente, Luis Rubiales, ante la Asamblea General de la Real Federación Española de Fútbol, ha hecho que su cese definitivo sea aún más urgente. Su inútil y nefasto alegato no ha hecho más que poner en evidencia a este vulgar émulo de la ultra derecha española que se ha debido pensar que la ética se ha hecho vieja y que la moral se ha jubilado, pues recurrir a la absurda teoría de la conspiración al afirmar que es víctima de un asesinato social por parte del falso feminismo que, según él, es un lastre de esta sociedad, es inadmisible. Y no lo hizo en plan alusión, sino con premeditación y saña. La actitud de Luis Rubiales en esta comparecencia fue lamentable e impropia de la institución a la que representa. Arremetió con sus irrespetuosas palabras contra el feminismo, contra los medios de comunicación, contra determinados políticos y contra la mayoría social a la que llamó estúpida, dando una imagen vulgar y arrogante. Salió en plan talibán, faltón y matasiete, lo que aún le hundió más en su encenagado ocaso. Subió a la tribuna a mentir y a devaluar a las campeonas del mundo con total desfachatez. Como se lo cuento, como lo leen, o sea, que salió Rubiales, el que maneja el bote de propinas de la Federación Española de Fútbol, a decirnos que el fútbol con él ha ido mejor, como después lo corroboró el zafio Luis Enrique, hoy entrenador del París Saint-Germain. Sin embargo, el proceloso dossier que atesora en su mandato, salpicado de supuestos escándalos, lo guardó bajo siete llaves en el sepulcro del Cid, en vez de abrir todas las ventanas para que la verdad fuese conocida. Nada dijo de estos supuestos escándalos, como tampoco dijo ni una palabra de arrepentimiento respecto a la víctima, Jenni Hermoso, aunque no escatimó esfuerzos en propalar una realidad que tan solo existe en su mente y que pretende convertir a la víctima en culpable. En fin, asistimos a un patético discurso hecho de fruslería, ingratitud y soberbia. Vamos, que subió a la tribuna en plan Judas Iscariote, tras haber asistido el día anterior a la última cena con Cristo y Leonardo da Vinci, con ese don de lenguas que solo aplauden los suyos, aunque muchos, avergonzados, ni le escucharon. En su intervención, en la que incluso se sirvió deshonrosamente de sus propias hijas, se dejó entrever los heraldos negros de una institución deportiva carente de democracia que ya principia a noticiar y a editorializar lo que su autocracia originaria anunciaba.

Palabras envenenadas han existido siempre, pero afirmar, en contra de la contundente versión de la propia víctima, Jenni Hermoso, que su baboseo fue un beso libre, espontáneo, eufórico y consentido, denota el mezquino e impresentable perfil psicológico del personaje. Qué estúpida es la noche cerebral de un machista que, por cierto, a nadie ha engañado atrincherándose en el status de víctima, mediante el que ha intentado urdir una colosal mentira con la que ha pretendido edulcorar con mentiras e hipócritas lamentos un hecho execrable y presuntamente constitutivo de un delito de agresión sexual. Y todo ello ante el aplauso o el silencio irresponsable y cobarde de sus secuaces. En fin, lo más inquietante es que hay más de un Rubiales en cada esquina, en cada oficina, en cada fiesta y en cada noche, pues el hombre ha procurado desde tiempo inmemorial regir en solitario los destinos del mundo, relegando a la mujer a una única posibilidad que es consagrarse por completo al deseo de los hombres. En fin, en la limitada y rancia mente de un machista el día no reluce de puro inútil. En sus atávicas palabras sólo se ve el instinto animal de su cerebro reptil que se arrastra por el suelo, que va y viene, una y otra vez, dando vueltas sobre sí mismo, pues el machismo es ya una inclinación de postrimerías, que resiste con fuerza residual, justo cuando el feminismo lo está convirtiendo en chatarra de desguace. Lo cierto es que el pequeño universo de un machista se rige siempre por la arrogancia y por las risas bravuconas, agotadas de reír, pues hace mucho tiempo no hacen ninguna gracia, pero nunca por la inteligencia y el respeto. En fin, su vano y cobarde intento de huir hacia adelante, de valerse del mundo del fútbol y ponerlo a su servicio, en vez de disculparse y dimitir, muestra su bajeza moral, que destierra la razón, devalúa los valores, falsifica la verdad  y confinan la moral.

*El autor es médico-psiquiatra