Le escribo por ser su función el mediar entre los diferentes actores de la sociedad, pero ante todo aludiendo a su profesión de médico. Espero realmente poder sensibilizarla sobre el continuo estrés sonoro que vivimos los vecinos de la plaza de Santa Ana, un auténtico allanamiento de morada que vulnera nuestra tranquilidad, nuestro derecho al reposo, y dado algunos desmanes autorizados por el propio ayuntamiento, deteriora nuestra salud.

Después, y a pesar del extenuante, cansado y largo proceso de reclamaciones escritas, llamadas y mails por el exceso de ruido, el pasado año el señor Labairu, de Seguridad Ciudadana, propuso realizar una sonometría, que se efectuó en un concierto de rock que el ayuntamiento había autorizado. Ya se habían tramitado anteriores reclamaciones al concejal del Casco Viejo pues el ayuntamiento empezó a autorizar actividades, algunas llegaron a durar todo el día, y a unos decibelios inaceptables en cualquier lugar civilizado, más aún en una pequeña plaza catalogada, por lo que sé, como patio interior.

En la sonometría de septiembre de 2022, en el concierto de rock, se llegó a la friolera de 92,5 decibelios a las 21 horas, incluso los técnicos estaban sorprendidos por el resultado; en el interior de la vivienda se llegó a los 70,9. Como usted sabrá, la OMS establece como tolerable un máximo de 55 decibelios, a partir de ese nivel y hasta 75 se considera ya un nivel de ruido excesivo. En vista de los resultados de la sonometría, el responsable de Seguridad Ciudadana me escribió un mail diciendo que eventos de esos decibelios no volverían a ocurrir.

Lo peor es que, a pesar del escalofriante resultado de los 92 decibelios y pico del pasado año, este año, en septiembre, el ayuntamiento ha vuelto a autorizar dos eventos muy similares y en fines de semana consecutivos, por lo visto fueron los mismos del año anterior.

Ante esta actitud del ayuntamiento, no puedo más que pensar que las autoridades se ríen de nosotros, pues me parece inconcebible que después de una evaluación técnica con esos resultados, se puedan autorizar actividades como las de septiembre. Uno de los eventos empezó a las 9.20 horas de la mañana con una pachanga y a un volumen que hacía temblar las ventanas de mi casa. Solamente paró a las 22.30 horas gracias a la lluvia. Estaba autorizado hasta las 23, siendo que por normativa la plaza debería cerrarse a las 22 horas. Por una cuestión de salud mental no tuve más remedio que irme de mi casa sin desayunar y volver pasada la tortura, a las 23 horas.

Como médico que es debe saber que el ruido es un conocido medio de tortura, ya ha sido utilizado por estados autoritarios para someter a prisioneros. El uso constante puede causar, entre otros, disturbios muy serios, ansiedad, irritación y alteración en el sueño. Pero yo no estoy en ese contexto. Soy una ciudadana que paga sus impuestos, que supuestamente vive en Europa, donde las instituciones públicas velan por nuestra salud y nuestra integridad, tengo unos derechos que me sitúan al lado opuesto de la tortura.

La plaza de Santa Ana está considerada un patio interior; está rodeada por viviendas, sin ningún tipo de vía mediando y con apenas dos salidas muy estrechas. Por su especificidad, el ruido se encajona y la sensación acústica a veces es mayor dentro de las viviendas que en la misma plaza. Por ello, según la reglamentación municipal, debe cerrarse a las 22 horas. Posee dos puertas, una de ellas la cierra la asociación Piparrika, y la otra la debe cerrar el ayuntamiento, ¡lo que no ocurre! La disculpa de Seguridad Ciudadana es que han estropeado el cierre automático reiteradamente, con lo cual han decidido no buscar una solución alternativa al problema.

Los fines de semana la plaza es un lugar de botellón, con todo lo que eso conlleva. Las llamadas a la policía para que desaloje y cierre la plaza son una constante. Cuando puede y ve por las cámaras que hay mucha gente, la policía viene, pero rara vez es antes de las 24h. Si de madrugada un grupo de energúmenos decide empezar a gritar, a jugar en el parque infantil –que por el ruido que hacen me imagino habrán sido desechados de otros espacios públicos–, y luego se marchan, los vecinos no tenemos argumento para pedir su cierre. Por el contrario, ha llegado a ocurrir que, por haber demasiada gente, la plaza no se ha desalojado por motivos de seguridad. La policía está cansada que llamemos, no solo los vecinos de la plaza sino los de todo el Casco Viejo, y les entiendo. No es su responsabilidad, es una omisión sistemática del ayuntamiento, que incumple la norma.

Estamos enfermando, señora Ibarrola. A mí personalmente me genera ansiedad cuando se aproximan los fines de semana y el miércoles veo la meteorología esperando que llueva a partir del jueves. No soy la única, hay vecinos de este barrio que necesitan medicarse para poder descansar. El estrés acústico es un allanamiento de morada, una invasión de nuestra privacidad y un deterioro de nuestra salud física y mental.

Queremos poder abrir nuestras ventanas por la noche, principalmente con las temperaturas que hemos tenido estos últimos tiempos.

Como ciudadana no le pido el cielo, solo le pido, muy encarecidamente, lo que me cabe como derecho: que nada más cumpla con la norma del propio ayuntamiento, es decir, cierre la plaza a las 22 horas como está estipulado, y en lugar de promover o autorizar actividades que dañan nuestra salud, busquen mecanismos para disuadir el estrés acústico.

Gracias.

Miembro de la Asociación Convivir en lo Viejo