En el día contra el ictus, se me acumulan los malos recuerdos del día que tuve mi primer ictus. Fue así: veía yo las noticias del Telediario de la TVE de las 15 horas cuando de repente empecé a ver las imágenes doble, me asusté un poco, pues nunca había tenido yo una doble visión, siempre había presumido de buena vista. Me levanté y constaté que mi pierna izquierda no obedecía, sino que se iba hacia un lado y yo no la podía corregir. Así que le dije a mi mujer, llévame a Urgencias, pues algo pasa con mi organismo. Salimos disparados y fuimos a urgencia a la clínica, a la que acudimos muchos de los funcionarios del Estado. Describí lo que me ocurría y manifesté mi sospecha de que fuera un ictus, pues en mi familia un hermano había muerto de derrame cerebral y yo mismo tenía en sangre dos factores de riesgo heredados. Esa era la razón por la que tomaba diariamente una pastilla de Adiro 100. El médico de urgencia, después de escucharme, me dijo que no era muy claro que fuera ictus, que lo mejor sería que me viera un médico internista y me envió para casa. Primer día.

Pedí de inmediato cita con el médico internista y me la dieron para el día siguiente a las 19 horas. Puntual me presenté ante el médico y le conté lo mismo –más o menos– que al de Urgencias, añadiendo que seguía sintiéndome mal. “Lo mejor será que le hagan un análisis de sangre. Venga usted mañana y vaya al laboratorio para que le extraigan sangre” y … segundo día.

Al día siguiente, tan pronto como pude, acudí en ayunas al laboratorio de la clínica donde me extrajeron la sangre. Después subí a la cafetería a desayunar y en el trayecto le dije a mi mujer. Me siento mal, creo que deberíamos pasar por urgencias otra vez. Fuimos al lugar dentro de la propia clínica y excepcionalmente había bastante gente esperando. Por orden de la persona encargada en la ventanilla de Urgencias, a quien transmití mi malestar, me senté en la sala contigua de espera. Apenas me había sentado cuando me desplomé, caído al suelo, ciego y sin habla con el consiguiente alboroto de los presentes. La persona encargada en la entrada del recinto de Urgencias, comentó: “¡Señor, qué se cree usted, que está solo para ser atendido…!”. Mi desplome lo entendió como una treta para que me atendieran sin esperar más. Al ver que no me levantaba del suelo y que mi esposa requería insistentemente un médico, me atendieron. Tercer día.

Camilla, alboroto, corridas, idas, venidas… Por fin apareció una médica neuróloga. Ahora sí, parecía ser un ictus, ya no había excusas, ni dudas, o ¿sí? Pasado un tiempo de análisis, medicación, etcétera, la neuróloga nos pregunta a mi esposa y a mí, yo había recuperado en parte el habla y la vista, si me quería ir a casa o quería quedarme ingresado…

Resultado: tres semanas ingresado, secuelas de por vida, medio cuerpo (el izquierdo que arrastro) y un cerebro que descarga electricidad causándome un cansancio crónico). Sobre la estancia en la clínica me reservo la información sobre las condiciones a las que me sometieron (estaban de obras). Han pasado más de 5 años. Un caso así, médicos, personal sanitario, responsables de salud, no debe repetirse en este siglo ni en Navarra, ni en ningún otro sitio.

El autor es enfermo crónico por un ictus