Según el sionismo y sus gobiernos profetas, en la Tora y el Talmud, libros sagrados de la religión judía, existe en su Edén celestial un Registro de la Propiedad en el que las tierras palestinas figuran inscritas a nombre de este pueblo. Es decir, quienes no pertenecen a él son ocupantes ilegales carentes de legitimidad para apropiarse de ese territorio y vivir en él. Es por eso que desde la creación del Estado de Israel, en 1948, el desalojo forzoso de la población palestina que ocupaba esas tierras desde tiempos ancestrales, está legitimado por mandato divino ¡Yahve lo dice. Hágase su voluntad!

Estos días, en cientos de calles y plazas de todo el mundo, millones de personas han gritado: “No es una guerra, es un genocidio”, delito que el derecho internacional define como aquel que persigue destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Más claro no lo pudo decir Netanyahu, quien equiparó públicamente el actual ataque con un mandato bíblico. Dijo Yahvé: “Ataca a los amalecitas y destruye totalmente todo lo que les pertenece; no los perdones. Mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y burros”.

En 2014, Israel atacó durante 50 días el territorio de Gaza. Amnistía Internacional calificó aquello como un crimen de guerra. Murieron más de 1.500 civiles, de los que 539 fueron niños y niñas. Con este motivo, el escritor Eduardo Galeano escribió un artículo titulado Gaza, en el que se refería a las guerras lanzadas por Israel. En él decía: “No hay guerra agresiva que no diga ser defensiva… En cada una de sus guerras defensivas Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina..., y los almuerzos siguen”. Pero lo de hoy es algo más que un almuerzo, es un festín pantagruélico.

En octubre, tras 20 meses del inicio de la guerra en Ucrania (febrero de 2022), el número de víctimas en ésta ascendía a unas 70.000 personas, 9.000 de ellas civiles. Por su parte, en Gaza, en tan solo un mes desde el comienzo del ataque israelí, las víctimas pasan ya de 11.000, un 40% niñas y niños. Es decir, considerando la población de cada país (Ucrania, 37 millones; Gaza, 2,2 millones), el número de víctimas por 100.000 habitantes en Gaza es de 500 personas, mientras que en Ucrania es de 190. En resumen, en Gaza, en 20 veces menos tiempo se ha matado 2,5 veces más personas. Las dianas, además, son hospitales, escuelas, mezquitas, ambulancias, dependencias de la ONU, campos de refugiados, viviendas,... No es una guerra, sino un genocidio, y los genocidas tienen nombre: Biden (EEUU, demócrata), Scholz (Alemania, socialdemócrata), Sunak (Gran Bretaña, conservador), Macron (Francia, centrista), Ursula von der Leyen (UE, derecha)...

En respuesta a la invasión de Ucrania, EEUU y la UE adoptaron con celeridad todo tipo de sanciones contra Rusia referidas a importaciones y exportaciones, visados, servicios financieros y empresariales, energía, transporte,... Declararon también como criminales a Vladímir Putin, sus ministros y a la alta jerarquía militar rusa. Por su parte, la Corte Penal Internacional, cuya función es juzgar a las personas acusadas de cometer crímenes de genocidio, guerra y lesa humanidad, ha dictado una orden internacional de búsqueda y captura contra Putin.

Sin embargo, ninguna de estas medidas se ha tomado hasta ahora en relación a Israel, a pesar de las continuas condenas hechas por la ONU contra este estado durante sus 75 años de existencia: ocupación de territorios, expulsión de población palestina, negación del derecho al retorno, construcción del muro, bloqueo de Gaza,… Por el contrario, desde EEUU y la UE (Estado español incluido, por supuesto), se mantienen con Israel unas relaciones comerciales y unos marcos de cooperación preferentes, a lo que hay que sumar el apadrinamiento político, social, cultural y deportivo dado a Israel, a fin de lavar su imagen criminal ante la ciudadanía europea.

F.D. Roosevelt, presidente de EEUU entre 1933 y 1945, clasificaba a sus aliados por categorías. En una de ellas colocó a los dictadores sudamericanos de su tiempo. En particular, de Tacho Somoza, fundador en Nicaragua de una dictadura que duró 42 años, hasta 1979, afirmó: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Pues bien, algo parecido sucede hoy con EEUU y la UE en relación con Israel. Son conscientes del carácter criminal de su gobierno pero, como Roosevelt, afirman también que es “nuestro hijo de puta”, un aliado-gendarme vital en la estratégica zona del Golfo. Por ello, los pequeños tironcillos verbales de orejas que muy de vez en cuando dan al estado sionista por sus desmanes, no dejan de ser sino un puro ejercicio de hipocresía.

Vayamos terminando. El ataque de Hamás y la reacción israelí está removiendo hoy el escenario internacional. No sabemos cómo acabará todo esto, pero pensamos que la única solución a este conflicto que dura ya 75 años debe pasar, en lo inmediato, por el cese total del ataque israelí sobre Gaza y su bloqueo y, a partir de ahí, por la reversión escalonada de todas y cada una de las medidas de robo de tierras y colonización forzosa adoptadas hasta ahora por los distintos gobiernos israelíes.

La experiencia de 75 años indica que este rebobine no va a lograrse sin más, mediante acuerdos institucionales por las alturas o, menos aún, declaraciones plañideras carentes de compromisos reales. Lo fundamental debe ser modificar la correlación de fuerzas hoy existente, abriendo cauces políticos para que fluyan por ellos la inmensa solidaridad internacional que hoy está recibiendo el pueblo palestino. En definitiva, materializar iniciativas concretas que hagan revertir el trato preferencial comercial, cultural, deportivo, institucional y militar que hoy recibe Israel y convertirlo en su contrario: sanciones precisas para las continuas violaciones de derechos humanos que ayer y hoy se están dando con total impunidad. Porque no es una guerra, sino un genocidio. Las lágrimas de cocodrilo están de más.