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¿Europa cerrada o abierta al mundo? (I)

¿Europa cerrada o abierta al mundo? (I)EFE

Hay razones para pensar que el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza supone un antes y un después en la historia moderna de Occidente y de Europa, hasta colocarnos al borde de una crisis civilizatoria. Puede significar la implosión del estatus histórico vigente y el despunte de una geopolítica global marcada por la incertidumbre y el caos. En este nuevo escenario, si Europa no hace una profunda autocrítica sobre sus orígenes y de su actitud, corre el riesgo de ver reducido su papel en el mundo al de un simple souvenir turístico.

La historia contemporánea de Occidente está repleta de guerras, atrocidades impunes y genocidios, sin embargo, la situación a la que asistimos en directo a través de los medios de comunicación nunca antes la habíamos enfrentado como sociedad. Lo novedoso de la barbarie que contemplamos todos los días en las pantallas no es que el estado de Israel se ría y haga añicos la legalidad internacional y el derecho humanitario (algo que viene haciendo impunemente a lo largo de toda su historia como país), sino que presenciemos en tiempo real un drama calculado y anunciado: la masacre de población civil convertida en espectáculo. Hasta ahora, cuando las grandes potencias internacionales cometían atrocidades, se esforzaban en ocultarlas. En cambio, Israel hace todo lo contrario. Necesita propagar su venganza, mostrar la superioridad de un estado religioso dueño del derecho divino y del poder militar; pero lo hace porque cuenta con el beneplácito de su sociedad y con la complicidad occidental. Asistimos así a la obscenidad diaria del asesinato de civiles inocentes, porque Israel sabe que sus crímenes quedarán impunes, como ha sucedido hasta la fecha.

Pero no resulta menos obscena la actitud europea, con su silencio cómplice ante una atrocidad que define ya el año 2023 y tal vez el 2024. Hay tres cosas que destacan de la manera de comportarse de los gobiernos y de las sociedades del viejo continente y que nos anuncian la Europa que quedará después de este desastre. En primer lugar, la docilidad y entrega de sus gobiernos y de sus estados a los designios imperialistas agónicos y suicidas de los Estados Unidos. En segundo término, la perplejidad de sus sociedades, desconcertadas ante tanto uso y abuso mediático bien orquestado por Israel y los gobiernos occidentales, e impotentes a la vez por la falta de determinación de la mayoría de las fuerzas políticas, sociales, mediáticas y culturales ante lo que ya es inocultable. Además, esta obscenidad de vivir, aunque sea en forma vicaria y digital un genocidio a estas alturas de civilización, sacude todos los órdenes e instituciones, desde las religiosas a las académicas, pasando por las familiares. Ya en tercer lugar, penetra más a fondo y destapa la realidad de una Europa para la que la vida de los otros, los derechos humanos y la democracia significan ya poco, hasta desmitificar los más sagrado de su historia. Europa, con sus instituciones impotentes y con su cultura incapaz de generar esperanza y futuro, descubre la cara ocultada de su proyecto civilizador. La “bárbara Europa” (M. Galceran), la incontestable demostración de que Occidente practica ya sin tapujos la necropolítica (A. Mbembe): el pueblo palestino ha sido condenado a no existir. ¿Qué hay de realidad y qué de mito en esa idea de Europa vertebrada sobre los derechos humanos y la democracia? ¿Y qué Europa es la que sobrevivirá a esta tragedia intolerable?

De este momento de inflexión en las relaciones internacionales despunta un nuevo escenario en el que las reglas las impone el más fuerte, lo que inaugura tiempos de inestabilidad, el recrudecimiento de los conflictos y la inserción total en la sociedad del riesgo descontrolado. Los mecanismos de control internacional –normas, poderes, instituciones– centrados en hacer política, es decir, canalizar los conflictos, se convierten en papel mojado. La propia ONU está siendo abochornada por Israel hasta la caricatura y abandonada en su agonía por Europa. A partir de ahora todo discurso sobre la paz, el diálogo en las relaciones internacionales y la defensa de la democracia nace ya vacío. El nuevo desorden global ya no necesita los derechos humanos; tampoco la democracia. Y esta mirada autoritaria y salvaje parece reproducirse también dentro de cada estado europeo.

El capitalismo acelerado se siente autosuficiente e impone todas las reglas, mostrando ya su rostro auténtico: el autoritarismo neoliberal. Europa muere porque mata, su viejo orden histórico político ha implosionado con las atrocidades de una de sus últimas colonias (Israel), y ya no sabe encajarse en el nuevo rompecabezas que normaliza lo atroz y lo intolerable. Por eso el discurso de Europa pierde toda credibilidad y el viejo continente ya no es capaz de elaborar un relato de esperanza verosímil.

Da la impresión de que a esta Europa solo le quedarían hoy dos caminos. El primero, ahondar en una profunda revisión autocrítica de su historia y abrirse al mundo. Pero abrazar al mundo para escucharlo, no conquistarlo y estrangularlo, y para escucharse también a sí misma y poder contribuir a construir un proyecto de cultura de justicia, igualdad, diversidad y paz: una Europa de esperanza que pide ayuda al mundo para aprender con él y trabajar juntos.

El segundo, quedar reducida a un objeto más de consumo, un souvenir de piedras, museos y mitos trasnochados: una Europa nostálgica que se agota mirando la imagen irreal que ha creado de sí misma.

A estas alturas parece que solo sus sociedades, hoy por hoy desconcertadas e inseguras, podrían salvarla, dándole tal vez sentido y futuro común.

*Los autores son politólogo y profesor de la UPNA, respectivamente