Las Juntas Generales de Gipuzkoa, en reunión de 25 de noviembre de 1985 celebrada en Donostia, adoptaron un acuerdo cuyo punto primero es la descripción de la modificación del escudo de Gipuzkoa: escudo de un solo cuartel que tiene sobre campo de oro tres árboles tejos verdes, uno en medio y los dos a los lados en igual proporción y al pie de estos árboles ondas de agua de plata y azul y abrazado este escudo con dos salvajes que le apoyan y tienen uno por cada lado y debajo la leyenda “Fidelissima Bardulia Nunquam Superata”.

El topónimo celta Vardulia significa tierra fronteriza y designaba al territorio que ocupaba la tribu prerromana de los várdulos que en época prerromana y romana poblaban la parte oriental de la costa cantábrica (situados en la mayor parte de la provincia de Guipúzcoa). El topónimo vasco Gipuzkoa procede de Ipuzkoa, que significa tierra fronteriza, lo mismo que la palabra celta Vardulia, lo que quiere decir que se produjo un cambio en el idioma de la población para designar el mismo territorio. Algunos autores afirman que los várdulos también englobaban o bien terminaron asimilando a los caristios y autrigones. Várdulos, autrigones, caristios y berones ocupaban el marco geográfico que actualmente corresponde a las tres provincias que conforman la comunidad autónoma del País Vasco, si tenemos en cuenta la información documental disponible, particularmente desde la segunda Edad del Hierro, momento en el que se puede concretar la presencia de estos grupos de población, hasta la antigüedad tardía (siglo V d.C.) No obstante, el territorio que debieron de abarcar se extendía asimismo hacia otras áreas provinciales, como el área oriental de Burgos (hasta los Montes de Oca y la Sierra de la Demanda); el área nororiental de Cantabria (Castro Urdiales: castro de los várdulos) y la actual Rioja. Por otra parte, la zona oriental de Guipúzcoa, a partir de la divisoria de aguas de los ríos Urumea y Oyarzun, correspondería al grupo de población vascón, si tenemos en cuenta a los autores greco-latinos Estrabón, Plinio y Ptolomeo, que sitúan a Oeasso (Irún), entre las polis vasconas. Julio Caro Baroja ya indicó que la palabra várdulo no tiene origen vasco.

Significativo es el caso de la hidronimia. Las fuentes griegas y romanas transmiten el nombre de seis ríos situados en el actual territorio del País Vasco: Deva, Menosca, Nerva, Sauga, Saunium y Uria. Cinco de ellos son de raíz indoeuropea. Deva es una palabra celta que puede traducirse como diosa y Nervión es una derivación de Nerva. En Euskadi, los nombres de los montes importantes (Amboto, Gorbeia) y los ríos mayores (Deva, Nervión, Oca) de nombre no descriptivo tienen nombres antiguos originarios dedicados a divinidades celtas o indoeuropeas. Los grandes topónimos no tienen nombres vascos, solo lo tienen los picos menores, los caseríos, las rocas, los parajes menores y los lugares cercanos.

Tras la caía del Imperio Romano, un fuerte desarrollo demográfico de los vascones entre los siglos VI-VIII dC habría ocasionado migraciones de gentes vasconas hacia lo que en documentos de la Alta Edad Media se llamará Vardulia, identificada a partir de ciertos datos de los textos clásicos, sugiriendo que había una afinidad entre caristios, autrigones y várdulos, que recibirían un nombre común, el de várdulos, que explica muchos hechos históricos posteriores de esta región. Como, por ejemplo, por qué al ser desplazados caristios y várdulos por los vascones en la Alta Edad Media hacia el territorio autrigón, caristios y autrigones perdiesen su nombre y quedasen con el nombre común de várdulos, y los que quedasen en sus territorios lo perdiesen tras ser absorbidos por los vascones.

Los textos romanos distinguían con nitidez a los vascones de los várdulos y caristios y por ello incluyeron a los primeros junto con otros pueblos del Valle del Ebro en el convento jurídico de Cesaraugusta, y a los segundos, junto con los cántabros y otros pueblo celtas, en el convento jurídico de Clunia, en el Duero. Una reciente corriente historiográfica, formulada por Martín Almagro Gorbea, basándose en fuentes arqueológicas y lingüísticas, sitúa a caristios, várdulos y autrigones en la órbita de lo indoeuropeo y las lenguas célticas, localizando el territorio originario del protoeuskera en los pirineos occidentales.

La comparación de las creencias religiosas de los vascones con las de sus vecinos (várdulos, caristios y autrigones) constata que los vascones tuvieron unas creencias peculiares y distintivas: peculiares, porque su etimología no tiene explicación por el indoeuropeo y parecen referirse a fuerzas naturales o a ciertos animales totémicos y que la adscripción lingüística de sus nombres parecen corresponder más ajustadamente a la lengua vasca (que, lógicamente, debía ser la lengua de los vascones) que a otra céltica. En su conjunto, parece que los vascones darían culto a dioses de nombre eúskaro relacionados con las fuerzas de la naturaleza (Selatse, Larrahe, Loxa, Lacubegi). Por el contrario, entre los vecinos várdulos, caristios y autrigones hay coincidencias con dioses de sus respectivos panteones y sus nombres son susceptibles de explicación por etimologías indoeuropeas (Tullonium, Baelibio).

En una lámina de bronce escrita en latín, del siglo I aC, hallada en Botorrita (ciudad celta de Contrebia), se recoge la querella interpuesta por la ciudad vascona de Alaun (actual Alagón) contra la ciudad íbera de Salduie (actual Zaragoza). Conviene recordar que los vascones se encontraban en aquel tiempo a tan solo 25 kilómetros de Zaragoza.

En una pieza de bronce con forma de mano, del siglo I aC, hallada en el yacimiento del poblado vascón de Irulegi (Aranguren), aparecen 40 signos inscritos en una de sus caras. El texto está escrito en una variante del íbero, adaptado al protoeuskera de la población vascona de la Edad Antigua. En la primera palabra puede leerse sorioneku –afortunado– una vez hecha la transcripción. Es una evidencia histórica que los vascones habitaban en la antigüedad el territorio de la actual Navarra, con extensiones al sur del río Ebro.

Ya conocemos el legado de los vascones, ¿y el de los várdulos?

El autor es analista