Hoy, las razones para el equipamiento de los ejércitos de determinados países no resistirían la más mínima exigencia expresada en clave de Derechos Humanos. Todos los Estados hacen alarde, se dice, del aumento de su potencia armamentística, bajo el pretexto de que hay que disuadir al posible enemigo, esto es, optimizar su seguridad. Pero, superado el efecto disuasorio y llegado el momento de las hostilidades, el arsenal militar se desprende de su máscara, muestra su verdadera cara y persigue su auténtico fin que no es otro que la derrota del enemigo a través de la producción de la mayor cantidad de bajas, de muertes. En realidad, los Estados, ¡para ello, solo para ello, se arman!

La Unión Europea convertida, desde 1957, en terreno conquistado por los EEUU para la expansión capitalista liberal y, luego, neoliberal, tras la pandemia de la covid-19, ha aprovechado lo que se ha dado a conocer como la invasión rusa de Ucrania, para crear un clima proclive al armamentismo en los 27 Estados que la integran. Para ello, en primer lugar, hizo resucitar la OTAN, y, como paso siguiente, anunció la modificación de su plan conocido como Brújula estratégica.

Este cambio tendría como objetivo preparar mejor a la Unión Europea ante un acontecimiento, que considera “posible” como el de una guerra en suelo europeo. Y el pretexto y la sublime justificación de seguir armándose ad infinitum sería “la salvaguarda de los valores e intereses europeos”. Quizás fuera el momento de preguntarse: pero…, la Unión Europea ¿no fue una estructura política creada para la paz? O es que aquellas grandes declaraciones solemnemente pacifistas de los Adenauer, Churchill, De Gasperi, Monnet, Schuman, Spaak en los aledaños de la firma del Tratado de Roma de 1957, ¿formaban parte de un grotesco y patético engaño? ¿Dijeron aquello que, ellos, sabían que la gente, tras haber contemplado y padecido la gran carnicería que había sido de la Segunda Guerra Mundial, quería oír?

No es necesario ser experto en materia militar para darse cuenta de que, en una nueva guerra mundial en suelo europeo, –en la jerga actual de Joe Biden–, un misil nuclear podría acabar con cualquiera de las 257 bases militares que EEUU tiene distribuidas por Europa. Y ese mismo misil podría producir un daño incalculable y difícilmente reparable en los territorios en los que están ubicadas y más allá de sus aledaños, por ejemplo, en la Península Ibérica. ¡Las guerras para salvar vidas, se diga lo que se diga, nunca estuvieron en la agenda de los poderosos de la Tierra! Y mucho menos, en el ideario del mercado mundial actual, esto es, de la globalización neoliberal, en el que la guerra constituye el eje central de la expansión universal y consolidación de un sistema (y todo lo que ello conlleva) donde la persona, el ser humano, ha dejado de ser un fin en sí mismo, como lo proclamaban las Ilustraciones francesa y alemana, para convertirse en medio al servicio de aquel.

De ahí que, la vida, para el sistema capitalista salvaje, esto es, en la versión neoliberal, ha dejado de tener valor en sí y por sí misma como lo muestra el gobierno de Netanyahu de la manera más cruda y cruel, a diario, con la masacre genocida palestina. El sistema no entiende de sensibilidades, no funciona con criterios de humanidad y si necesita matar, en aras de su perduración, matará. El neoliberalismo, como ideología que sublima la jerarquía, está íntima e indefectiblemente emparentado con el militarismo más rancio y primitivo.

Pensar que las tropelías e injusticias del mercado, así como las atrocidades bélicas puedan tener respuesta apelando a una ética universal, a los Derechos Humanos o a un pretendido Derecho Internacional no deja de ser una ingenuidad desde el momento en el que el individuo ya no forma parte de este sistema, ha sido expulsado de la ecuación en la que solo queda la oferta, la demanda, los costes y beneficios y la frialdad del cálculo estadístico. ¡Ni rastro de humanidad! ¡Para el sistema existen cosas más importantes que la vida! Lo digo con profundo dolor en mi alma.

Hacen falta muchas toneladas de cinismo para anunciar, como lo hace la Unión Europea, la modificación del plan denominado Brújula estratégica en previsión de una guerra en suelo europeo justificando, dicho cambio, en base a “la salvaguarda de su sistema axiológico y sus intereses”. Son necesarios muchos quintales de hipocresía para sostener que puede ser una guerra la que acabe con los valores seculares de Europa si, esos valores hace tiempo ya no los tenemos y, además, pasaron a mejor vida. Fueron vendidos para su incineración a los EEUU mediante el contrato impregnado de estricnina que supuso el Plan Marshal.

Gracias a ello, Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo recibieron los 25.000 millones de dólares para su reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial a cambio de abrir sus puertas de par en par al imaginario y estructura del sistema liberal angloamericano que acabaría convirtiéndose, más tarde, en neoliberal poniendo alfombra de terciopelo al inicio y consumación de uno de los más grandes procesos de aculturación que se han producido en la historia. Ahora proclamamos las bondades de la seguridad olvidando lo que para Europa supuso la conquista de la libertad.

Hemos dado la bienvenida a la desigualdad social y calificamos de “comunista”, como si el término debiera ser proscrito, la simple igualdad de oportunidades. Frivolizamos con la solidaridad, como si fuera algo que estuviera fuera del tiempo, y elevamos a los altares al individualismo egoísta y, como colofón, enterramos vejada y humillada a la justicia social.

Y… ahora, ¿qué? ¿Cuáles deben ser los valores e intereses que la Unión Europea tiene que defender en el supuesto posible de que se produzca una guerra en su suelo? ¿Son los valores del sistema neoliberal? ¿Son los intereses de los EEUU?

Mientras lo descubrimos, los líderes europeos parecen hacer méritos para que una guerra tenga lugar en suelo europeo. Vestidos con los ropajes de la más pura indecencia, sugieren de manera cuando menos indigna, una utilización de los activos rusos congelados por las sanciones europeas para comprar munición y armamento para Ucrania. Insinúan, –y algo más–, el envío de soldados de países europeos de la Unión para reforzar las filas del ejército ucraniano, provocan… Y no sé cuántas cosas más que no pretenden la solución del conflicto ruso-ucraniano, sino, simplemente…, de manera obscena, crear pretextos, de momento, para la justificación del crecimiento exponencial de los gastos militares.

La propia presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyer, sin ruborizarse, nos dice que “no se deben exagerar los riesgos de una guerra, pero sí hay que estar preparados para afrontarlos. Y eso comienza con la urgente necesidad de reconstruir, reponer y modernizar las fuerzas armadas de los Estados miembros”.

Se nos anuncia el riesgo de una guerra en suelo europeo. Eso parece que lo tienen claro los líderes europeos. Ahora se debe encontrar el enemigo a batir, los valores que debemos defender y los intereses por los que debemos luchar. Todo esto resultaría simplemente patético si no fuera porque nos anuncia el drama futuro de la humanidad.

Europa, Europa, ¿qué están haciendo de ti? ¿Qué están haciendo con nosotros?

El autor es catedrático emérito de la UPV/EHU y autor de ‘Algunas claves para otra mundialización’