Llevo años tratando de aplicar lo que sé de mi trabajo en terapia de grupo para entender a nuestro gran grupo: lo que sentimos colectivamente como país, como Europa, como aldea global. Una tarea temeraria, pero vital. Necesitamos ser conscientes de las emociones personales y colectivas bajo las pugnas ideológicas para aliviar polarizaciones y conflictos. Debemos buscar sentimientos como el miedo, el odio, la envidia, la tristeza, la añoranza, el dolor, el sentimiento de inferioridad, de superioridad, etcétera.
¿Que elementos emocionales colectivos nos están influyendo? Diré algunos que tengo presentes. La Guerra Civil que sigue latiendo en el fondo sin que hayamos superado las heridas emocionales. La pandemia con su mensaje de fragilidad. La progresiva globalización y el miedo a perder nuestra identidad.
Eso último me ayuda a entender las posiciones nacionalistas en España y en Europa hoy. La ultraderecha está creciendo en base a nuestro temor a perder nuestra identidad. ¿Qué miedo late debajo del sentir nacionalista y del antieuropeísta? Tengo que buscar en mi historia el sentimiento de vértigo en un mercado en Cuzco. Si me desnudo de mi armazón de superioridad española y europea, me siento no ser nada y envidio el placer de las vendedoras unidas ante un raro europeo que no conoce lo que venden, que se hacen señas cómplices sin que él las capte. Cuando vienen aquí, sienten cosa parecidas. Estamos ante la necesidad de una identidad, la desprotección que genera no tenerla, el orgullo de superioridad que aporta. Evidentemente el tema es más complejo.
Los sentimientos de identidad pueden generar guerras con sus fosas.
¡Casi se me pasa!: las dos guerras cercanas. Los que hemos salido de una Guerra Civil (todos) tenemos en este momento el horrible dilema de facilitar armas que matan. Muchos no imaginábamos tener que enfrentarnos a eso. Esas guerras levantan el miedo en nosotros, incluido el que heredamos de nuestros ancestros. Un sentimiento muy importante y difícil de detectar. El mismo miedo que nos llevó a negar, de diferentes formas, la realidad de la pandemia.
Todos los días busco en los periódicos una buena noticia para mandar a una persona que quiero. No es fácil, hay días que no la encuentro. ¿Por qué? ¿Son más noticiables las desgracias? ¿Estamos con miedo, en alarma, buscando donde aparece el peligro? ¿deprimidos, buscando consuelo en los que están peor? Los jóvenes se suicidan.
Hacerse preguntas y poder tolerar la incomodidad de no tener respuesta es importante. Los populistas nos ofrecen respuestas tan redondas como falsas.
Gaza ocupa un porcentaje nada desdeñable de mi escenario mental diario. Ahí se está escribiendo parte del prólogo de la vida de mis descendientes. Otro escenario que lo está haciendo es el calentamiento global. Tenemos la responsabilidad de dar un legado de horizontes positivos.
Mientras escribo esto en una cafetería, una pareja pasa y vuelve a pasar: un anciano llevado del brazo por su hija. Ella sonríe al vacío de delante. Me sostienen muchas experiencias de solidaridad en mi espacio personal. Busquémoslas y publiquémoslas en el espacio colectivo.
*El autor es psiquiatra y padre