Uno de los mayores problemas que tiene el uso excesivo de redes sociales y pantallas es la pobreza adquirida en el uso de las palabras. Multitud de estudios sugieren una gran relación entre el uso rico de vocabulario y el bienestar mental. La lectura de las clásicos (el verano es buen momento para ello) nos enseña cómo han expresado sus sentimientos, vivencias, esperanzas, anhelos, miedos o temores quienes nos han precedido, todos hijos de sus culturas y su tiempo. Es un aprendizaje que deberíamos actualizar de manera constante. Si nos encontramos mal y no sabemos expresarlo no podremos conocer los mecanismos necesarios para recuperarnos y desarrollarnos. Más aún, será más fácil caer en las trampas que abundan en nuestro sistema económico y social. Cuidado: no me refiero a temas ilegales. Se trata de ingenios para captar nuestra atención, nuestra compra, nuestra emoción o nuestro voto de manera que no seamos conscientes de ello.

El pueblo marubo tenía una vida plácida en el Amazonas de Brasil hasta que en septiembre del año pasado apareció Internet. Meses después, periodistas del New York Times acudieron allí para ver cómo habían evolucionado. Los resultados: se han vuelto más vagos, intercambian archivos y más estúpidos archivos, cotillean los unos de los otros, se han polarizado y las conversaciones personales se han derrumbado. Sí, están los aspectos positivos: avisos en caso de emergencia, posibilidad de interactuar con más personas, acceso a más información. Pero si hacemos una sencilla evaluación entre ingresos y costes no es difícil inferir el momento en el que la felicidad era mayor.

Más conocido es el pueblo inuit, ubicado en las regiones árticas de América del Norte. James Raffan está considerado el explorador que más sabe de la zona. En una ceremonia realizada junto al río Coppermine los líderes nativos de Kugluktuk le han otorgado el nombre de Aiuituk. Su significado: “el que consigue hacer cosas”.

Conocer una simple palabra nos puede inducir a actuar de forma distinta, ya que si deseamos aspirar al título de Raffan (aunque en este caso nos lo demos a nosotros mismos) tenderemos a ser más proactivos, directos y decididos.

Avishai Margalit es un filósofo israelí que ha acuñado dos conceptos relacionados con una sociedad. Así, la considera decente si las instituciones no humillan a los ciudadanos y la considera civilizada si los ciudadanos no se humillan entre sí. En este caso, conocer el concepto hace que aumente la exigencia de la sociedad civil respecto de quienes nos gobiernan. No obstante, éstos juegan con una ventaja que han confirmado los análisis relacionados con los marubo: el uso compulsivo de las redes ha rebajado de forma considerable la crítica que se puede y debe realizar a quienes mandan. En este caso, y eso es una opinión, considero que a grandes rasgos nuestra sociedad no es decente y sí es civilizada. ¿Por qué?

Los políticos han conseguido normalizar la mentira de tal manera que se considera algo cotidiano. Los casos más recientes: la promesa de Mariano Rajoy de bajar los impuestos y su cambio de opinión cuando llegó al poder, algo instaurado de forma persistente en la presidencia de Pedro Sánchez. El caso más sonado: la amnistía. Se ha perdido la elegancia de Felipe González, que al menos cuando le preguntaron por la posible incorporación de España en la OTAN (tenemos nuevo secretario general: Mark Rutte) contestó con el célebre “de entrada, no”.

Aunque no lo parezca, eso es lo de menos. Lo peor: la gran inconsistencia entre lo que se dice y lo que se hace. Todos los partidos sin excepción están preocupados por el tema de la España vaciada. Prometen un día sí y otro también que van a arreglar el problema y sin embargo lo dejan en el cajón. Ilustremos la idea con un ejemplo general y otro particular. Está claro que las condiciones de los trabajadores del sector primario deberían ser atractivas, ya que es prioritario considerar esta industria como estratégica en términos de equilibrio medioambiental y vertebración territorial. Sin embargo, el descontento de los agricultores y ganaderos continúa. Por otro lado, a nivel personal estamos intentando inscribir en el Registro de la Propiedad de Aoiz una casa ubicada en nuestro pueblo. Como no se realizó en su momento, el papeleo es infame. Entre los documentos exigidos, el certificado de defunción de mi abuelo, de hace ¡¡35 años!! Dificultando las gestiones la economía se paraliza y el medio rural se derrumba.

Si nuestros gobernantes no cumplen con el título de Aiuituk, ¿por qué no aspirar nosotros al mismo? Como palabra es muy atractiva: cinco vocales entre siete letras. Como objetivo, es todavía más atractivo: nada como la satisfacción del trabajo hecho. Sin dolor no hay recompensa, pero con muy poco dolor se puede obtener una gran recompensa. ¿Lo intentamos?

Perdón, ¿lo hacemos?

Economía de la Conducta. UNED de Tudela