El hombre se precipita en el error con más rapidez que los ríos corren hacia el mar. (Voltaire)

La vida, tan bella y onírica como un cuadro de Giorgio de Chirico, acaba siendo una compleja red que el hombre se empecina en tejer con los errores de ayer y de hoy, hasta terminar atrapado en ella. Los mayores equívocos y fracasos de la inteligencia son las guerras, que conllevan la destrucción del espíritu humano. Quienes las hacen no hablan de matar hombres, mujeres y niños; quienes hacen las guerras masacran limpiamente mapas y maquetas, y los acueductos de la sangre no pasan por sus conciencias. Así se hacen los imperios, muerto a muerto, disparando presupuestos de fuego que rinden culto a la aberración humana y a su negro repertorio en el que hay seres que amanecen a la muerte antes que a la vida. Se desangran los niños como lirios, sin que la náusea haga vomitar al mundo. Amar y morir entre el temor y el miedo, donde no reina la calma, donde el mundo se duerme entre oscuros horrores mientras el viejo y tenaz remordimiento va muriendo en nuestra sociedad en la que, como espectadores de cortos vuelos, manejamos la falsa moneda de una distante compasión que nos redime y nos aparta de escalar las altas cotas de una dolorosa realidad que muestra la debilidad de inteligencia y ética del hombre dormido. Vivimos tiempos en los que el pensamiento reflexivo tiene poco espacio para hospedarse en el individuo. La humanidad, como un escarabajo pelotero, continúa rodando sobre su propio excremento. La muerte es gratis en las terribles noches de acero que engendra la dinastía del crimen salpicando y mancillando la Historia. Decía Paul Valéry que “la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran”. El grito lejano del humano dolor no impide que nos veamos atraídos, como el hierro al imán, por las banalidades que nos rodean. El hombre deja muy pronto atrás el virginal y movedizo tiempo de la infancia, y sus indelebles recuerdos no le impiden tejer un viviente tapiz, lleno de errores, como telón de fondo de un mañana encadenado a la fragilidad de la paz, a la actual obviedad de la inmolación de la naturaleza en el altar de la tecnología y a la incesante producción industrial que, pese a los recursos finitos del planeta, demanda nuestro sistema de vida. El corazón humano está hecho de verdades y mentiras que, con frecuencia, resultan impresentables en sociedad. La verdad y la mentira no son conceptos digeribles en su estado puro y, sin embargo, funcionan bien como un cóctel combinado que enmascara todo tipo de errores. Vienen tiempos grises en los que no sirve nacionalizar el sol para que a todos nos caliente en este discurrir de los años, que pasarán sobre nosotros como caricia o como tortura, según la actitud y la circunstancia en la que nos encontremos. Europa vuelve a posar sus temores sobre sus viejas arquitecturas poniendo alfombras a la raza de los gerentes que van concatenando los errores de la Historia y rechazando su magisterio. El mundo pierde su melodía en aquellos lugares donde no reina esa paz que los alegóricos presentan en blanca figura colombina. La humanidad prosigue con sus equivocadas acciones cuestionando el valor de la inteligencia; pese a todo, continúa el verano arriando sus banderas junto al coro de los mirlos y las raudas golondrinas, aportando puñados de vida y cumpliendo sus promesas, entregándonos los verdes, rojos y amarillos, propiciando que miles de seres dejen volar el amor para verlo posarse sobre un nombre que les acelerará el pulso. Hay nubes de cuerpos rosados buscando la dorada luz de las playas en las que afloran niños ruidosos y plenos, transitando los espejos del mar y buscando sus saladas caricias. Es preciso pararse a ver cómo se va el sol tras los montes mientras canta el río, como en las doradas tardes proustianas. Nos vemos colmados de realidades menudas que nos invitan a la vida encendiendo el hermoso fuego del alma y llenando de luz sus interiores desvanes. Hoy el ser humano, cansado, indiferente y escéptico, sorprende poco, pero hemos de tener el espíritu dispuesto a comprar cara la plata de cada noche de luna que nos brinda la vida, dándonos la oportunidad de encontrar tiempo y espacio para serenar nuestras preguntas en un criterio personal y político, en una voluntad de acción y de aspiración que nos redima en las mil tareas de la lucha por la existencia. La política es algo que, como en el amor, hay que hacer ahora mismo, sin más demora, sin perder el tiempo en ese limbo de Madrid en el que el presidente del Gobierno muestra un socialismo artrósico, mientras baila torpemente una sardana que le va arrastrando hacia el tanatorio de la política. Hoy el socialismo, lejos de aquella estampa de cabrero lorquiano, anda trepando con evidente desparpajo las luminosas farolas del capitalismo y generando un sosegado desencanto que deja al ciudadano en nadie fuera de su intimidad. El retiro en la soledad vacacional se supone fecundo para nuestros ministros y ministras afectados de tartamudeo intelectual, pero como decía Goethe “solo encontrarás en la soledad aquello que tú hayas llevado previamente a la soledad”. Mueren los diálogos de Platón en el monólogo autista de un gobierno que ha llegado a creer que todas sus palabras son “divinas palabras”. Pocas veces el viento de la indiferencia social y política batieron con una dureza que hace sentir al intelectual la desnudez de su alma ante el público desinterés que solo deja el derecho a soñar. Tras las vacaciones del estío se retorna al trabajo de un modo más eficaz, más sumiso y más barato, si así lo demanda la dictadura oportunista del mercado. El final del verano vendrá con su melancolía, y el acelerado ritmo de nuestras vidas nos devolverá a una pragmática realidad en la que dejarán de cantar los grillos y de brillar las luciérnagas; las bandadas de aves atravesarán los cielos y, nuevamente, nos cuestionaremos nuestros errores y nuestra humana obligación de enmendarlos para transmitir valores limpios a nuestros hijos, sabiendo que hay que luchar hasta la extenuación por nuestra propia dignidad. Pensaba Albert Camus que “si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”. La actitud ante la vida nos puede permitir llegar al final del recorrido con una ilusión inédita todavía, y con una esperanza en el ser humano.