Las olas de calor como la que hemos vivido hace unos días, tal y como se augura desde la comunidad científica, cada vez van a ser más intensas, frecuentes y duraderas, como consecuencia del cambio climático, y en este sentido, este tipo de episodios de calor extremo podrían ser más llevaderos, o al menos reducir sus efectos con distintas estrategias y planes.
Pero hablando de las olas de calor, estamos asistiendo en algunas ocasiones a una cierta confusión. Porque, ¿qué es una ola de calor? Cristina Linares y Julio Díaz, del Instituto de Salud Carlos III, codirectores de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, Instituto de Salud Carlos, y Andrés Osa, cocoordinador del Itinerario formativo en Salud Global del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud (IACS), en un artículo publicado en la revista académica científica The Conversation vienen a decir que existen al menos dos definiciones dependiendo de los parámetros que tengamos en cuenta. Podemos considerar únicamente la meteorología o podemos contemplar su impacto en la salud, una variable determinante a la hora de activar alertas y planes de prevención.
Desde un punto de vista estrictamente meteorológico, se denomina ola de calor a un episodio de al menos tres días consecutivos en el cual, como mínimo, el 10% de las estaciones registran temperaturas máximas diarias por encima del percentil 95% de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo de referencia vigente (1971-2000).
Se trata de una definición basada exclusivamente en la climatología histórica de cada lugar y esta definición es la misma para todo el Estado español. Sin embargo, desde el punto de vista del impacto en la salud de las personas, una ola de calor se define como aquella temperatura máxima diaria a partir de la cual la mortalidad diaria aumenta de forma estadísticamente significativa.
En esta segunda definición, intervienen diferentes determinantes sociales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define como “las circunstancias en que las personas nacen crecen, trabajan, viven y envejecen, incluido el conjunto más amplio de fuerzas y sistemas que influyen sobre las condiciones de la vida cotidiana”. Por tanto, en la mortalidad poblacional influyen factores socioeconómicos, demográficos, sanitarios, de infraestructuras, de urbanismo, geográficos, etcétera, que evidentemente varían de un lugar a otro. Si el objetivo es determinar cómo influyen las altas temperaturas en la mortalidad, son muy importantes estos factores locales.
Dicho esto, otra cuestión importante a tener en cuenta es que cada vez más personas vivimos en ciudades y municipios de cierta envergadura, donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Es en estos entornos urbanos en los que se hornea la emergencia climática provocada por la quema de los combustibles fósiles, que tiene un claro impacto en la salud pública.
Todo esto se debe a que las ciudades y muchos municipios son islas de calor, debido a los materiales de construcción, tanto de los edificios como de las aceras y carreteras, y donde las zonas verdes son escasas. En una entrevista realizada a María Neira, directora del Departamento de Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y publicada en el diario El País, viene a decir que “necesitamos una planificación urbana que nos proteja, y eso incluye distintas cuestiones como tener zonas verdes, arbolado –con la sombra de los árboles podemos bajar la temperatura de 6 a 8 grados–, tener edificios con otro tipo de materiales que reflejen el sol para reducir temperaturas –lo que se llama enfriamiento pasivo–, y la planificación urbana que nos permitiría que nuestras ciudades y municipios sean más vivibles y con entornos más saludables”.
Ante esta situación, es necesario avanzar en las políticas de mitigación, es decir, de reducción de las emisiones, aunque estas no dependen solo de lo que hagamos aquí, en Navarra, ya que también se producen en otras regiones y países, por lo que es imprescindible poner en marcha políticas de adaptación.
En este sentido es importante reseñar el proyecto LIFE-IP NAdapta-CC de adaptación al cambio climático que lidera la Dirección General de Medio Ambiente del Gobierno de Navarra –coordinando la acción de distintos departamentos, sociedades públicas o la UPNA– que está trabajando en la mejora de distintos planes públicos de rehabilitación de edificios, regulaciones laborales específicas, protección de la población vulnerable o creación de llamados refugios climáticos de zonas verdes o de sombra en los espacios públicos, entre otros, que contribuyen a paliar los efectos nocivos que las olas de altas temperaturas tienen sobre el medio ambiente, la salud de las personas o su vida cotidiana.
La comunidad foral alcanzó hace dos años las temperaturas más altas de su historia desde que existen registros; el pasado año fue el segundo más cálido y las olas de calor de este mes de agosto hacen pensar que seguirán.
Del promedio de 4,1 olas de calor que se prevén padecer cada año en el período 2020-2050 pasaremos a vivir 6,7 anuales durante las tres décadas siguientes, mientras que la duración de las mismas aumentará en la misma proporción, de 6,8 días de altas temperaturas extremas a 9,3 jornadas, según un estudio realizado por la agencia Lursarea, adscrita a la sociedad pública Nasuvinsa, en el marco del proyecto europeo LIFE NAdapta.
Hay que avanzar en las políticas de adaptación, como las mencionadas u otras, todavía hay un amplio capítulo de medidas preventivas a poner en marcha, pero debe hacerse con la mayor celeridad y urgencia. Los efectos del cambio climático lo exigen.
El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente