La vida aparece en todos los rincones, en cualquier instante y se derrama generosa en aparentes juegos cómplices, intentando siempre descubrir lo inefable. En la fuente que repone un largo día el caminante, en la sabrosa fruta que nutre y eleva tu interior, en la balada del trino de un bosque, en el oscuro claro de la mar inmensa a medianoche, en la mirada profunda de un corzo, en el encuentro inopinado con el amor, puede aparecer en un rápido soslayo a manera de ráfaga que toque el corazón.

Sólo tienes que estar atento para descubrirla. Olvida la mirada rutinaria y recupera el asombro. En lo alto de una escalera, en una argolla herrumbrosa, en el dibujo de un vuelo, en el paso que culmina la cima, en el liquen de la piedra que no sirve, allí aparece, tejiendo lenta intricadas conexiones con diferentes espacios, seres, memorias y porvenires.

Se entrega sin medir el exceso, siempre vehemente, fuerte y regenerante. Caprichosa hasta el extremo, produce múltiples sincronicidades llenas de aparente insensatez. Siempre disponible, si intentas no hacer caso a su llamada estás perdido. Si quiere jugar, no podrás evitarlo. Su juego: encontrar tu propósito. Déjate guiar. Casi siempre amable, no puede evitarlo, incluso risueña, te busca en comunión perpetua en cada respiración. Experimenta con el espacio y con el tiempo, te mueve y remueve para mostrar u ocultar. Te deja decidir, respeta la libertad, pero retorna a las andadas si no queda conforme y vuelve a manejar su varita con descaro para recrear nostalgias que remueven y redirigen.

Como decía el poeta Jaime Gil de Viedma, “que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde”, lo mismo pasa con la fragilidad. Uno/a no es consciente de su fragilidad o bien hasta que cae herido o cuando ya ha cumplido bastantes años.

Observamos en la naturaleza la lucha incesante por la vida, nada para, nada se estanca, porque parar es peligroso y estancarse te deteriora fatalmente. Siempre al abrigo y protección en un espacio, con la manada, con un grupo. Porque solo se es más débil, más vulnerable y una mala elección te puede llevar irremediablemente a la muerte. Es curioso que, lo que para nosotros significa la muerte, el final de todo lo conocido, para el resto de la naturaleza, además, la muerte es el alimento que nutre la vida.

La vida nos tiene atrapados, intenta desconectar y mostrará su cara terrible. Sabe cómo utilizarla. Es entonces donde aprovecha su superabundancia para recordarte la fragilidad de tu vida. Desde una realidad secuestrada por la rutina y el tedio, la vida emerge lo sublime para elevarte hacia lo esplendoroso y abrumador de la naturaleza, para enfrentar tu vida con la vida. Te regala un kairos terrible y transformador para decirte tú eres parte de mí y tu yo está ligado a mi Yo. La revelación ya es imparable. No te distraigas y no te confundas. Sigue tu camino. Tu ser es el arco, tus decisiones son las flechas y yo soy la diana. No lo olvides, nos recuerda a cada momento.

Hasta que uno/a no toma conciencia de su fragilidad es valiente, lanzado; la vida se toma como una continua aventura deslumbrante, se valora lo efímero, lo cambiante y curiosamente lo frágil es atractivo. Sin embargo, cuando la vida te ha hecho sentir su fatalidad surgen los temores, el recogimiento, la precaución; se empieza a desear lo perdurable, lo robusto, lo estable. Esta es la diferencia entre una sociedad joven y una sociedad hecha. La madurez viene de vivir, de un largo recorrido que te ha llevado por intrincados caminos, unos lisos y otros tortuosos. Cuando se vive y se siente la vida, con toda su profundidad, su belleza, su intensidad y su fragilidad, te das cuenta de que vas perdiendo el equipaje en ese transitar. La acumulación no ha hecho más que hacer pesaroso el caminar, caes en la cuenta que son los recuerdos, lo observado, las relaciones personales, lo creado, lo que te colma y te hace sentir bien.

Y lo creado puede ser una familia, un huerto, una casa, una cuadrilla, un texto, un cuadro, una escultura, una música… lo que sea que haya salido de ti solo o en compañía. Cuando uno hace balance de su vida y en su balanza pesa mucho más esto que lo adquirido, entonces eres consciente de que vida ha penetrado en ti y tú en ella. No ha sido fácil, pero ya estábamos advertidos desde el principio por la propia vida en el mismo instante de nacer, eres frágil y sin ayuda no vas a poder.