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La carta del día

Iñaki Cabasés Hita

Reflexiones en voz alta

Reflexiones en voz alta

Estoy convencido que no es que no hayan creído en él, es que nunca les ha gustado ni han aceptado de verdad el llamado Estado autonómico.

Me refiero, naturalmente, a la derecha española, y aún a algunos personajes de la izquierda que se destacan por su concepción uniformizadora de las distintas autonomías que surgieron al amparo de la reivindicación de las nacionalidades históricas y que, con el tiempo, las han utilizado para limitar las auténticas aspiraciones nacionales usando y abusando de la legislación y los tribunales que ellos mismos configuran aprovechando su hegemonía política. Y entre ellas Navarra también está afectada por esos ataques que hacen hincapié en el Convenio Económico.

La última muestra de esta antipatía política ha sido el veto al reconocimiento de la histórica competencia de tráfico de Navarra y la consiguiente transferencia de los medios para su ejercicio, sustituyendo el debate competencial por una teórica defensa de la presencia de la Guardia Civil, incompatible con el ejercicio de esa competencia por la Policía Foral propia e integral de Navarra a la que ofenden con su desprecio a su capacidad y competencia.

Desde luego, están en su derecho de defender lo que quieran, pero que luego alardeen de que tienen sus representantes territoriales para acreditar un compromiso autonómico es de chiste si no tuviese graves consecuencias políticas.

Ver a la más relevante de esas figuras, la de Madrid, venir a demostrar su enorme ignorancia y aún mala fe sobre Navarra, debería servir para comprobar que la falta de respeto a esta tierra es tan contagiosa que se extiende a los propios compañeros que les representan en nuestras instituciones forales que le invitan y jalean. ¿Qué respeto a Navarra es ese que niega su personalidad, competencias e historia?

Para mí que este debate que tratan de centrar en la Guardia Civil consiste más en la defensa de la conocida teoría de la España una grande y libre franquista que de la del propio cuerpo policial aludido. Y lo han hecho bandera de tal calibre que incluso van a utiliza el Senado, llamada cámara de las autonomías, para tratar de impedir el reconocimiento de nuestra competencia. ¡Como para dejar en sus manos la defensa del Fuero!

Por eso la referencia a los barones que tienen en cada autonomía, muestra más su condición de dependientes de la estructura central y centralizada de los grandes partidos y a los que solo usan como arietes frente al gobierno estatal gestionado por el otro. No me extraña que los denominen con ese rango tan bajo de las titulaciones nobiliarias.

No hay más que ver las banderas que proliferan ahora que, desde que están en la oposición, salen tanto a manifestarse a las calles. Nunca se les ve enarbolando su bandera autonómica sino la rojigualda y, a veces, incluso algunas con emblemas de la dictadura.

Tiene gracia, en estas condiciones, comprobar que si uno pasea por las calles de nuestra tierra puede ver ondear en los edificios oficiales e incluso oficiosos, y por obligación legal, las banderas europea, española, navarra y de la localidad correspondiente: desde ayuntamientos a centros docentes. Salvo, eso sí, que se trate de los cuarteles e instalaciones de la Guardia Civil, Ejército y Policía Nacional, en los que únicamente ondea la española. Esa obligación de exhibir las banderas en todo tipo en edificios oficiales parece no aplicarse a estos. Como si fuesen embajadas de otros países pero, en este caso, de España.

A uno, que tiene su cariño a las banderas locales, de Navarra y Pamplona, le afrenta este desprecio cuando, además, ve a los tribunales tan celosos de preservar la obligatoriedad de la exhibición hasta el punto de preferirla a la decisión de los ciudadanos a la hora de elegir y, para qué, a sus representantes institucionales. ¡Pues no ha habido condenas y negación del derecho a elegir qué enseñas quieren que les representen!

Pero es que esa discriminación entre unas y otras instituciones y organismos debería, al menos, hacer reflexionar a los que hacen, de la exhibición de esa bandera, casi su razón de ser en política. Y mucho más, exigir a los responsables de su utilización un mayor respeto al territorio en el que se encuentran.

Porque luego se rasgan las vestiduras cuando otros no las respetan mientras ellos acreditan su falta de consideración a la realidad institucional que reclama un reconocimiento autonómico y local incluso en los emblemas.

Aunque visto lo visto y oído lo oído últimamente, entran muy serias dudas de que respeten nada de lo que alardean, ya sean como reyes o como vasallos.

Yo confieso que, en mi deambular callejero, bastante tengo con echar de menos a la ikurriña, que es la única que me suscita un sentimiento patrio.