¿Hacia un nuevo ‘skyline’?
Los grupos municipales de EH Bildu, PSN y Geroa Bai han elegido el 20N para presentar a la ciudadanía un acuerdo que llaman “histórico” sobre el monumento a los Caídos de Pamplona/Iruñea. A saber por qué habrán elegido tal fecha.
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Dicen los firmantes que ponen “en valor la encomiable labor realizada por las diversas asociaciones memorialistas que comenzaron a actuar para romper el silencio, conocer la verdad y recuperar a sus familiares, sin la cual no hubiera sido posible haber llegado hasta aquí”, pero pasan por alto que las asociaciones memorialistas de Navarra llevan años pidiendo a gritos la demolición del monumento.
Proponen demoler los “elementos arquitectónicos que implican la simbología franquista” del edificio, pero no parecen querer comprender que el edificio es en su totalidad un gigantesco símbolo franquista en sí mismo, un implacable y cruel lugar de humillación, un artefacto integral erigido en el mismo centro de la ciudad precisamente para sojuzgarla y humillar a las víctimas permanentemente. No se trata tan solo de unas placas de mármol, de unas inscripciones, de unas pinturas o de un catafalco lleno o vacío, sino de que todos esos elementos forman parte indisoluble en el conjunto de un edificio hipertrofiado de fascismo, y la retirada de cualquiera de ellos no afecta en absoluto a su toxicidad. Proponen aplicar una ligera capa de maquillaje testado dermatológicamente para que no incomode en absoluto al golpismo tradicionalista. No es el único caso en el Estado: hay multitud de monumentos a los que se les han retirado inscripciones, frases o placas en la creencia de que así se desfranquizaban, cuando en realidad siguen siendo antenas emisoras de fascismo, porque se construyeron para eso y porque su presencia carece de la contextualización adecuada para ser leídos de ninguna otra manera, simplemente porque no es posible hacerlo. Sucede aquí y en todos los países del mundo, pese a que se haya creado una casta elitista de académicos con vocación artística que viven precisamente de simular que resignifican lo irresignificable. Al final, la patita fascista del monumento siempre asoma por debajo de la puerta. Se aceptan ejemplos en contrario.
Proponen crear un Centro de denuncia del fascismo y por la memoria democrática, que se denominará Maravillas Lamberto, en memoria de la niña de Larraga que fue violada y asesinada junto con su padre por requetés, falangistas y guardias civiles. Pero pasan por alto que su hermana Josefina, una activista incansable por la recuperación de la memoria histórica, firmó en 2018 el Manifiesto por el Derribo de los Caídos. Seguramente era una de aquellas numerosísimas personas que daban –y que siguen dando– un rodeo cuando caminan por el ensanche de la ciudad para no ver ni de lejos ese monumento que les revolvía el estómago porque les recordaba el asesinato de sus seres queridos y las ponía frente al espejo de su propia condición de ciudadanos de tercera clase, excluidos y represaliados.
Proponen ocultar la cúpula a la vista de la ciudadanía, por fuera y por dentro. Ocultar es un verbo de consecuencias nefastas cuando se trata de gestionar la memoria de la barbarie, de la represión y del genocidio. Ocultar es un concepto que nos arroja de nuevo al silencio, al olvido, a la pantomima, a la opacidad. Proponen ocultar la cúpula por fuera borrándola del skyline (así lo llaman en el acuerdo, como si estuviéramos en Nueva York) de la ciudad, pero no derribándola sino únicamente camuflándola tras algún pretencioso dispositivo arquitectónico. Por dentro, proponen mantener la estructura interna de la cúpula y ocultar al “público en general” las infames pinturas de Stolz, ofreciendo su contemplación únicamente a visitas restringidas de carácter educativo, pedagógico y académico. Curiosa y elitista manera de dosificar las visitas al sanctasanctórum del requetéfranquismo, como si se tratara de una especie de capilla Sixtina del fascismo que hay que ingerir en recoletas y restringidas visitas. En realidad no se trata más que de una manera muy torpe de infantilizar a la población: si se quiere mostrar cómo el monumento hace apología del fascismo, ¿por qué restringirlo a unos pocos afortunados? Si dicha contemplación es tóxica, eliminémosla, pero no trivialicemos el tema diseñando una lamentable homeopatía del fascismo.
Dicen los grupos firmantes que quieren cambiar la legislación foral y las normas municipales para hacer irreversible la actuación en el edificio, pero bien saben que eso es imposible. Irreversible es otro concepto peligroso y escurridizo, un auténtico campo de minas. De la misma manera que ellos modifican la ley, cualquier otro puede hacer lo mismo en el futuro y revertir el monumento a su estado original, incluso corregido y aumentado, que ya conocemos cómo se las gasta la fachosfera local. Para ello no harían falta demasiadas modificaciones, porque la esencia del monumento permanecerá inalterada. La única actuación irreversible sería su demolición completa y su reducción a polvo, que es la que realmente aterroriza a los diversos fascistas y requetés que pueblan estas tierras. Ellos ya saben de qué hablamos cuando hablamos de demolición, porque demolieron sin miramientos todo un sistema democrático a sangre y fuego.
Acuerdan los grupos firmantes que impulsarán a la mayor brevedad posible un concurso de proyectos –otro más– y la realización de una consulta ciudadana sobre el asunto.
Respecto al concurso arquitectónico, lo importante no es un gesto estético más o menos afortunado, sino que el espíritu que anide en el equipo arquitectónico sea verdaderamente antifascista. La competencia es complicada, porque combatir un edificio proyectado por auténticos fascistas como Víctor Eusa y José Yárnoz es empresa harto difícil. No hay lugar para la debilidad, y más aún teniendo en cuenta las bases del acuerdo sobre las que se convoca el concurso. Sin embargo, hay una sencilla manera que ellos jamás imaginaron en su fanatismo victorioso: demolerlo sin contemplaciones. Sí, Víctor Eusa, ese arquitecto tratado entre algodones en esta ciudad, con las manos manchadas de sangre y que fue miembro de la terrorista Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, se revolvería en su tumba si viera cómo el monumento que diseñó en honor a Emilio Mola es derribado por los herederos de sus víctimas.
Respecto a la consulta ciudadana, resulta completamente grotesca. Hay una ley de memoria democrática vigente, que no por ser insuficiente puede dejar de cumplirse. Dicha ley en su artículo 35 indica de manera cristalina que “Se consideran elementos contrarios a la memoria democrática las edificaciones, construcciones, escudos, insignias, placas y cualesquiera otros elementos u objetos adosados a edificios públicos o situados en la vía pública en los que se realicen menciones conmemorativas en exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar y de la Dictadura (…)”, exigiendo a las administraciones públicas que procedan a su retirada, excepto en los casos en los que “concurran razones artísticas o arquitectónicas protegidas por la ley”, que es habitualmente la triquiñuela legal que el propio Estado se ha dado a sí mismo para evitar el desmantelamiento de cientos de símbolos franquistas. Pero las leyes, como es de común conocimiento, no se someten a votación: se cumplen o no se cumplen. Si en el elemento franquista concurre alguna coartada artística, se dice. Si no, se retira. Pero estos juegos de prestidigitación y de blanqueamiento arquitectónico del franquismo sobran. Si una administración pública no cumple la ley de la que ella misma se ha dotado, incurre en prevaricación. El fascismo no se somete a consulta, se destruye.
Pensándolo bien, quizá hayan elegido el 20N porque es una metáfora perfecta de eso que ellos mismos llaman resignificación: fue el día en el que el dictador falleció en la cama de muerte natural, resignificándose en una semilla de fascismo que fue regada cuidadosamente durante décadas para que no desapareciera jamás.
Demolición.
*Los autores son: Clemente Bernad, Txema Aranaz, Jesús Arbizu, José Ignacio Lacasta, Carlos Martínez, Carolina Martínez, Víctor Moreno Bayona, Orreaga Oskotz, Laura Lucía Pérez Ruano, José Ramón Urtasun, Ateneo Basilio Lacort