En un mundo cada vez más interconectado y vulnerable a desastres naturales, cambios climáticos y crisis socioeconómicas, resulta paradójico que una parte importante de la sociedad no perciba estos riesgos como una amenaza real. En cambio, el tiempo y los recursos suelen dedicarse a actividades consideradas superfluas, como el entretenimiento masivo.
Factores como el sesgo de normalidad nos llevan a asumir que las condiciones actuales seguirán siendo las mismas en el futuro. Si no hemos experimentado un desastre reciente, tendemos a subestimar su probabilidad. Además, enfrentarse al pensamiento de un desastre genera ansiedad, y muchos optan por ignorar esta posibilidad como una forma de protección emocional.
El desconocimiento es otro factor clave. En muchas sociedades, la educación sobre desastres naturales, cambio climático y otros riesgos es limitada o inexistente. Sin información clara y accesible, las personas no pueden comprender completamente la gravedad de estas amenazas. Esto se agrava en los medios de comunicación, que frecuentemente priorizan temas sensacionalistas o triviales sobre los asuntos críticos.
Los riesgos de desastres suelen percibirse como problemas lejanos, tanto en tiempo como en espacio. Las personas creen que “eso no me va a pasar a mí” o que, si ocurre, será en un futuro remoto. Esta desconexión reduce la motivación para actuar de manera preventiva.
Actividades como el deporte, los espectáculos y otras formas de entretenimiento responden a necesidades psicológicas básicas como la distracción y la conexión social. Estas actividades ocupan un lugar central en la vida cotidiana porque generan placer inmediato y un sentido de pertenencia comunitaria. En contraste, los riesgos de desastres suelen parecer abstractos y lejanos, lo que dificulta su inclusión en la lista de prioridades.
La percepción de que los riesgos son responsabilidad de los gobiernos, las organizaciones internacionales o los expertos también juega un rol importante. Muchas personas creen que no tienen el poder ni la responsabilidad de actuar por su cuenta, lo que fomenta una actitud pasiva ante el riesgo.
En una era de sobreexposición a noticias negativas, las personas pueden desarrollar una especie de insensibilidad hacia los problemas globales. Cuando los mensajes alarmantes se vuelven constantes, es común que surja apatía o desinterés.
Aunque parezca que la sociedad está distraída por lo superfluo, las soluciones están al alcance si sabemos cómo conectar con las motivaciones humanas y culturales. Fomentar una cultura de prevención no solo puede salvar vidas, sino también fortalecer el tejido social, preparándonos para enfrentar juntos los retos del futuro.