Se ha comentado muchas veces en los medios de difusión la anómala actitud del periodismo y los medios de comunicación en general de silenciar, durante varias décadas, cualquier crítica a la Casa Real y sus titulares, especialmente al rey Juan Carlos. Esta postura podía, quizás, tener alguna razón cuando la monarquía iniciaba una nueva andadura en un país en que existían dudas razonables sobre su aceptación popular, primero por su origen, elegida por el finado dictador y además por la poco ejemplar ejecutoria de algunos de los últimos reyes como Isabel II y su descendiente Fernando VII, por ejemplo.

Hacía, sin embargo, bastantes décadas que se murmuraba, sotto voce, sobre los escarceos amorosos o infidelidades del monarca, unidos, además, a crecientes sospechas de negocios impropios de un jefe de Estado: cobro de comisiones millonarias al hilo de importantes operaciones internacionales: el tren de alta velocidad Medina-La Meca, en Arabia Saudita por ejemplo y otros.

La prensa siguió corriendo un tupido velo como si existiera un pacto de no agresión y los partidos, sobre todo los dos grandes de derecha e izquierda, actuaron de consentidores, aun sabiendo los manejos no santos del jefe del Estado. Así transcurrieron más de 20 años de amnesia o mejor amnistía y fue necesario que nos sacudiera el huracán de la gran recesión desde 2008 hasta 2012, con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, los cientos de miles de desahucios, los brutales recortes del Gobierno de Rajoy y consiguientes rescates a costa de todos los españoles de gran parte de nuestras cajas de ahorro, para que se empezara a criticar abiertamente a la Casa Real.

El detonante puntual de este cambio de actitud fue la noticia verbal y gráfica, con elefante abatido incluido, de que mientras millones de españoles estaban sufriendo en sus bolsillos y en su ánimo una descomunal crisis económica, nuestro rey se divertía cazando elefantes en Bostwana con su amante además en alegre coyunda. Fue la gota que rebasaba el vaso.

A partir de entonces se abrió la veda de las críticas al rey desvelando sus líos amorosos y destapando algunos de sus negocios de comisionista, sus regalos estrafalarios u obscenos a su amante, los problemas con la Hacienda y otras corruptelas o incluso delitos. La presión social fue subiendo obligando a don Juan Carlos a abdicar en 2014. Era el final triste de un rey que suscitó al principio algunas esperanzas.

Desaparecido don Juan Carlos de la escena política se abrió un nuevo periodo en la escena monárquica con el inicio del reinado de su hijo don Felipe, que se veía como una época en que se pudiese hablar del rey con naturalidad, esto es alabando su actuación cuando fuera razonable o criticándole si así lo mereciese, siempre, eso sí, con respeto y veracidad.

Así estábamos cuando, de nuevo, hemos creído detectar algunos frenos u omisiones que vuelven a incidir en los viejos errores ya descritos de omisión de críticas como siempre en los medios de una derecha, presta siempre a manejar el incensario y remisa por el contrario a la crítica cuando ésta sea justa.

Tenemos un caso bien reciente en que hemos registrado esta malsana inclinación de evitar las críticas negativas a la realeza. Hace pocos días ha ocurrido un acontecimiento singular que ha tenido una gran repercusión mediática, Nos referimos al acto solemne celebrado en París de la reapertura de la catedral de Notre Dame.

Como se sabe esta catedral fue asolada por un incendio masivo hace años, que puso en riesgo cualquier reconstrucción y que con el tesón y los recursos de instituciones francesas e internacionales ha sido reconstruida en el plazo record de cinco años, ofreciendo de nuevo todo el brillo de su belleza estética y su significado religioso como magnífico exponente de la cristiandad.

Pues bien, con este motivo se desplazó a la capital francesa un nutrido elenco de más de 30 jefes de Estado, que fueron siendo recibidos con la consiguiente foto individual por el presidente Macron y su esposa a las puertas de esta catedral. Allí desfilaron, entre otros, el presidente y la jefa de Gobierno de Italia, varios reyes europeos, el príncipe William del Reino Unido, el hermano del rey de Marruecos y el presidente Zelenski de Ucrania. Invitado especial fue el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, que fue la estrella del evento y estuvo acompañado por su íntimo amigo Elon Musk.

Yo estaba esperando la entrada de la delegación española, que a mi juicio, no podía faltar. El rey Felipe VI y la reina Letizia representan con mucha dignidad a España: son jóvenes, serios y fotogénicos. La realeza tiene además hasta para muchos republicanos un cierto atractivo y la presencia de la pareja española hubiera tenido un buen impacto. Esperamos en vano pues los reyes de España, sin ninguna explicación, no aparecieron. ¡Una pena!

La explicación que hemos oído de esta ausencia es que estaban preparando su viaje oficial a Italia, que iba tener lugar tres días más tarde. No nos parece una sólida excusa. Parece que las invitaciones eran nominativas: los reyes y el ministro de Cultura Ernest Urtasun eran los invitados. Pienso que hubiera sido muy fácil que los reyes se hubieran excusado, pero podían haber sugerido como alternativa bien la presencia de la princesa Leonor o la reina Sofía. Las dos habrían representado muy bien a España en este acontecimiento que además de su significado religioso tenía un fuerte contenido de espectáculo social. La ausencia del ministro Urtasun, por cierto de abuelos navarros, de Abárzuza, es lamentable pero tiene mucho menos trascendencia, sin duda.

Estas ausencias deplorables han sido objeto de comentarios en la prensa, pero ha sido sintomático que muchos medios, sobre todo de derechas, han cogido el rábano por las hojas criticando al ministro y omitiendo en general cualquier censura a la familia real, que era la que debía estar presente en un acontecimiento tan singular, pleno de jefes de Estado.

¿Volvemos a las andadas emitiendo solo alabanzas a la realeza? Por ejemplo, por su correcta actuación en la DANA de Valencia y silenciando nuestra sorpresa y enfado por su fallo, sin explicaciones o con excusas endebles, en un evento tan singular como el de Notre Dame.

Somos ya mayorcitos y por tanto debemos mantener una relación franca y sincera con el jefe del Estado, en este caso el rey, según la Constitución vigente, que incluye, como no podía ser menos, tanto las gracias por sus aciertos como la crítica razonada al detectarse, en su caso, lamentables desaciertos como el ya comentado.

El autor es doctor en Derecho