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Avenida Marceau, 11. Recuerdos

Avenida Marceau, 11. RecuerdosDEIA

En luna de miel, Pello Irujo y yo concurrimos de Caracas a París, y sin quitarnos la ropa ni cambiar los zapatos, Manuel Irujo que nos esperaba en el portal de la modesta pensión donde vivía, nos indicó el itinerario del viaje de turismo a realizar en la ciudad luz. Yo tenía ganas de ver Notre Dame, de discurrir por el museo de Louvre para ver la Victoria de Samotracia en lo alto de su escalera y a la Mona Lisa de cerca, y acceder al techo de la ciudad por la torre Eiffel pero Irujo, sonriente, marcó otro rumbo y a brioso paso nos acercamos a la la portada de un noble edificio con su enorme balcón. Señalándolo, Irujo afirmó que allí estuvo una vez la sede del Gobierno Vasco, en 1936, comprada por baskos americanos. Señaló la generosidad de los hombres y mujeres que ofrecieron la cantidad de dinero suficiente y a fondo perdido para comprar en París semejante local. Destacó a José Belaustegigoitia, exiliado residente en Mexico, donde había muerto.

Relató la historia del famoso futbolista del Athletic, que metió el gol de la selección española en los Juegos Olímpicos de Amberes, 1920, al grito de “¡…ami pelotón, Sabino, que los arrollo!” y que iba diciendo en su corazón de abertzale Gora Euskadi Askatuta que la nueva generación baska recitaba por primera vez desde los tiempos de Sabino Arana. No solo fue un futbolista de primera, culminó Irujo, sino abogado y político, y en su residencia obligada en Mexico hizo una excepcional fortuna. A su patria baska dedico parte de ella. Sin pedir nada a cambio.

Irujo habló también de los días en que Rafael Pikabea, político y periodista, dirigió parte de la actividades de la sede, montando archivo, biblioteca y oficinas para su funcionamiento óptimo, pues los baskos derrotados de la guerra del 36-39 tuvieron que seguir con su reclamación libertaria. No corrían buenos tiempos en Europa y tras la invasión de la Alemania fascista a Francia, inicio de la Segunda Guerra Mundial, por acciones derivadas del hombre de Franco en París, Pedro Urraca, se logró el expolio inmediata de la sede. Eran tiempos inmisericordes. No ganaba la razón sino la fuerza militar.

Ibamos de recuerdos y mencioné a aita, Vicente Amezaga, que contaba con dolor cómo este Urraca, desplazado de París a Marsella con la misión de detener la partida del barco Alsina, en Marsella, enero 1941, no llegó a tiempo pues una tempestad extrema de nieve y frío le detuvo en el camino, a 40 kilómetros de Marsella. Aflojada la severidad el Mistral, Urraca encontró que hombres, mujeres y niños, según él “la hez de la tierra”, o sea, los baskos, entre los que estaban Monzón y la familia Basterretxea, y republicanos españoles encabezados por Alcalá Zamora, estaban a bordo, y la débil y en ese caso ocurrente oposición francesa negó al desembarco. No quería más extraños en la Marsella colapsada, opinaron. Hubo un hombre que no se salvó de la ira de Urraca, Pikabea, quien hubo de desembarcar y vivir en un campo de concentración en Francia. Los baskos lamentaron su incapacidad de salvación a un hombre dedicado al periodismo, que por eso lo detestaba Urraca que andaba en el oficio de delatar a la Gestapo, para caza y captura, entre otros, al presidente Companys.

Remontó Irujo los años en que la sede nos fue devuelta, para finalmente ser entregada a la Embajada de la España franquista, en los años en que Europa ensayaba libertad y reorganizaba su economía. Afirmó Irujo que la sede fue nuestra desde el principio para defender los valores de la democracia y del libre pensamiento en tiempos donde se cuestionaba el derecho de los pueblos a manifestar su personalidad. El caso basko era una trayectoria honrosa desde que fuimos reino de Nabarra, en el campo de los Derechos Humanos. Irujo, en medio de la calle, frente al edificio incautado, recordó la escena de de la coronación de los reyes de Nabarra, en la catedral de Iruña, a los que se advertía que que era tanto como cada uno de ellos, y que todos ellos eran más que él.

Cerca del Arco del Triunfo, Irujo comentó con su voz joven, aunque él empezaba a ser un hombre viejo, que fue en el balcón de la sede donde ondeó nuestra ikurriña el día de la liberación de París, 1944, mientras el batallón Gernika desfilaba por la avenida, y los baskos mantenían con esperanza la resurrección de las democracias, enarbolando la bandera que nos representaba. Faltaba casi un año para la liberación de Europa, y muchos para su reconstrucción, abierto el horror de los campos de exterminio y procesados quienes llevaron a la humanidad a semejante derrotero. Ha pasado más de medio siglo para que a los baskos se nos haga justicia con la devolución de lo nuestro, que significó esfuerzo y generosidad.

Nuestros pasos por las calles de París marcaban la tristeza de lo arrebatado en aquel tiempo, pero la resolución se mantenía intacta. Nos quitaron la avenida Marceau pero en menos de 15 días tuvimos sede en rue Singer, esta vez con el concurso económico de los baskos de Venezuela. Conservábamos el ideal foral con la frente alta y la determinación intacta. Llevamos más de mil años en ese ejercicio de reclamación y trabajo libertario. Queremos ser hombres y mujeres libres en patria libre.

*La autora es bibliotecaria y escritora