Es crucial reconocer el valor de nuestros bosques. Más allá de su belleza paisajística, son guardianes de la biodiversidad, reguladores climáticos y pilares para reinventar nuestras economías. Desde la calidad del aire y los materiales que nos proporcionan, hasta su potencial para dinamizar la economía local, generar empleo, fortalecer la industria rural y contribuir a poblar nuestros pueblos, los bosques ofrecen soluciones concretas a los desafíos del siglo XXI.

En contra de la idea de mantenerlos intocables y dejarlos evolucionar de modo natural, su verdadero potencial se revela a través de una gestión forestal sostenible. Es clave para la prevención de incendios y la conservación de la biodiversidad, y permite el aprovechamiento de la madera y de otros recursos no maderables, como los micológicos, la fauna o el turismo.

Los bosques son, así, pilares fundamentales para el desarrollo socioeconómico. A través de ellos se revitaliza la economía rural, creando empleo local y contribuyendo a frenar el despoblamiento en las zonas rurales.

Cuando hablamos de sostenibilidad y cambio climático, el dióxido de carbono (CO₂) es un término clave. Una de las soluciones más eficaces se encuentra en nuestros bosques: cada árbol en crecimiento es un potente capturador de CO₂. Para que esta labor continúe y el CO₂ no retorne a la atmósfera al morir el árbol, es crucial que su destino sean productos de larga vida, como madera utilizada en muebles o construcciones.

El sector de la construcción es responsable de casi el 40% de las emisiones globales de CO₂. En este contexto, la madera emerge como una solución clave: es renovable, almacena CO₂, natural y biodegradable. Cada metro cúbico de madera esconde aproximadamente una tonelada de CO₂, lo que se suma al beneficio de sustituir materiales mucho más contaminantes.

La apuesta por la madera en la construcción no es una vuelta al pasado, sino una proyección hacia el futuro. Los edificios modernos de madera son seguros, eficientes, de consumo energético casi nulo, saludables y agradables. Si, además, esa madera es local, se genera un impacto positivo directo en nuestras comunidades, empleo e industrias.

Innovación y desarrollo: la ciencia al servicio del bosque

Todo lo anterior comienza poco a poco a ser una realidad. España, el segundo país con mayor superficie forestal de Europa, se encuentra ante una gran oportunidad. El bosque que ahora se expande en nuestra “España vaciada” puede y debe convertirse en parte de la solución. Hay que dotar de valor económico a nuestros bosques, algo fundamental para garantizar su permanencia. Para hacer realidad este potencial, la investigación y la colaboración entre todas las entidades y actores implicados son cruciales. Europa y España están comprometidas con este objetivo. Iniciativas como el proyecto PRISMA, en el que participan Foresna Zurgaia (Asociación Forestal de Navarra) y la Universidad de Navarra, trabajan precisamente en esta línea: gestionar de modo eficaz nuestros bosques, transformando nuestros recursos forestales en soluciones de alto valor y no solo constructivas. En él colaboran además empresas y entidades del País Vasco (Baskegur) y Cataluña (Mancomunitat de Municipis Berguedans per a la Biomassa –MMBB– y Centre de Ciència i Tecnologia Forestal de Catalunya –CTFC–). Esta iniciativa cuenta con el respaldo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, y está financiado por la Unión Europea-Next Generation EU.

Miremos a nuestros bosques con nuevos ojos. No son entes estáticos; son sistemas dinámicos y vivos. Bien gestionados nos ofrecen una multitud de beneficios: aire limpio, agua, biodiversidad, un material de construcción excepcional, empleo y resiliencia frente al cambio climático. Es momento de pensar el futuro desde la raíz, desde nuestros árboles.

El autor es director de la Cátedra Madera Onesta. Universidad de Navarra