Éste es un momento propicio para la filosofía
Y por filosofía no me refiero a los estudios filosóficos, cada vez más marginados en nuestras universidades, reducidos, en el mejor de los casos, a un elemento decorativo o, peor aún, confundidos con la solución brillante de rompecabezas lingüísticos. Esta filosofía anticuaria y/o analítica todavía se tolera sólo porque su inocuidad es evidente.
Más bien, entiendo la filosofía como el poder de establecer un mundo común, como un discurso capaz de crear la realidad que describe; entiendo la filosofía como una práctica transformadora de la existencia individual y colectiva. En la muy citada undécima tesis sobre Feuerbach, Marx no liquidó en absoluto la filosofía, oponiéndola a la praxis revolucionaria, sino que le pidió que asumiera su responsabilidad: de interpretación de un estado de cosas dado, debía convertirse en el principio de un cambio real de ese estado de cosas. De este modo la filosofía habría recuperado su naturaleza auténtica original: las ideas de los filósofos son de hecho mera ideología mientras se limitan a describir, pero se convierten en potencias cuando, de acuerdo con la etimología de la palabra idea, se convierten en esquemas de acción posible, en inspiraciones del espíritu humano que producen efectos sensibles.
Si éste es un momento propicio para la filosofía se debe a la lucidez demostrada por quienes quieren inaugurar una nueva narrativa, populista, soberanista y criptofascista. De hecho, lo han señalado como el principal enemigo a combatir. La filosofía está hoy en el ojo de la tormenta. No hay ninguna exageración en lo que digo.
¿Acaso Elon Musk, a nivel global, como sus seguidores, a nivel nacional, no han colocado en lo más alto de su agenda el fin de la hegemonía cultural de los marxistas en las universidades e instituciones culturales?
Hay que reconocer que a la hora de identificar el objetivo a eliminar, así como el orden de eliminaciones, Elon Musk es un francotirador infalible. Hay que decir que en realidad no hay muchos marxistas, en sentido estricto, ya en las universidades. Pero marxista es sólo una sinécdoque: es la parte que representa al todo.
Todo es filosofía. Se podría objetar que filosofía es también una sinécdoque. Filosofía representa todo el pensamiento crítico o divergente, pero esta asignación de la especie filosofía al género crítica, en la que se deleitan los progresistas, es altamente reductiva e incluso equívoca. Es, después de todo, otra forma de socavarla. Porque la filosofía es ciertamente crítica en su pars destruens, pero en su pars construens es inmediatamente generadora de realidad.
Una generatividad que ha sido expresada de diversas maneras por los filósofos: para los platónicos y neoplatónicos la filosofía es política y la contemplación es acción, para Spinoza la ontología es ética, para los marxistas la teoría es praxis.
Y, sin embargo, los filósofos tienen mucho que decir. Es necesario aclarar el hecho de que la filosofía no puede reducirse al enunciado de tesis; en resumen, no es una cosmovisión. Como actividad de del espíritu humano, la filosofía es (y siempre ha sido) una posición de un mundo, una presentación y no una representación de un estado de cosas. Lo que cuenta y marca la diferencia es, como dirían los lingüistas, su acto ilocutivo: no lo que dice y que está invariablemente sujeto a la hipoteca del tiempo que todo lo consume, sino el modo en que dice lo que dice. No es el decir lo que es propiamente filosófico, sino el acto de decir lo que efectivamente se dice.
Es en ese nivel (que los lingüistas identifican como el “sujeto de enunciación” o la “instancia de palabra”) donde la filosofía manifiesta todo su poder extraordinario e irreductible. En los años 1950, el gran historiador de la filosofía Martial Gueroult decía, sin temor a parecer ridículo, que los grandes sistemas filosóficos del pasado, si se los considera desde el punto de vista del “decir”, son monumentos indestructibles e irrefutables. Su poder trasciende el dominio del tiempo.
Me explico con algo que quizá es más que un ejemplo porque toca uno de los nodos vitales de nuestro presente común.
Elon Musk, antimarxista, es un defensor de la inteligencia artificial. El mundo de los sueños ha sido bien descrito en algunos de los escritos apocalípticos recientes. El sueño de Elon Musk es en realidad una pesadilla, que confirma las más tristes y dolorosas profecías: el fascismo que vendrá hará palidecer a su prototipo histórico.
La conjunción del anarcocapitalismo y la inteligencia artificial implica de hecho una digitalización radical de la experiencia: tanto el sujeto libre y responsable como la democracia liberal pertenecen al reino de lo analógico y si el programa muskista llega a buen puerto ambos serán borrados de un plumazo. Lo que parecía el guion de una película de ciencia ficción (y de ficción política), ni siquiera tan original, se convierte en realidad cotidiana después de Donald Trump.
De repente, la reducción de la especie humana a material para experimentación se convierte en un hecho aceptable, a tener en cuenta. Estamos asistiendo a un genocidio pacífico, se organizan deportaciones, se inauguran campos de concentración, se deportan pueblos a otras tierras, etcétera. Lo increíble para alguien como yo que viene del pasado es que todo se llama por su nombre, sin hipocresía: deportación, concentración, genocidio, tortura, conquista…
Pero si esta es la visión de Elon Musk (y deberíamos estar verdaderamente agradecidos por la franqueza con que la presenta), ¿por qué Elon Musk hace de la lucha implacable contra la filosofía su premisa? La respuesta más obvia es la respuesta incorrecta. Se dirá, como lo hacen los intelectuales progresistas, que la filosofía es la campeona de la humanidad amenazada de extinción, o que la filosofía y la democracia están hechas de la misma materia, o que el sujeto libre y responsable es el vástago sublime del discurso filosófico.
Pero solamente esa no es la razón. Una filosofía así no necesita movilizar los satélites de Elon Musk para hundirla porque ya se ha liquidado. Desde el caso Nietzsche, la historia de la filosofía ha sido la historia del abandono del humanismo. La muerte de Dios significó el fin del hombre. La muerte de Dios significó la emancipación del poder de los límites de la moral. La razón es sobretodo otra, más a la raíz (y, por eso, radical), y es una razón más secreta, no inmediatamente perceptible a simple vista. De hecho, hizo falta la mirada atenta de un adversario brillante para dejarlo claro ante nuestros ojos.
Elon Musk percibe un competidor peligroso en el acto ilocutivo de la filosofía. Porque incluso el “decir” filosófico es la referencia común que resiste al fascismo rampante. Hoy como ayer, es decir en los años 1930, cuando el fascismo estaba firmemente instalado en el corazón de Europa.
La filosofía no se puede reducir a ningún hardware. Y porque la filosofía supera a da inteligencia artificial, ¿no será más bien artificiosa? La filosofía supera la forma canónica de cualquier y de toda inteligencia artificial porque piensa y razona con una radicalidad y una coherencia sistemática que asustan al omnipotente Elon Musk quien, de hecho, le ha declarado una guerra preventiva.
Y le angustia porque el mundo producido por el discurso filosófico, el mundo realizado por la experimentación filosófica, escapa en principio al poder arbitrario de una voluntad personal que pretende modelarlo, dominarlo, utilizarlo. No está disponible, como cree el promotor inmobiliario Donald Trump, cuando planea playas doradas en una nueva costa del sol a orillas del Mediterráneo en la ciudad de Gaza.
Ninguna tiranía, ni artificial ni artificiosa, puede frenar ni detener la primacía del espíritu humano de pensar. Ninguna tiranía, siempre interesada, ningún fascismo, del cuño que sea, puede resistirse a la libertad soberana de la filosofía que se desvincula de cualquier atadura artificial por inteligente que Elon Musk nos la pretenda vender.
La unidad de medida de la filosofía es la libertad de pensamiento. Y eso provoca temor al todopoderoso Elon Musk. Por eso, y de ahí el título de mi reflexión, éste es también un tiempo propicio para la filosofía. Precisamente porque Elon Musk y demás tienen miedo a la libertad del pensar.
El autor es misionero claretiano